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Por: Jorge Guebely
Colombia se venezueliza, se mueve hacia atrás como el cangrejo, hacia la fuerza bruta. Retrocede con un discurso distinto, pero con la misma patología. Cada país con su dictadura, con su germen vivo pre-moderno, incluso, pre-histórico.
Se venezuelizan el Centro Democrático y sus aliados. Como en Venezuela, fomentan la injusticia y la desigualdad, la venganza y el odio. Abusan de los recursos públicos. Cultivan la podredumbre como virtud principal para gobernar. Dominan los organismos de control y desprestigian la justicia. Someten al Congreso y promueven manzanas podridas del ejército y policía. Traban alianzas con narcotraficantes y apoyan matanzas callejeras. Sus policías civiles disparan contra manifestantes y son indiferentes con las masacres nacionales. Atacan la prensa libre y hacen ridículos monumentales en organismos internacionales. Duque y Maduro: dos rostros similares para dos dictaduras distintas
Se venezueliza la oposición que está suficientemente venezuelizada. Aquí como allá, se dividen y subdividen a gusto del líder. Se subdividen por falsas e irreconciliables posiciones ideológicas que ocultan egolatrías. Lo hacen para promover imágenes de jefes, su importancia personal, la supremacía de su yo. Se unen lingüísticamente para neutralizar los estragos de la extrema derecha, pero cada uno se considera el presidente, el héroe romántico de esa gesta.
Como en Venezuela, nuestra oposición carece de un proyecto político común. Un sistema incluyente, democrático, pos-moderno, que oriente y eduque política y humanamente a los colombianos e invite a votar por él. Uno opuesto a la actual plutocracia neoliberal integrada por terratenientes, narcotraficantes amigos, gran empresariado, gran capital financiero… Que fustiga a la clase media y la empobrece. Que menosprecia a los pobres, a los indígenas, a los afrodescendientes, a los que trata como siervos para consolidar sus privilegios. Plutocracia defendida por uribistas y aliados.
Igual que en Venezuela, cada líder de oposición cree poseer las propuestas redentoras, las patentadas; las que cambiarán el mundo, pero no cambian nada. Por el contrario, consolidan su espíritu electorero. Ninguna diferencia electoral entre Petro y el que diga Uribe, entre Vargas Lleras y Robledo, cada cual con su programa personal. Cada uno con su discurso, pero con la misma aspiración presidencial, la misma importancia individual, el mismo desastre nacional.
Oposición fragmentada que aviva el chavismo en Venezuela y uribismo en Colombia. Que no despierta confianza en el corazón de venezolanos o colombianos.
Quizás un presidente loco de los Estados Unidos, al recuperar su colonia, salve a los venezolanos del chavismo. Pero nadie salvará a los colombianos del uribismo. Excepto, una oposición menos electorera y más lúcida.
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