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Por: Roque Ortega Murillo
Sixta Tulia es una venerable anciana que se niega a colocarse la vacuna contra el covid-19, y además mantiene una encarnizada discusión con sus hijos y nietos quienes no han podido convencerla para que se inocule. Ella se ha aferrado a su fe que nadie ha podido doblegar, y sigue férrea en sus creencias. Para ello, ha desempolvado la imagen del santo que, según la historia, es el protector ante las pestes y las pandemias; nada menos que San Roque, quien fuera un peregrino que recorrió toda Italia, hasta llegar a Roma en el siglo XV, logrando curar a todos los infectados.
Ella sostiene que la generación actual ha cambiado la fe por unos nuevos beatos: hoy en día los nuevos patronos son el celular, el último grito de la moda, los ídolos futbolistas y el consumo de drogas. De tal manera, los santos abandonaron sus oficios, han perdido adeptos, y especialmente los milagros en el ámbito de la sanación.
Al preguntarle cuál es la razón para no vacunarse contesta:
-Pues mire, no estoy en contra de las vacunas. Gracias a ellas hemos podido erradicar prácticamente la poliomielitis. Lo que sucede que a esta en particular le tengo desconfianza. Hoy dicen una cosa de sus bondades y al otro día otra vaina. A mi modo de ver no habido suficiente información clara en torno a su efectividad. Fíjese, ya la Pfizer está anunciando una tercera dosis, y después, seguramente otra dosis más.
¿Usted cree que las vacunas son la única solución?
-No soy una experta para asegurar eso, pero mi sentido común me dice que también la prevención ayuda a evitar, sobre todo, los estragos que provocan en ciertas personas, porque el 80 por ciento de la población es asintomática. Seguramente a mí ya me dio. Sabemos que el miedo, las preocupaciones y la tristeza afectan al sistema inmune y en eso no se previene, antes, por el contrario, nos crean una psicosis colectiva desde los medios de comunicación. También una buena alimentación y una afectividad amorosa nos ayuda… Y por supuesto: la fe.
– Pero, ¡doña Sixta!… ¡habla como experta!
– No, simplemente fui enfermera. Realmente todavía lo soy. Eso me ha dado un poquito de conocimiento para hablar del tema.
– ¿Disculpe, pero usted, es anti COVID-19?
– Para nada, claro que el virus existe, como otros tantos. Esos bichos siempre han estado en el planeta, y seguirán evolucionando, porque son más listos y audaces que el mismo hombre. Ellos mutan permanentemente, y no nos hemos preparado para adaptarnos a ellos. El ser humano es un depredador, arrasa con la naturaleza, acaba con otras especies, también a su misma especie. No se relaciona amablemente con esos hermanitos que están aquí por algo.
¿Usted, no ha vivido esta pandemia con miedo?
-Soy una mujer de fe, y eso me ha ayudado a vencer los temores. Así que he vivido esta situación sin miedo. Eso sí: no veo noticieros. El único periódico que leo es El Espectador. Precisamente esta semana leí un informe de la Organización Mundial de la Salud (OMS) que calcula que unos siete millones de personas al año mueren por respirar aire sucio, dos veces más de las que murieron por COVID-19 en el 2020. Por ese motivo me vine a vivir al campo, abandoné Bogotá, en donde nací; la polución es tan perversa allí, como los políticos.
Cuénteme, ¿Cómo conoció a San Roque?
Pues, desde muy joven fui a vivir a Barranquilla al barrio San Roque donde está la iglesia, en la famosa calle de las vacas. Lo conocí por medio de una vecina quien era fervorosa devota del santo de Montpellier, Francia. Uno de mis hijos enfermó de algo que nunca supimos. Esta señora sentenció que era una peste, y me insistió que fuera a la iglesia a rezarle al beatífico de las pandemias y de las pestes. Ante el desespero y el empeoramiento del niño hice caso a la vecina. Le cuento que cuando entré a la iglesia y vi a San Roque, inmediatamente hubo una conexión inexplicable. Puse a mi hijo en sus manos y me concedió el milagro. Desde entonces me hice devota.
Fui amigo del padre Stanley María Matutis Cyzauskaite, un sacerdote santo, oriundo de Kunzaiciai, vereda del municipio de Kuliai, Lituania, república báltica que perteneció a la extinta URSS. Él decía que San Roque, como yo, era un migrante con alma barranquillera. Me contó que el fervor a San Roque llegó a curramba gracias a la familia Blanco a principios de 1827. Al parecer, uno de sus miembros había estudiado en Montpellier, quien se hizo también devoto del santo francés. Ellos vivían en la carrera Progreso (calle 41) con la calle 9 y eran dueños de una Imagen pequeña de beato Roque. Posteriormente, esa carrera donde vivían los Blancos, pasó a llamarse así: calle de San Roque.
En 1849, Barranquilla fue azotada por una peste de cólera. La villa contaba por esa época con 60 mil habitantes. Ante la desesperanza por la cantidad de muertes, algún parroquiano chismoso convenció a la población de pedir prestado el Santo a la familia Blanco, y hacerle una procesión con la promesa que si realizaba el milagro de sanar la pandemia le construirían una iglesia. El beato no hizo quedar mal a los curramberos: el cólera desapareció en aquella época. Eso permitió subir al predestinado de Montpellier al patronato popular de Barranquilla, quien junto con el italiano San Nicolas de Tolentino comparten el patronato. Como diría un viejo barranquillero: ¡Erda, sipote delantera! ¡Habría que preguntarle al Pibe Valderrama si se hizo piadoso de ese peregrino!
Sixta me ilustró en la historia de San Roque con una pasión parecida a la de la historiadora Diana Uribe. Me contó de su origen aristocrático, y que al morir sus padres se había desprendido de su fortuna para construir orfanatos y hospitales. San Roque también es el patrón de los perros. Fue muy famoso en Italia por sus curaciones milagrosas, ya sea por el tacto o la señal de la cruz. En su apostolado de cuidar a enfermos de la plaga en Roma, se contagió el mismo, y huyó a una cueva del bosque para morir. Abandonado a su suerte, Rocco, como se pronuncia en italiano, le sorprendió el perro de caza del conde Gothard cuando le llevó comida y le lamió las heridas que inmediatamente empezaron a sanar. En esa gruta nacería un manantial de agua dulce.
Sixta recomienda a las personas que se van a vacunar que lo hagan en nombre de San Roque; Sería como un doble refuerzo para exterminar esta pandemia; Y como aprendió en Barranquilla la mamadera de gallo, se despidió diciéndome: como a ti a tu tocayo le gustaba el sombrero. ¡Él sanaba con la señal de la cruz y tú con las agujitas!
Colofón: la virgen de Chiquinquirá debería azotar con pingramosa al presidente Duque por mentiroso. Ahora niega que prometió recuperar San Andrés en 100 días. Necesitamos una cofradía de apóstoles para que cure de tanto cinismo a este gobierno, capaz de censurar a los escritores en la Feria del libro de Madrid mientras su mentor vocifera que todos aquellos crímenes se hicieron a sus espaldas. ¡Porca miseria! ¡Eche!
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