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Por: GASPAR HERNÁNDEZ CAAMAÑO.
“Como soy elemental, en esto de la ética mi parecer es muy sencillo: considero bueno todo lo que favorece la vida“. Rafael Cadenas, poeta.
En uno de los cinco viernes del octubre lluvioso conversé, a invitación suya, con el Decano de un programa académico de Educación Superior que planteó la inquietud sobre el qué hacer del docente universitario en las actuales circunstancias que LA pandemia genera en la virtualidad de la vida educativa.
Al aceptar la inesperada invitación, adiviné de qué conversaríamos y decidí escoger mi manoseado ejemplar de la Constitución Política, impreso en papel biblia con borde de plata, marcar una de sus páginas con la seda que trae y meterlo en el bolso de “manos libres” e irme así “armado“, sin sombrilla ni para la lluvia ni para el sol, a esa “parla” universitaria.
Puntual acudí a la cita. El anfitrión esperaba, con testigo. Brindó café. Del escritorio entonces exhibió el ejemplar fotocopiado del libro “lo que hacen los mejores profesores universitarios.” cuyo autor es Ken Bain, para preguntar: ¿qué hacer?. Fue la oportunidad propicia para desenfundar, a mi manera, después del tinto y remangada la camisa, exhibiendo la pinta de cargador de bultos en el Puerto de Barranquilla, “mi fúsil” aceitado, repasado y domesticado como se usan legítimamente las armas peligrosas.
Constitución en mano, leí el inciso tercero del artículo 68 de la norma de norma que consagra esta advertencia:
“la enseñanza estará a cargo de personas de reconocida idoneidad ética y pedagógica“.
Esa oración marcó la conversación.
Explicando que sin una clara construcción ética y, obvio, pedagógica, no se puede ser educador.
Claro, se puede ser profesor (quien “dicta” clase) y hasta docente (quien pertenece a una nómina). ¿Pero educador?
Precisando que lo ético es la conducta correcta en lo personal y socialmente aceptado o reconocido. Y lo pedagógico la conducción del débil hacia el fortalecimiento de cuerpo y mente sanos.
EL pedagogo es el conductor, no el arrastrador, frase leída en el salvamento de voto del difunto exmagistrado de la Corte Constitucional, Carlos Gaviria Díaz, sobre la educación de los hijos por parte de los padres (art 262 del Código Civil Napoleónico que aún rige en Colombia). (Ver el libro “Herejías Constitucionales”. Fondo de Cultura Económica. (Págs. 211 a 224).
La conversación, entonces, derivó hacia lo práctico. Hacia la realidad del ¿qué hacer?
No encontré mejor ejemplo para ilustrar lo que interpreto de la citada norma constitucional que referirme a lo “denunciado”, para esos días de Octubre, en la radio F.M. (frecuencia mundial) contra el “bello” profesor de Termodinámica de la Facultad de Ingeniería de la Universidad del Atlántico, a quien padres de familia y alumnos de “excelencia académica”, según ellos, acusaron por frecuencia modulada de exigir un “billetico” de quinientos mil pesos para “pasar” (pagar) dicha asignatura, clave en la formación profesional. El ejemplo vino como anillo al dedo. El café estaba consumido.
El profesor acusado es docente de carrera dijo, en la emisora, el rector al ser entrevistado sobre el caso, precisando que para investigar sí esa conducta es correcta o no debe respetar él, el debido proceso. Eso es cierto. se presume la inocencia. Pero. ¿Y lo pedagógico me pregunté como cualquier fulano de esquina en pleno Barrio Abajo?
Es evidente que no es ético cobrar para evaluar satisfactoriamente el aprovechamiento académico del estudiante. Tampoco que el alumno pague por lograr una buena nota final y menos que padres de familia participen en la educación SUPERIOR de sus hijos, como si estos “universitarios” fueran niños matriculados en la escuelita de la vecina solterona. La universidad es para los capaces, establece la Ley 30 de 1992 que regula, en Colombia, la educación superior. Es decir, educación de mayoría de edad… mental (sapere aude).
Pero, ¿es educador el profesor de Termodinámica de la Uniatlántico, según la exigencia constitucional referenciada en aquella conversación con el Decano? No. Es un profesor que dicta una asignatura curricular (un dictador de clases, diría el neurólogo Rodolfo Llinas). Es un docente por pertenecer a la nómina de docentes de carrera, según el rector. Pero, nunca será un educador, lo aseguro. No tengo la menor duda. El solo hecho de la sindicación indica que no posee vocación de sacrificio para con el dicente, ya que ÉL es el docente y asume, indecentemente, la jerarquía de su importante poder. Poder más amenazador desde la distancia de lo virtual, de lo digital. El “face a face” genera más confianza. la peste contamina la educación. La deserción es cada día mayor y los resultados de las pruebas saber pro son cada día peor.
Educador es quien ama enseñar. Es un talento reconocido. Un don vocacional. También aprendido en una vida de estudios. Un educador es un dotado. Desconozco si en Uniatlántico exigen formación pedagógica a sus docentes de carrera. O si son sólo que sean “dictadores de clases“. Para ser educador no, necesariamente, hay que poseer título de licenciado, especialista, magister o doctor en educación. No. Hay que saber conducir dignamente al estudiante para que además de llegar a ser un profesional, descubra que es un buen ser humano. Y esa tarea es la de un maestro. ¿Se distinguen las diferencias conceptuales? ¡Adivínelo, bello!
Los discursos de un maestro.
Cuando pensé en recrear aquella conversación con el Señor Decano y su testigo, me topé que al costado de mis almohadas -las amo por ser dueñas de mis sueños- conservaba aun vestido de celofán el libro “en defensa del humanismo, Reflexiones para tiempos difíciles”(Ariel) de Alejandro Gaviria. El ejemplar lo había adquirido entre los panes de un supermercado, creyendo que lo leería cuando las encuestas pre-electorales lo dieran como opción presidencial.
A Gaviria lo había leído. Y como Exministro de Salud le estoy agradecido por la increíble rebaja del precio de mi medicamento para el corazón jubiloso de un pensionado por vejez vitalicia. Así que con ese autor no ando en carrera de lector “canchero”, como me dice Jesús Mario, mi nieto mayor. Lo dejo que se repose. Que madure como las pieles que no envejecen. Pero rompí el celofán y decidí leerlo con las pausas con que degusto el “frozzo malt,” cucharita por cucharita. Poco a poco. saboreándolo con todo el paladar. Incluso mordiendo la galletica y lamiendo su azúcar. ¡celia, la vida es un carnaval!
“En defensa del humanismo, reflexiones para tiempos difíciles”, es el discurso de un educador, cuya lectura me hizo muy bien para matizar aquella “micro-clase” con el Decano que les he contado brevísimamente. Es un libro de un docente decente. El libro de un rector universitario. Por ello, lo traigo a cuento y lo recomiendo para que lo lean y comprueben que Colombia todavía está habitada por gente decente. SU lectura me hizo bien. Y por ello les comparto algunas frases del discurso del ex-rector, no sin antes recordar algunos autores convocados por Gaviria para su defensa del humanismo en la educación, en la enseñanza universitaria.
Poetas como: Jorge Luis Borges(argentino), Enrique Lihn (chileno), Rafael Cadenas (venezolano), Nicanor Parra (chileno) y Gabriel García Márquez (colombiano). Y pensadores como los franceses Michel de Montaigne y Alexis de Tocqueville, son citados en su pensar y sentir por Alejandro Gaviria quien nació en Santiago de Chile y transcribe un poemario del venezolano Cadenas entre el paginaje del discurso de exrector.
Discurso del que comparto las frases siguientes:
“La universidad debe ser un ejemplo, un paradigma si se quiere, de la construcción legítima de las respuestas (siempre parciales) a nuestros problemas más urgentes.
La universidad de combatir las mentiras convenientes, las ideologías engañosas y los discursos de odio.
Al antintelenctualismo ramplón, la universidad debe contraponer la importancia de las ideas y la creación, no solo como meros instrumentos sino como unos de los fines más loables de la humanidad.”(Ver pág. 21).
“Con el tiempo, la educación formal le va robando a los jóvenes el idealismo, la convicción de que pueden hacer la diferencia. El humanismo, en mi concepción, en la visión optimista, implica retomar en parte ese idealismo, no renunciar a la posibilidad de hacer la diferencia”. (ver pág. 56).
“A ese odio, recursivo, insidioso, que se alimenta a sí mismo, que copa nuestros espacios, quisiera contraponer el pluralismo, por supuesto. ¿y por qué no el amor? decíaRAMÓN DE ZUBIRÍA: “las universidades debemos conquistar la tecnología sin dejarnos conquistar de ella. Debemos formar para la convivencia, la compasión y el amor, apuntalando el entendimiento de la intransferible soledad de todo hombre”. (ver pág. 63).
Como se puede percibir, el de Alejandro Gaviria es un discurso universitario. No sé si alcance, en un país de emociones tristes, a ser suficiente para un discurso presidenciable.
La próxima: la autonomía como autogobierno en universidades oficiales del país.
Nota: El contenido de este artículo, es libre, espontáneo y de completa responsabilidad del Autor.