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Por: Alfredo Felipe Martínez Agamez
Este país maravilloso llamado Colombia, si que esta lleno de paradojas, como cualquier libro del surrealismo mágico, es una recopilación de cosas raras, absurdas, inexplicables y por momento parecieran fuera de todo orden.
Los colombianos, hemos aprendido a vivir en un mundo de fantasías, donde las mentiras se convierten en verdades, donde lo malo es bueno, donde lo subterráneo y perverso se merecen los primeros lugares, donde cualquier estulto es doctor y merece una venia, donde la comisión es parte fundamental del desarrollo. Los colombianos somos los números uno en malicia y viveza.
Estamos llenos de paradojas:
Somos gente de bien; pero portamos armas, amenazamos, matamos y nuestras fortunas en su gran mayoría es producida por negocios de dudosa procedencia.
Decimos que somos impolutos, honestos y éticos; pero hacemos el papel falso, compramos el celular robado, pagamos al trabajador miserias y le humillamos.
Hablamos de productividad y que somos los más trabajadores; pero nuestro emprendimiento es vender licor, drogas y enfermar las mentes y los cuerpos.
Salvamos vidas, somos ilustres con el juramento hipocrático; pero le deseamos la muerte al prójimo, nos apropiamos de los dineros y no le damos las medicinas y los procedimientos médicos a los pacientes.
Somos dignos representantes de los gremios y la política; pero despojamos a los campesinos de sus tierras para apropiarnos de ellas y nos quedamos con el dinero de los contratos para mejorar el desarrollo de los pueblos.
Somos dignos desarrolladores de empresas; pero acabamos con el medio ambiente, contaminamos y hasta nos robamos los ríos.
Defendemos el fútbol y creemos que es la única solución a los problemas del país; pero no nos percatamos que hay prioridades.
Somos periodistas serios, respetados y con credibilidad; pero recibimos dineros por debajo de la mesa para impulsar algún plan, negocio o patraña, no importa si perjudicamos a la gran mayoría de la población.
Criticamos y humillamos a las prostitutas; pero nosotros vendemos nuestro cuerpo detrás de bambalinas por mantener el puesto, conseguir un aumento y mejorar nuestro estatus social.
A los ladrones de barrios, le damos una paloterapia y los señalamos; pero a los ladrones de cuello blanco los tratamos con guantes de seda, respeto y cariño.
A los “vándalos” que marchan por reclamar sus derechos, los estigmatizamos y señalamos; pero a los vándalos de cuello blanco, les damos casa por cárcel, salen por vencimiento de términos y hasta anunciamos que actuaron de buena fe.
Nos horrorizamos por la muerte de un policía; pero nos alegramos por la muerte de muchos jóvenes asesinados por reclamar el derecho a vivir dignamente.
Somos felices homosexuales de buena familia y protegidos por el circulo social; pero señalamos y satanizamos a los homosexuales que salen a las calles a reclamar el derecho de que se les acepte por pensar diferente.
Nos duele que el país, este poco a poco destruyéndose; pero no nos duele que se roben 50 billones anuales en corrupción, que los elefantes blancos sean el pan de cada día, y que el pueblo tenga que pagar los créditos, de los cuales muchos dineros se van para paraísos fiscales.
Hablamos de vándalos, atenidos y vagos; pero no nos duele mantener a una parranda de ineptos en una desbordada burocracia, incrustados en la politiquería ramplona.
Hablamos de que la minería y la explotación de hidrocarburos es maravillosa; pero la población no se beneficia de las regalías.
Hablamos de espiritualidad, de dioses, vírgenes, de milagros y amor por el prójimo; pero nos aprovechamos y jugamos con la fe del incrédulo, matamos, torturamos y agredimos en nombre de Dios todo poderoso.
Por todo lo anterior, creemos que vivimos en una comarca fuerte, irreverente y tortuosamente feliz.
Nota: El contenido de este artículo, es libre, espontáneo y de completa responsabilidad del Autor

