Telatiroplena.com, periodismo serio, social y humano
Por: Luís Carlos Lópmar
Las campañas políticas del próximo año ya están andando a toda marcha, algunas de frente y sin vergüenza, otras muy cautelosas, tímidas, con andadito de perro regañado, a la espera de que pueden pescar en estas tradicionales aguas revueltas, que enloquecen a los politiqueros, aflojan billeteras y vuelven personas de bien a las escorias más loables de cada rincón de Colombia.
Es que para las elecciones del 2022 la lista de candidatos es larga, variada y “sí hay de dónde” como dirían los ‘paraperiodistas’ de la radio matutina. Aunque aún falta depurar el largo hilo de aspirantes, hay candidatos preparados, que ofrecen tranquilidad y que logran convocar varios sectores. Sin embargo, de algo muy importante carece esa misma lista: de mujeres.
Bueno, honestamente no es que no las haya; es que las hay muy pocas, que poco encantan, poco suenan y con pocas posibilidades. No estoy hablando de sus méritos o diplomas, sino de su reconocimiento y aceptación ante la opinión pública y su porcentaje en las ‘infalibles’ encuestas, que tanto le gustan a los medios tradicionales y la mayoría de ciudadanos.
En las últimas décadas son escasos los nombres de mujeres que alcanzaron a figurar en esa dura carrera presidencial que es discriminatoria de principio a fin, y que con sólo repetir lo que muchos apuntan sin titubear, que “está hecha pa’ machos”, nos hace dar pasas gigantes de retroceso social en temas de equidad.
Todo eso nos da para titular que la participación política de la mujer en Colombia es más que penosa. Y de nada ha servido la ley que establece el 30% de las listas de los partidos políticos debe estar conformado por féminas. ¿Cuánto más podrá servir la paridad de género que establece el código electoral y que por cierto podría tumbar la Corte?
Aclaro, que soy de los que cree que las personas deben llegar a los cargos públicos de elección popular por mérito y no por su sexo; sin embargo, en un país con enormes brechas de género donde las mujeres claramente tienen menos opción cuando se trata de someterse al voto popular, son necesarias las para muchas ‘antipáticas cuotas’ como medida de discriminación positiva.
Es de conocimiento público que gracias a estas garantías que buscan proteger y preservar los derechos políticos de las mujeres y algunas minorías es que abundan los casos de listas al Concejos, Asambleas y Congreso elaboradas por hombres en las que para cumplir la cuota meten lo que vulgarmente llaman relleno y hacen fila de nombres que solo cumplen el propósito llenar un renglón.
Ya lo dijo la ONU en 2011 “las mujeres están marginadas de la esfera política en todo el mundo, a menudo como resultado de leyes, prácticas, actitudes y estereotipos de género discriminatorios”. Mejor dicho, porque las leyes fueron hechas por hombres que creen en hombres y posan de que les interesan las mujeres, conducta que debo confesar me cuenta entender de este mundo caníbal, oscurantista y hetero normativo.
Pero lo que más me aterra es que ambigüedades de origen <per se> a la realidad mundial, siguen siendo utilizadas como banderas en el discurso que cada cierto tiempo nos da en plaza pública el aleccionado de turno de alguna casa política, para prometer cambio de fondos y un país más equitativo, la mayoría sigue tragando entero, creyendo en ‘salvadores’ e intentos de caudillos sin darse cuenta que es más de la misma narrativa que ahora tiene nuevos recursos estilísticos.
Al país le hace falta confianza en sus mujeres. Mujeres que tomen decisiones, que les den oportunidades a otras mujeres y que las incluyan por sus capacidades y no por el cumplimento de un requisito.
Y aunque podríamos decir que es histórico que por primera vez la Alcaldía de Bogotá esté en manos de una mujer, que una mujer sea vicepresidente y que una mujer haya llegado a la cabeza de un órgano de control, lo cierto es que aún hay mucho por recorrer, sobre todo en las regiones, como el Caribe, donde al culto al falo, al control y poder masculino muchas veces trasciende a un asunto de educación primaria, celebrado, aceptado y promovido socialmente por las mismas mujeres.
Es más, en los últimos años hubo un retroceso descomunal en la equidad política colombiana. Mientras en el anterior periodo el 15% de las gobernaciones estaba en manos de mujeres en el actual solo 6% lo están.
En cuanto a alcaldías hablamos de 12%; y si revisamos la situación en el Congreso la cosa no es que mejore mucho: solo el 21% de los senadores son mujeres y el 18% de los representantes en la cámara los son.
Y sí, puede usted generoso (a) lector no estar de acuerdo conmigo, pero yo si espero que algún día esté país sea gobernado por una mujer, quizá eso sí sea el remedio para muchos de nuestros males.
Nota: El contenido de este artículo, es libre, espontáneo y de completa responsabilidad del Autor. @luiscalopmar