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Por Antonio Manuel Cueto Aguas.

A raíz de una propuesta formulada por Gustavo Petro en su reciente visita a Barranquilla, antes del debate electoral del pasado domingo 13 del marzo, consistente en la posibilidad de unir el Pacífico  Colombiano y la Costa Caribe, mediante una línea férrea elevada, se han escuchado y leído innumerables respetables posiciones muy serias y de gran profundidad apreciativas, propias de seres pensantes y constructores de futuro social, pero igual se han conocido apreciaciones de una pobreza intelectual, que raya en la más profunda mediocridad personal, posiciones de burlas, que naturalmente por poca importancia sustancial, solo son celebradas por aquellos que igualmente  adolecen de alguna mediana profundidad conceptual.

Hoy con la más sincera de las intenciones, quiero invitar a quienes han escogido el camino de la facilidad crítica, ante la total ausencia de argumentos serios para formular criterios relevantes y dignos de ser considerados por quienes si sabemos diferenciar la grandeza de un concepto constructor.

Siempre he sido un furibundo crítico de la mediocridad  y un ferviente admirador de la visión soñadora de los grandes hombres, que con sus  sueños han hecho realidad la grandeza del mundo, esta actitud crítica me ha llevado a formularme la siguiente reflexión: “La Mediocridad es la regla o la excepción”, la respuesta la encontré leyendo la obra de José Ingenieros denominada “El Hombre Mediocre”, en ella lo primero que me detuve a analizar fue el siguiente fragmento literario: “En la sociedad en la que vivió  Ingenieros  la perfección moral se confundía con la memorización de los preceptos cristianos y la perfección intelectual, con la herejía. Ideal, según Ingenieros, es un gesto del espíritu hacia alguna perfección moral e intelectual.

El logro del hombre mediocre consiste en haber descrito la mediocridad de su tiempo con los mismos síntomas que presenta la de hoy. A la sociedad de hoy, mucho más que a la de ayer, vale aplicar los vacíos descritos por Ingenieros; La mediocridad hoy es universal. La sociedad dictamina lo que el hombre quiere y debe pensar. El hombre de hoy “no habla, repite” lo que la televisión, la radio, el cine y la prensa dicen y por eso aquello de que “no tiene voz sino eco”

Me asiste la mejor de las intenciones al invitar a todos mis amigos, conocidos y en general a todos los amantes de la constructiva buena lectura, para que lean mi columna, en la cual a partir de hoy transcribiré interesantes conceptos de la obra: “El Hombre Mediocre’ en la certeza de que nos permitirá formularnos algunas preguntas sobre nuestro permanente actuar dentro de la sociedad contemporánea a que pertenecemos, en procura de mejorar nuestras propias costumbres, muchas veces erradas.

Hoy podrán leer; “El sendero de la Gloria” en el cual José Ingenieros expone magistralmente la diferencia entre el hombre mediocre y el meritorio, leamos entonces: “El hombre mediocre que se aventura en la liza social tiene apetitos urgentes: el éxito. No sospecha que existe otra cosa, la gloria, ambicionada solamente por los caracteres superiores. Aquel es un triunfo efímero, al contado; ésta es definitiva, inmarcesible en los siglos. El uno se mendiga; la otra se conquista. Es despreciable todo cortesano de la mediocracia en que vive; triunfa humillándose; reptando, a hurtadillas, en la sombra, disfrazado, apuntalándose en la complicidad de innumerables similares. El hombre de méritos se adelanta a su tiempo, la pupila puesta en un ideal; se impone dominando, iluminando, fustigando, en plena luz, a cara descubierta, sin humillarse, ajeno a todos los embasamientos del servilismo y de la intriga. La popularidad tiene peligros. Cuando la multitud clava sus ojos por vez primera en un hombre y le aplaude, la lucha empieza: desgraciado quien se olvida de sí mismo para pensar solamente en los de más. Hay que poner más lejos la intención y la esperanza, resistiendo las tentaciones del aplauso inmediato; la gloria es más difícil, pero más digna. La vanidad empuja al hombre vulgar a perseguir un empleo expectable en la administración del Estado, indignamente si es necesario; sabe que su sombra la necesita. El hombre excelente se reconoce porque es capaz de renunciar a toda prebenda que tenga por precio una partícula de su dignidad. El genio se mueve en su órbita propia, sin esperar sanciones ficticias de orden político, académicos, o mundanos; se revelan por la perennidad de su irradiación, como si fuera su vida un perpetuo amanecer. El que flota en la atmósfera como una nube, sostenido por el viento de la complicidad ajena, puede abocadas por la adulación lo que otros deberían recibir por sus aptitudes, pero quien obtiene favores sin tener méritos, debe temblar; fracasará después, cien veces, en cada cambio de viento. Los nobles ingenios sólo confían en sí mismos, luchan, salvan los obstáculos, se imponen. Sus caminos son propiamente suyos; mientras el mediocre se entrega al error colectivo que lo arrastra, el superior va contra él con energías inagotables, hasta despejar su ruta. Merecido o no, el éxito es el alcohol de los que combaten la primera vez embriaga; el espíritu se aviene a él insensiblemente; después se convierte en imprescindible necesidad. El primero, grande o pequeño, es perturbador. Se siente una indecisión extraña, un cosquilleo moral que deleita y molesta al mismo tiempo, como la emoción del adolescente que se encuentra a solas por vez primera con una mujer amada; emoción tierna y violenta, estimula e inhibe a la vez, instiga y amilana.

Nota: El contenido de este artículo, es libre, espontáneo y de completa responsabilidad del Autor, Antonio Manuel Cueto Aguas.