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Por: Antonio Cueto Aguas
En homenaje a la honradez, preciso es reconocer, que la frase: “El eco de la voz ajena”, no es de nuestra autoría, ella surge en mi vocabulario, como consecuencia de mi constante investigar, dentro de los diversos conocimientos del saber humano, me gustó y la adopté, esto es crecer para no ser mediocre.
Ella, es decir, la frase, tiene plena vigencia en lo que hoy nos enseña José Ingenieros, en la primera parte de su artículo: ” concepto social de la mediocridad”, cuando se ha impuesto, dentro del contexto de la sociedad mundial, la novedad de las redes sociales, en las cuales nos encontramos con regulares, buenas y excelentes enseñanzas, también nos topamos con mensajes cargados de odio, envidia, maldad y rencor; eso no es lo grave, eso sólo indica cómo está dividida nuestra sociedad, entre el bien y el mal, lo que sí causa tristeza, es encontrarnos con un tercer grupo, que sin pertenecer al primer grupo de la división social del mundo, se dejan llevar por la vía de aquel adagio popular que enseña: ¿ para dónde va Vicente?, ¡para donde va la gente!, eso en mi criterio es más grave que ser malo; ésa es la verdadera mediocridad, sí, porque no es igual que alguien le haga daño a otro, con la intención marcada de hacer daño, porque esa es su naturaleza humana, lo grave es cuando por la propia incapacidad del ser humano de analizar lo bueno o lo malo de lo que conocemos y empezamos a repetirlo porque quien me lo dijo cuenta con mi afecto, cariño o respeto intelectual, ello es pobreza mental y al escribir o transcribir el suscrito los conceptos de José Ingenieros sólo persigo que mis amables lectores, si están ubicados en el grupo de: ” El eco de la voz ajena “, se salgan de él y empiecen a razonar con su propio intelecto.
Los quiero mucho.
” Ningún hombre es excepcional en todas sus aptitudes; pero no podría afirmarse que son mediocres a carta cabal los que no descuellan en ninguna. Desfilan ante nosotros, como simples ejemplares de historia natural, con tanto derecho como los genios y los imbéciles. Existen, hay que estudiarlos, el moralista dirá después si la mediocridad es buena o mala; al psicólogo por ahora le es indiferente, observa los caracteres en el medio social en que viven, los describe, los compara y los clasifica de igual manera que otros naturalistas observan fósiles en un lecho de río o mariposas en la corola de una flor. No obstante, las infinitas diferencias individuales, existen grupos de hombres que pueden englobarse dentro de tipos comunes; tales clasificaciones simplemente aproximativas, constituyen la ciencia de los caracteres humanos, la Etología, que reconoce en Teofrasto su legítimo progenitor. Los antiguos fundaban sobre los temperamentos; los modernos buscan sus bases en la preponderancia de ciertas funciones sicológicas. Esas clasificaciones, admisibles desde algún punto de vista especial, son insuficientes para el nuestro. Si observamos cualquiera sociedad humana, el valor de sus componentes resulta siempre relativo al conjunto: ” El hombre es un valor social “.
Cada individuo es el producto de dos factores: la herencia y la educación. La primera tiende a proveerle de los órganos y las funciones mentales que le transmiten las generaciones precedentes; la segunda es el resultado de las múltiples influencias del medio social en que el individuo está obligado a vivir.
Esta acción educativa es, por consiguiente, una adaptación de las tendencias hereditarias a la mentalidad colectiva: una continua aclimatación del individuo en la sociedad.
El niño desarróllese ” como un animal de la especie humana “, hasta que empieza a distinguir las cosas inertes de los seres vivos y a reconocer entre éstos a sus semejantes. Los comienzos de su educación son, entonces, dirigidos por las personas que le rodean, tornándose cada vez más decisiva la influencia del medio; desde que ésta predomina, evoluciona ” como un miembro de su sociedad ” y sus hábitos se organizan mediante la imitación. Más tarde, las variaciones adquiridas en el curso de su experiencia individual pueden hacer que el hombre se caracterice ” como una persona diferenciada ” dentro de la sociedad en que vive.
La imitación desempeña un papel amplísimo, casi exclusivo en la formación de la personalidad social; la invención produce, en cambio, las variaciones individuales. Aquella es conservadora y actúa creando hábitos; ésta es evolutiva y se desarrolla mediante la imaginación. La diversa adaptación de cada individuo a su medio depende del equilibrio entre lo que imita y lo que inventa. Todos no pueden inventar o imitar de la misma manera, pues esas aptitudes se ejercitan sobre la base de cierta capacidad congénita, inicialmente desigual, recibida mediante la herencia sicológica.
El predominio de la variación determina la originalidad.
Variar es ser alguien, diferenciarse es tener un carácter propio, un penacho, grande o pequeño: emblema, al fin, de que no se vive como simple reflejo de los demás. La función capital del hombre mediocre es la paciencia imitativa; la del hombre superior es la imaginación creadora; el mediocre aspira a Confundirse en los que le rodean; el original tiende a diferenciarse de ellos. Mientras el uno se concreta a pensar con la cabeza de la sociedad, el otro aspira a pensar con la propia. En ello estriba la desconfianza que suele rodear a los caracteres originales; nada parece tan peligroso como un hombre que aspira a pensar con su cabeza”.
Espere nuestra próxima columna: continuación de: ” CONCEPTO SOCIAL DE LA MEDIOCRIDA “.
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