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Por: Jorge Guebely
“Líquida” llamó Bauman a la sociedad posmoderna, permanente flujo de valores como agua corriente. Valores de un día reemplazados por otros al amanecer. Sociedad donde impera la psicología de mercado y la personalidad de mercancía. Hasta los seres humanos adquieren el estatus de artículos en mostrador con diferentes precios y pocos valores. Objetos de duración deleznable, maquillados para elevar el costo y subir la categoría mercantil. Atractivos productos que sólo sirven para el uso, abuso y la caneca. Incluso, el amor se ha vuelto líquido. Las personas amadas, como los teléfonos celulares o los autos, ameritan cambiarse periódicamente. Amor para el consumo, para el uso, para la caneca.
Sin embargo, sólida es la conducta narcisista en la sociedad líquida. Amarse artificialmente, permanentemente; auto-elogiarse para inflarse, para auto-promocionarse. Maquillarse para aparentar mayor importancia. Usar máscaras para treparse sobre los otros, para triunfar con imposturas, con falsos atuendos. Tan sólida la conducta narcisista como la pasión por la acumulación. Voracidad de tener, poseer y triunfar. Convertirse en esclavo de lo poseído, confundirse con lo poseído. No hay peor narciso que el que engaña y se engaña creyendo ser lo que aparenta.
Atiborrados con tantos narcisos, con tantas personas catapultadas por objetos costosos, la sociedad líquida no es más que un entramado de fantasmas. Fantasma los pensamientos de un día, muertos en la noche; el sentimiento de una noche, reemplazado en la mañana siguiente. Sociedad ilusoria, con apariencia de verdad. Sociedad confusa, deshumanizante, donde todo lo que vemos puede ser un espectro, un deseo ególatra. Razón tenía Brecht al afirmar: “Vivimos una época de confusión organizada, de desorden decretado, de arbitrariedad planificada y de humanidad deshumanizada”
Época de políticos líquidos, políticos chatarras, políticos desechables. Mediocres con anhelos presidenciales. Obsesivos por el primer cargo burocrático del país sin importar la depreciación social ni la corrupción moral. Políticos con la secreta obstinación de perpetuarse, convertirse en presidentes eternos, en caudillos, sin importar el daño a la democracia. Políticos con el sueño de gobernar como antiguos reyes, como viejos faraones. Políticos que viven en el siglo XXI, en plena sociedad líquida, pero deambulan mentalmente en siglos anteriores de la revolución francesa. Políticos pre-modernos líquidos. Pavorosos narcisos desubicados, egocentrismo de la sociedad líquida. Larvas que desacreditan las instituciones democráticas por el exceso de individualismo, origen de todo el descrédito institucional y el asesinato paulatino de la democracia.
Aún así, piden cambiar la Constitución, piden reforma política, como si la podredumbre estuviera en la Constitución y no en la conciencia de los políticos pre-modernos.
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