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Por. Cesar Gamero De Aguas.
“Mamerto”, le decíamos en aquellas épocas mozas de los años 80 a José Luis González, y resultó siendo con el tiempo un excelente administrador de empresas, “Mamerto”, le decíamos también aquel jugador de ´Cartón´ que corría de un lado para otro en aquellos partidos de fútbol abiertos, donde el mamerto de condición torpe y lenta pateaba el balón para algún lado, en medio de las emociones y las alegrías de muchos. Pero, además llamábamos ´Mamertos´ aquellos amigos ingenuos, de accionares estúpidos que lograron vencer el bullying de los tiempos, y hoy por hoy son exitosos pese a las vicisitudes de la vida, y Mamerto es el señalamiento un tanto descontextualizado semánticamente, de aquellas personas que por pensar diferente en un país de ideas empeñadas se atreve a desafiar su ideal de pensamiento y sentimiento. Sin embargo, hay una particularidad en esta clase endémica de mamertos, y es la complexión de su estómago. Pues como muchos en el país, la gurbia exagerada no respeta pinta, y termina casi siempre hablando, ante la necesidad imperiosa de alimentos para lograr saciarla.
No obstante, el personaje es perseverante dentro de su cosmovisión, y sueña con un cambio o una posibilidad remota de ese cambio. El Mamerto según esa clase aparte y mezquina que se “cree dueña del mundo y que los demás viven alquilados”, como dijera nuestro cantautor Diomedes Díaz, es un pensamiento de izquierda que difunde y profesa un postulado de equidad y justicia social. No siendo así, Mamerto entonces sería aquel que reclama a todas sus anchas un reconocimiento que le ha sido usurpado. En este sentido, somos muchos los Mamertos a quienes los jugos gástricos del estómago, han contribuido a ver una realidad tangible con ojos de piedad, y digo expresamente con ´otros ojos de piedad´, pues no podemos seguir viendo cómo se explotan nuestras riquezas, y como se condensa el poder monetario de unos cuantos, mientras otros sufren las penumbras de la miseria.
El estómago de los Mamertos aúlla cuando ha observado la explotación histórica del carbón, que originó desplazamientos forzados bajo una larga cortina de muertes y una miseria existencialista que jamás cesará. Ese mismo órgano cruje al ver el desamparo de los niños y jóvenes que fallecen por falta de un bocado de pan, frente a otros que ingieren manjares y participan de bufetes estrepitosos financiados por la mentira y la corrupción. El epigastrio emite unos borborigmos sin control y en la gran mayoría de las veces cuando vemos el atropello que sufren los más vulnerados, cuando palpamos la muerte de muchos por falta de atención médica y medicamentos, como parte de una historia ya repetitiva escrita en el libro de la indiferencia y el desarraigo social. El vientre de los Mamertos es un sentir que nace paulatinamente conforme nos damos cuenta que la dignidad es propia e inajenable de los individuos, que la lucha por el reconocimiento y la valía es un don irrefutable que no se puede subyugar de las personas, y mucho menos por una clase social aparte que dice o se hace creer que posee un estómago de heces de colores con un ego que se alimenta y se engorda con la mezquindad, la indiferencia y el atropello de la dignidad de los otros.
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