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Por: Adlai Stevenson Samper
“También guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con vestidos de ovejas, más de dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conoceréis. ¿Se recogen uvas de los espinos, o higos de los abrojos?”
Mateo 7:15
Todos tenemos derecho a la esperanza y a creer en poderes superiores divinos cuya prodigiosa mano llegue allí dónde la terrenal no pudo. A encomendarnos piadosamente, a darnos jaculatorias, golpes de pecho y penitencias. Mas en estos tiempos de angustia colectiva ante las dimensiones formidables que ha alcanzado en Colombia la pandemia covid-19.
El poder ejecutivo anda desbocado en el estado de emergencia con controles laxos, provocando que algunos de sus integrantes sientan ímpetus de reyezuelos o de ilustres miembros del colegio de cardenales de la iglesia católica. Desde el presidente Duque, la vicepresidenta Ramírez, gobernadora y alcalde; todos han emprendido una singular cruzada de oraciones, cadenas de rezo y asistencia oficial a cultos religiosos con varios propósitos; entre ellos, cual fueran misioneros y no gobernantes, de acrecentar la fe aprovechando la devoción de gran parte de la población con posibles efectos mediáticos.
La Constitución Política en su preámbulo parecería darles razón a sus fervorosos llamados: “El pueblo de Colombia, en ejercicio de su poder soberano, representado por sus delegatarios a la Asamblea Nacional Constituyente, invocando la protección de Dios”. Pero el artículo Primero aclara; en una evidente contradicción ideológica que Colombia es “participativa y pluralista”.
Si; pero no, pareciera. El artículo 7 señala que hay diversidad étnica y cultural y el 19 expresa la libertad de cultos. La sentencia C-350 de 1994 de la Corte Constitucional no deja dudas al respecto:
“Un Estado que se define como ontológicamente pluralista en materia religiosa y que además reconoce la igualdad entre todas las religiones no puede al mismo tiempo consagrar una religión oficial o establecer la preeminencia jurídica de ciertos credos religiosos. Es por consiguiente un Estado laico”.
Las encomiendas
El 16 de marzo, con la perspectiva del estado de emergencia ante la irrupción del virus en todo el territorio nacional, el presidente Iván Duque durante la posesión del magistrado Aurelio Rodríguez en el Consejo Superior de la Judicatura dijo, mirando hacia los confines estelares, que la “Virgen de Chiquinquirá es la patrona de Colombia. Esta mañana me desperté pidiéndole que nos consagre como sociedad, que consagre a nuestras familias, a nuestros hijos, hermanos, abuelos, a nosotros, quienes tenemos responsabilidades, que nos dé salud para poder guiar los destinos de la nación, y créame, que esa patrona de Colombia nunca nos ha abandonado”.
Loable empeño corroborado por la vicepresidenta Martha Lucía Ramírez en mayo 13 a través de la red Twitter. Esta vez pide otros auspicios: “Hoy consagramos nuestro país a nuestra Señora de Fátima elevando plegarias por Colombia para que nos ayude a frenar el avance de esta pandemia y que Dios mitigue el sufrimiento de los enfermos, el dolor de los que perdieron seres amados y nos permita repotenciar nuestra economía”.
En julio 11 la Ministra del Interior Alicia Arango, desde su despacho, envió una carta circular convocando una “jornada nacional de oración y reflexión” por los efectos expansivos del virus. Bien lo dice la Biblia en Romanos 13:1: “Sométase toda persona a las autoridades que gobiernan; porque no hay autoridad sino de Dios, y las que existen, por Dios son constituidas”, sentencia que es piedra angular de la vieja teoría del estado denominada de Las dos espadas.
Persígnate brohter!
Es hecho público conocido las dimensiones increíbles de la pandemia en el Atlántico y Barranquilla en donde la propaganda oficial, pese a sus intentos de control y manipulación, no ha podido esconder la realidad sanitaria que lentamente les ha ido desarmando gran parte de su narrativa de progreso y desarrollo en todos los frentes de la gestión pública.
Resultaron espejismos, escenografía, oropel publicitario. De todo han inventado para tratar de maquillar el desastre y de paso levantar la caída imagen del alcalde Jaime Pumarejo reflejada en diversas encuestas que sitúan su desfavorabilidad entre el 55% y el 69%. En resumidas cuentas, solo aceptan su gestión entre el 44% y el 31%. Abrupto descenso desde casi el 80% del inicio del mandato.
Así que las últimas semanas, luego de una purga en el equipo de comunicaciones –sustituciones y reemplazos- se produjo un cambio en la estrategia; no la errónea de combatir la expansión del virus supondrían los avezados, sino de impulsar la imagen con rondas continuas por los medios de comunicación –radio, televisión y prensa- de Bogotá, a la que se sumó una novísima actitud piadosa, ferviente, del mandatario, rezando, pidiendo la fe en torno a los propósitos celestiales –él incluido, por supuesto- para pasar; permiso don Rafael Núñez, “la horrible noche”.
Actitud valida y de encomio en caso que obedezca a un propósito espiritual de enmienda y no a otros de terrenal política, pues bien lo dice Proverbios 28:15 “{Cual} león rugiente y oso agresivo es el gobernante perverso sobre el pueblo pobre”. Con la omnipotencia divina; impecable, no se juega ni es susceptible de engaño.
La gobernadora Elsa Noguera convocó para el sábado 11 de julio una misa campal mañanera con miembros de diversos cultos –el pluralismo constitucional- en las instalaciones del monumento denominado Ventana al Mundo, convertido en singular espacio de culto religioso, hecho trastocado por un pertinaz aguacero que no dio tregua durante todo el día. Bien lo dice el refrán: “Cuando San Roque vuelve la espalda, el tiempo cambia”.
El único reproche a todas esas nobles intenciones de los gobernantes buscando la intermediación de la divina providencia y su santoral católico es que se les ha olvidado la historia de la ciudad en lo referente a una de sus iglesias emblemáticas, San Roque, considerado patrono popular de la ciudad y los aspectos de salubridad pública.
Echemos el cuento. Durante la epidemia del cólera en 1849 que causó mortandad y colapso en Barranquilla, una familia de la ciudad consiguió una imagen del santo de Montpelier, le hizo una capilla sencilla donde llegaba la feligresía a invocar su protección basados en los méritos indudables de San Roque en la sanación de epidemias y enfermedades para que con sus manos bendecidas pusieran fin al tormento de salud que afligía a la ciudadanía, prometiendo un grupo de ellos que en caso de prosperar sus buenos auspicios, le levantarían una iglesia en el corazón del barrio Arriba del Río, hecho que al final sucedió. Después hubo una curiosa e histórica disputa (diáspora de Barranquilla) entre las feligresías de la iglesia de San Nicolás, acusada de conservadora y la roqueña, tildada de liberal y subversiva.
La iglesia de San Roque, patrono de los beneficios contra la pestedumbre, ha sido obviada en los nuevos rituales urbanos de los mandatarios. Ello no es óbice para no acompañarlos en la campaña de acudir a las instancias celestiales cuando las muy terrenales instancias políticas muestran cifras nada alentadoras cundiendo el desaliento colectivo.
Culminamos la epístola con dos viejos refranes españoles:
- “A San Roque invocamos para que la peste y los males pasen de lado”.
- “¡Viva San Roque! Si viene la peste que no nos toque”.
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