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Por: Antonio Cueto Aguas.
El tema de la mediocridad es interesante visto desde el punto de la generalidad de una sociedad, porque, resultaría, suprema mente grosero, enrostrar le a un ser humano tantos defectos envilecedores, pero en tratándose de la sociedad y existiendo pruebas irrefutable de la existencia de esa clase de seres humanos dentro de contexto, las consideraciones en este caso no pueden verse de manera individual, sino de forma sectorial de nuestro contexto social, trayendo a colación el tema de la paz, recordaremos que cuando el presidente de la época convocó el plebiscito para que el pueblo Colombiano se pronunciara sobre sí quería la paz, era lógico que quienes hemos sido soñadores de ver a una Colombia en sana convivencia, jamás se nos cruzó por la mente pensar que alguna parte de Colombia iba a votar por la continuidad de la violencia y vimos que un gran sector de Colombia votó por esa opción bélica, ahora es cierto que no todos los que votaron por la guerra, no querían la paz, muchos fueron los que inducidos con mentiras con argumentos falaces los con vencieron de que votar por la paz era estar de acuerdo con que Colombia se volviera Castrochavista, o que le cambiarían el sexo a nuestros menores hijos, o que le entregarían Colombia a los guerrilleros, en fin tantas falacias que muchos se tragaron esas mentiras y decidieron votar por la guerra no obstante no estar de acuerdo con que Colombia se siguiera desangrando.
Pero cierto es que un gran sector que ha vivido en los últimos 50 años, de ese desangre de nuestra Sociedad, para nada les importó la muerte de tanto colombiano inocentes, asesina dos por las fuerzas ilegales y en muchos casos por el mismo estado colombiano.
En este caso de los desalmados, que ante ponen sus interés personales ante lis supremos intereses de la patria, es igual a la parte de la división social en que está la mediocridad, si señores, ella existe y hay que referirse a esa división social por cierto muy alta, pero en nuestro caso nos referimos a los defectos se ese sector social con la intención no de criticar, sino de poner a pensar a quienes al conocer los defectos que desador- nan su humanidad traten de mejorarla, en nuestra creencia Infinita de que la mediocridad no es hereditaria o genética. Leamos ahora la “vulgaridad’;
“La vulgaridad es el aguafuerte de la mediocridad. En la tentación de lo mediocre recibe la filosofía de lo vulgar; basta insistir en los rasgos suaves de la acuarela para tener el aguafuerte.
Diríase que es unas reviviscencias de antiguos atavismos. Los hombres se vulgarizan cuando reaparece en su carácter lo que fue mediocridad en las generaciones ancestrales; los vulgares son mediocres de raza primitiva; habrían sido perfectamente adaptados en sociedades salvajes, pero carecen de la domesticación que los confundiría con sus contemporáneos. Si conserva una dócil aclimatación en su rebaño, el mediocre puede ser rutinario, honesto y manso, sin ser decididamente vulgar. La vulgaridad es una acentuación de los estigmas comunes a todo ser gregario; sólo florece cuando las sociedades se desequilibran en desfavor del idealismo. Es el renunciamiento al pudor de lo innoble. Ningún apetreo original la conmueve. Desdeña el verbo altivo y los romanticismos comprometedores. Su mueca es fofa, su palabra muda, su mirar opaco. Ignora el perfume de la flor, la inquietud de las estrellas, la gracia de la sonrisa, el rumor de las alas. Es la inviolable trinchera opuesta al florecimiento del ingenio y del buen gusto; es el altar donde oficia Panurgo y cifra su ensueño Bertoldo en servirle de monaguillo.
La vulgaridad es el blasón nobiliario de los hombres ensoberbecidos de su mediocridad; la custodia como al tesoro el avaro. Pone su mayor jactancia en exhibirla sin sospechar que en su afrenta estalla. Inoportuna en la palabra o en el gesto, rompe en un solo segundo el encanto preparado en muchas horas, aplasta bajo sus zarpas toda eclosión luminosa del espíritu incolora, sorda, ciega, insensible, nos rodea y nos acecha; deleitase en lo grotesco, vive en lo turbio, se agita en las tinieblas. Es a la mente lo que son al cuerpo los defectos físicos, la cogerá o el estrabismo; es incapacidad de pensar y de amar, incomprensión de lo bello, desperdicio de la vida, toda la sordidez. La conducta, en sí misma, no es distinguida ni vulgar; la intención ennoblece los actos, los eleva, los idealiza, en otros casos, determina su vulgaridad. Ciertos gestos, que en circunstancias ordinaria serían sórdidos, pueden resultar poéticos, éticos cuando Cambronne, invitado por el enemigo a rendirse, responde su palabra memorable, se eleva a un escenario homérico y es sublime.
Los hombres vulgares querrían pedirse a Circe los brebajes con que transformó en cerdos a los compañeros de Ulises, para recetarlos a todos los que poseen un ideal. Los hay en todas partes y siempre que ocurre un recrudecimiento de la mediocridad; entre la púrpura lo mismo que entre la escoria, en la avenida y en el suburbio, en los parlamentos y en las cárceles, en las universidades y en los pesebres. En ciertos momentos osan llamar ideales a sus apetitos, como si la urgencia de satisfacciones inmediatas pudiera Confundirse con el afán de perfecciones infinitas. Los apetitos se hartan; los ideales nunca.
Repudian las rosas líricas porque obligan a pensamientos muy altos y a gestos demasiados dignos. Son incapaces de estoicismo; su frugalidad es un cálculo para gozar más tiempo de los placeres reservando mayor perspectiva de goces para la vejez impotente. Su generosidad es siempre dinero dado a usura”
Espere segunda parte de: “LA VULGARIDAD”.
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