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Por: Jorge Guebely

La codificación ideológica arruma a los seres humanos en iglesias. Los convierte en fervorosos feligreses, en organizaciones peligrosas y fascistas.

Basta observar la comunidad del Centro Democrático para ilustrar esta enfermedad mental y social. Sus codificados militantes por un credo de extrema derecha actúan como cuerpo único, con un mismo discurso y una misma moral. Semejan máquinas de la cuarta revolución industrial; sin conciencia propia, pero reglamentados con algoritmos ajenos.

Basta oír a uno para oírlos a todos. Basta escuchar uno de sus argumentos para oír el eco. Basta develar el comportamiento de uno para descubrir el dogma del resto. Uniformados mental y lingüísticamente, conservan la identidad de excluyentes y autocráticos.

Se comportan como miembros de una iglesia malsana cuyo dios supremo es el poder conservador. Asaltan todos los órganos del Estado: el ejecutivo y el legislativo, el judicial y el militar, la Procuraduría y la Fiscalía, para imponer su dictadura parroquial.

Sus verdaderos popes permanecen en las sombras: terratenientes y grandes empresarios, banqueros e industriales, políticos corruptos y narcotraficantes. Pavoroso enjambre del capitalismo neoconservador y salvaje, tercermundista. Personajes infernales que, desde las sombras, manipulan a sus militantes, sus fichas en el ajedrez político.

La mentira, como para cualquier codificado, constituye la bandera de cada día. Con mentiras electorales triunfó su presidente: que Santos le entregó el país a las FARC, que Timochenko sería el presidente, que los pensionados aportarían parte de sus pensiones para sostener a la guerrillerada, que los niños se volverían homosexuales por la ideología de género… Y con mentiras gobiernan el país: la Procuradora jura combatir la impunidad, pero archiva expedientes de militares indagados por corrupción administrativa; el Fiscal niega sin rubor la impunidad sobre los asesinatos de líderes sociales. Mienten porque la mentira es la verdad de cualquier codificado.

Mienten con cinismo y voz altisonante. Proclaman públicamente la democracia, pero prolongan la virtualidad del congreso, proliferan los decretos presidenciales, reprimen protestas pacíficas, activan los paramilitares urbanos, asesinan jóvenes durante el paro, se niegan al diálogo… Mentiras para tramar incautos nacionales e internacionales.

Sólo una de sus mentiras devino cierta. La Colombia de Uribe semeja a la Venezuela de Maduro: concentración de poderes, asesinatos de opositores, connivencia con corruptos y narcotraficantes. Pocas diferencias entre el socialismo venezolano y la democracia colombiana, ambos padecen una autocracia. Ambos poderes, como todo poder, se alimentan con conciencias codificadas, de derecha o izquierda, religiosa o política. Se nutren con masas narcotizadas por un credo, alienadas por un discurso. Y “Sin alienación, no puede haber política” según Arthur Miller.

Nota: El contenido de este artículo, es libre, espontáneo y de completa responsabilidad del Autor. jguebelyo@gmail.com