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Por: Antonio Cueto Aguas
(Segunda parte)
Hoy como un reconocimiento a mi hijo el análisis previo que siempre hago con referencia a cada tema que toco en mi columna, el concepto que Alejandro Antonio me hizo llegar mediante el cual de alguna manera me hace caer en cuenta que la personalidad no solo se origina en el sistema genético del ser huma no, sino que ésta, también puede formarse por cuestiones de tipo externo. Tengo dos motivos, primero que me agrada saber que Alejandro no solo lee mi columna, sino me la cuestiona, lo cual para mi es de fundamental importancia, e aquí el concepto bien sustentado del Microbiólogo Alejandro Antonio Cueto Becerra:
“Me gustó mucho papi, de verdad, coincido en mucho de lo que escribes. Hay un concepto que podría darle valor a tu tesis y es que en la ciencia el factor genético no siempre es el único decisivo en la expresión de la personalidad de una persona, existe un concepto llamado “epigenética” la cual es la ciencia que estudia como los factores externos que afectan la expresión del código genético de una persona, en ese orden de ideas, según lo que escribes, alguien que en su código genético sea un líder nato no siempre se expresara como tal si no se le da las herramientas o si su contexto social no se lo permitió y alguien del cual no sea intrínseca esta característica según su contexto social sus genes pue den expresarse de diferente forma y llegar a desarrollarla, no sé si me explico. Felicidades papi, espero la segunda parte”. Ahora si conozcamos la continuación de “Los hombres sin personalidad”
Barcos de amplio velamen, pero sin timón, no saben adivinar su propia ruta: ignoran si irán a varar en una playa arenosa o a quedarse estrellados contra un escollo.
Están en todas partes, aunque en vano buscaríamos uno solo que se reconociera; si lo halláramos sería un original, por el simple hecho de enrolarse en la mediocridad. ¿Quién no se atribuye alguna virtud, cierto talento o un firme carácter?
Muchos cerebros torpes se envanecen de su testarudez, confundiendo la parálisis con la firmeza, que es donde pocos elegidos; los bribones se jactan de su bigardía y desvergüenza, equivocándolas con el ingenio; los serviles y los parapoco pavonease de honestos, como si la incapacidad del mal pudiera en caso alguno Confundirse con la virtud.
Si hubiera de tenerse en cuenta la buena opinión que todos los hombres tienen de sí mismos, sería imposible discurrir de los que se caracterizan por la ausencia de personalidad.
Todos creen tener una; y muy suya. Ninguno advierte que la sociedad le ha sometido a esa operación aritmética que consiste en reducir muchas cantidades a un denominador común: la mediocridad.
Estudiemos, pues a los enemigos de toda perfección, ciegos a los astros. Existe una vastísima bibliografía acerca de los inferiores e insuficientes, desde el criminal y el delirante hasta el retardado el idiota; hay también, una rica literatura consagrada a estudiar el genio y el talento, amén de que la historia y el arte convergen a mantener su culto. Unos y otros son empero, excepciones. Lo habitual no es el genio ni el idiota, no es el talento ni el imbécil. El hombre que nos rodea a millares, el que prospera y se reproduce en el silencio y en la tiniebla, es el mediocre.
Toca al psicólogo disecar su mente con firme escalpelo, como a los cadáveres el profesor eternizado por Rembrandt en la “Lección de anatomía “: sus ojos parecen iluminarse al contemplar las entrañas mismas de la naturaleza humana y sus labios palpitan de elocuencia serena al decir su verdad a cuantos le rodean.
¿Por qué no tendemos al hombre sin ideales sobre nuestra mesa de autopsias, hasta saber qué es, cómo es, qué hace, qué piensa, para qué sirve?
Su etopeya constituirá un capítulo básico de la sicología y de la moral.
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ENTORNO DEL HOMBRE MEDIOCRE
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