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Por: Adlai Stevenson Samper

Si algo desnudó la crisis de la pandemia en Barranquilla, es la fragilidad de un modelo de desarrollo urbano planteado sobre obras puntuales que desdeñó la construcción de ciudadanía y de cultura. Es que no les interesa pues no ofrece dividendos políticos y económicos paliada con placebos de bombardeo publicitario a través de medios de comunicación y encuestas que muestran cifras fantásticas y unánimes sobre la realidad.

Es el mismo esquema publicitario de colocarle a raquíticos mercaditos la faz del Alcalde con una perentoria advertencia: “Hazlo rendir 15 días”. Por supuesto que en las primeras fases de propagación del virus, los “creativos” creyeron que las brillantes propuestas presentadas en mogadores y anuncios en las paradas cumplirían con su propósito. Algunas de ellas en tono camaján, hablando de “llavería” y tal. Otros equiparando a la ciudad disputando un imaginario juego contra el covid 19 con la sentencia: “Este partido lo ganamos!” o frases de motivación tipo Paulo Coelho: “Fuerza Barranquilla, que tú siempre puedes”.

Ninguna de esas estrategias publicitarias sirvió y la prueba es la terrible expansión del virus a lo largo de varios sectores de la ciudad. Los ciudadanos del común desdeñaron en medio de su precariedad informativa, el poder de expansión del virus. Por un lado los gobernantes manejando un modelo sobre el cual cabalgan airosos hacen años diseñado para tiempos “normales” en donde cabe la manipulación a través de aparatajes mediáticos y por otro los ciudadanos, carentes de una conciencia sobre su condición, derechos y responsabilidades.

Chocaron de forma brutal en la pandemia las concepciones sobre desarrollo urbano escenográfico, las nociones de milagro político basado en la construcción de obras puntuales, soslayando las necesidades básicas insatisfechas, alimentada con una vorágine perversa del Junior y el Carnaval. Nadie se salva de la hecatombe pues excluyeron, con saña sistemática, a la ciudadanía de los debates políticos, de la descentralización administrativa, de consensos planteados, marginándola en las decisiones de su destino, soslayada y usada como carne de cañón electoral para mantener un status quo con pies de barro. Si tienen dudas, nada más hay que asomarse a la cifra diaria de infectados y fallecidos para comprobar que hay el evidente fracaso de un modelo que no supo responder a las exigencias planteadas en la crisis.

El modelo de obras para mostrar carece de validez ante necesidades de alimentación y sanitarias de la población. La larga alienación de conciencia produjo un ciudadano en una especie de huida de su misma condición, indiferente a sus expectativas y en estado de alienación irregular. Esos son los que llama el Alcalde despectivamente “charlatanes de barrio” y que se niegan a acoger políticas sanitarias de prevención. Los mismos a los que el alcalde les falló cuando indicó el 24 de marzo, recién empezado el confinamiento que no serviría a la larga para nada, que les daría alimentación a 400.000 habitantes para evitar que esta masa de informales, más de media ciudad, saliera a las calles a ejercer el derecho del rebusque diario de subsistencia para su familia.

Si hay charlatanes de barrio, también hay charlatanes de club y de cenáculos de poder que se imaginan en una especie de estado prefeudal en donde nada se mueve si el señor de los siervos de la gleba no asiente con condescendencia. Son dioses que ahora quedan desnudados impúdicamente en un estado de emergencia sanitaria que muestra un desalentador panorama de lesionados, pánico, crisis económica y muertos.

El modelo falló estruendosamente cuando fue puesto a prueba real más allá de manipulaciones publicitarias y mediáticas. A un elevado costo y sin ninguna brizna de piedad para sus afligidos dolientes. Todos ahora somos los responsables, según los autores del modelo. De mi depende, dicen. El lavatorio de manos emplazado buscando a los culpables en la ignorancia que han estado patrocinando con diversos y torpes métodos.

Estaban, además, plenamente advertidos desde hace más de 4 años por el sector cultural en el sentido que la ciudad carece de casi todo lo que puede volverla ciudad: sin teatro, sin orquesta filarmónica, sin fototeca, sin cinemateca, sin fonoteca, sin museo, sin archivo, sin sistema de bibliotecas, sin, sin…

Triste voces lejanas atendidas con promesas vanas y reiteradamente incumplidas y si creen que se trata de cuentos chimbos allí están para demostrarlo la crisis del teatro Amira de la Rosa, del Parque Cultural del Caribe, del Museo de Arte Moderno, solo para efectuar un breve repaso.

Es que más importante que montar un sistema de bibliotecas públicas y centros culturales para solidificar la noción de ciudadanía, se buscó el modelo de obras de indudable carácter suntuario y de especulación inmobiliaria (esas mismas que reivindica el Alcalde como si hubiesen sido construidas con recursos regalados) y que dejan cuantiosas deudas con un beneficio social difuso. Son esos modelos los que entraron en franco conflicto con la irrupción de la pandemia y sus devastadores efectos en Barranquilla que ahora se resuelven, tras la castración producida por la reiterada alienación, en la fórmula de culpabilizar la responsabilidad del ciudadano de si es o no alcanzado por el virus.

Sí, todos somos un poco culpables de la emergencia, pero algunos más que otros. No se les olvide.

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