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Por: Jorge Villarreal Echeona
Si le hubiéramos preguntado a los dinosaurios Cretaterciarios, qué pensaban de la quinta extinción como preámbulo para la siguiente página de la historia, a lo mejor se hubieran muerto pero de la risa, sin pensar en el cipotazo que se les venía y sin saber que la evolución se produce a trancazos y la naturaleza para eso es monstruosamente implacable; y nosotros, los del próximo turno apocalíptico, aún hoy en día y a pesar de lo que está ocurriendo, estamos convencidos de que la secuencia evolutiva es lineal y multimilenaria y que vamos bien con los siete millones de años de estar moviendo el esqueleto, y que no va a pasar nada, así que tranquilos, y se olvidan de los saltos espantosos de la evolución, obnubilados por los académicos que se ocupan de hacernos creer que los sucesos ocurren uno detrás de otro, incluido el tiempo, y nos obligan a marchar a contravía de los esfuerzos mentales de Einstein sobre la variabilidad del tiempo y a poner en entredicho la física cuántica muy a pesar de que por las noches nos pellizquen los pies mientras sufrimos pesadillas astrales, y que los aparatos inteligentes nos ladren al oído.
Ahora estamos viviendo una instancia, tan extraña que algunos pensamos que lo que está ocurriendo es el fin del mundo; pero hay otros tan distraídos que siguen ocupados con los problemas del pan coger y totalmente ensimismados en una cuarentena sabrosa, como si nada estuviera ocurriendo y nada de esto fuera con ellos. Eso lo digo por algunos amigos de una asociación a la cual pertenezco, que es responsable de orientarnos en lo qué vamos a hacer con nuestro hábitat ahora que nos suelten de madrina y deberían estar pensando en soluciones concretas; pero algunos de ellos siguen pensando únicamente en los combates pseudo políticos convocados en unos palenques equivocados, y lo mismo ocurre con otros miembros de otra asociación que debería palpitar con el corazón de un altruismo anunciado en la médula de su nombre, y están a punto de dar al traste con la institución, por las mismas razones. Y también ocurre con muchos otros grupos con menos responsabilidades pero a los cuales pertenezco y que prefiero no nombrar, y atestiguan con los simples argumentos que les regala la incredulidad, que esos mensajes de los libros sagrados son nada más que Mitometrías. Y que los cuatro caballos con esos jinetes devastadores que esgrimen las espadas de un fuego devorador son pura ficción. Y no reconocen los designios de la naturaleza enfrentada a una sexta extinción propiciada por nosotros mismos.
Pero los animales si lo presienten y quieren reclamar lo suyo, animados por sus instintos, y así vemos a las iguanas forrajeando en el Jardín de mi casa a tres pisos de altura, y las ranas diminutas perturbando las ideas con sus sinfonías incesantes, y las lagartijas peleándose a tropel por los insectos y los cucuruchús en plan de asalto sobre los nidos de las millares de cotorras que anidan en los alrededores y hasta un pájaro carpintero que se atrevió a intentar un nido en la puerta principal de mi apto y yo de ingenuo pensaba que alguien estaba tocando.
Las orcas y los tiburones están aquí, para controlar a los pingüinos, de lo contrario en vez del canto del gallo a las cuatro de la mañana y el rebuzno homérico del asno a las cinco, hubiera sido reemplazado por el rebuzno ronco de cien mil aves en las horas del alba, y todavía nos tocaba sacar a 25 pájaros que se quedaron durmiendo en el refrigerador. Estos son los equilibrios que busca natura para que el mundo siga dando vueltas y es la razón de las mutaciones. No sabemos qué nos espera, pero debemos ser capaces de percatarnos de que es más terrible una agonía con un respirador mecánico, que el abrazo mortal y amoroso del Coronavirus que te despacha para otra dimensión al ritmo de una melodía suave… ¡y despacito!
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