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Por: Jorge Guebely
No es pájaro un “pájaro enjaulado”. Es un prisionero sin delito, un convicto inocente. Hermano que perdió su destino original. Los barrotes le cortaron las alas, ya no puede volar, navegar en las etéreas aguas del aire.
Condenado, le cercenaron los ojos. Por las mañanas, no ve el espectáculo del sol naciente. Por las tardes, no entona la sinfonía del sol poniente. Sólo mira barrotes y paredes grises que lo encarcelan. Prisionero, nadie lo liberará de su prisión, sólo la muerte.
Enjaulado, ya no canta a los árboles a los que solía encantar. A los que solía despertar para que se maravillaran con el surgimiento del nuevo día, con el paso lento de la eternidad.
Confinado, le cegaron los ojos, le cortaron las alas, le distorsionaron su canto. Ahora es propiedad de un dueño poderoso, de un acumulador de cosas para beneplácito personal. Enjaulado, un pájaro se desploma de sujeto natural en objeto artificial.
También existen pájaros humanos, enjaulados en trabajos chatarras, entre barrotes de salarios miserables. Cosas económicas de un patrón, de algún banquero, de un terrateniente o un jefe paramilitar. Seres humanos que cayeron en el artificio social. Cosificados, padecen su aventura sobre la tierra.
Se salvan fugazmente por los coronavirus. Los que llegaron para exigir largas cuarentenas, prolongadas horas de silencios, poderosos momentos de vacío. Estrategia para que los pájaros humanos percibieran los barrotes de sus empleos chatarras, las rejas de sus salarios miserables. Para que sintieran el desperdicio de sus días, el infierno de sus rutinas.
Enjaulados, viven para el otro. Entregan sus días al mejor postor, al menos indolente de los patrones. Para no morir de hambre, mueren de vida.
Liberados momentáneamente por el coronavirus, huyen de la esclavitud, de sus empleos chatarras, de su deshumanización. “No se apresuran por volver a la normalidad” afirma un medio norteamericano. Los empleados de McDonald, los oficinistas bancarios, las cajeras del súper mercado… no quieren volver a la norma. Sienten la normalidad como otro infierno poblado de cadenas reales y jaulas mentales.
Distantes de su libertad original, el coronavirus les recordó su pasado remoto. Los tiempos de licencias celestiales y distancias sin fronteras, de días sin horas y años sin meses, de labores sin jefes ni capataces. Tiempos de territorios sin fronteras, de amores sin prejuicios, de presentes sin futuros. Tiempos de consciencias vacías porque estaban llenas de vida. Eternos tiempos, anhelo de Robert Louis Stevenson cuando escribe: “…todo lo que pido es el cielo sobre mí y un camino a mis pies”
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