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Por: Rodney Castro Gullo

La cárcel en cualquier lugar del mundo, además de ser un sitio en donde se confinan a los condenados o presuntos responsables de delitos a penas de privación de la libertad, debe servir para cumplir con un objetivo central, la reeducación del detenido.

Ok, ya pueden dejar de reírse. Sabemos que no hay una sola cárcel en Colombia, que cumpla con el ideal de resocialización del infractor, todo lo contrario, son caldo de cultivo para reafirmar el talante violento y delictivo de quienes pasan por esos claustros.

Claro, los centros penitenciarios son como las cloacas de los territorios, nadie quiere saber de ellas, no obstante, ameritan un exhaustivo sistema de articulación y mantenimiento que permita que se mantengan en óptimas condiciones; no deseamos alcantarillas salidas de control,  se constituyen en una repugnante e incomoda carga para la sociedad. Pues bien, nuestras cárceles actualmente son una repugnante e incomoda carga para la sociedad.

Reconozcámoslo, el INPEC es un reflejo de nuestro corrupto sistema político, la poca plata que se destina al mantenimiento de cárceles nunca se ve. Viven mendigando a gobernaciones ó alcaldías apoyos que nunca llegan, que para destapar la cañería, arreglar el baño, componer el cableado eléctrico, entre otros. Las instalaciones son más que lúgubres, terroríficas, y lo peor de todo… no es extraño que el control de la misma, recaiga en sistemas mafiosos liderados por uno o varios internos.

Directores conformistas que trabajan sobre el estiércol, que no tienen la capacidad para cuidar y vigilar a los que están recluidos, y mucho menos a quienes están con medidas domiciliarias o brazaletes. Solo para superar el hacinamiento en el Atlántico, se requieren 7500 nuevos cupos carcelarios, que equivalen a 2 mega-cárceles, pero seguimos como si nada.

A mi si me da pesar ese muchacho de 21 años, y veo representado en él, a miles de jóvenes de nuestra región, a esos que cuando revisamos su entorno y lo que ha sido su vida, indefectiblemente llegamos a la conclusión, de que son víctimas de un sistema político indolente, que no procura por el bienestar de sus ciudadanos. El Pupileto con sus varias idas a la cárcel por hurto, era una clara representación de la ausencia de oportunidades y de la falta de orientación que padecen nuestros jóvenes. Pero a ninguna autoridad le importó su situación, la decisión fácil era echarlo a los leones y que nos olvidáramos de él.

Su accionar fue reprochable, debía ser sancionado, sin embargo, la pregunta de fondo es, ¿cuál era el objeto de su reclusión?, porque convertirlo en una mejor persona o salvarle la vida, en definitiva no era la respuesta. Es decir, claro que a los delincuentes hay que recluirlos para que purguen sus penas, pero cuando el régimen carcelario tiene tantos vicios, a la larga, la cura termina siendo peor que la enfermedad. Cumplen la sanción, y salen de manera anticipada, peor a como entraron.

Las condiciones de reclusión deben ser dignas, la resocialización un imperativo para el régimen. Pena, Derechos Humanos, y Resocialización van de la mano, si falta alguno de estos elementos, el proceso es fallido.

La definición de cárcel que conozco es: Letrina del Gobierno Nacional, que sirve para afianzar la criminalidad; donde un ser humano puede experimentar y ser víctima de los más bajos delitos y vejámenes que pueda imaginar, esto es, discriminación, tortura, extorsión, violación sexual, hurto y homicidio entre otros. 

¿Hasta cuando?.

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