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Por: Esteban Gallardo
“Aquí no se cayó el Muro de Berlín” con esta premisa es posible consolidar uno de los principales aspectos de la crisis política e ideológica de los mal llamados sectores radicales de la Izquierda Colombiana, que por décadas han estado presentes en la vida política de la República, y que para bien o para mal son parte de los sectores “alternativos” que conforman la anterior oposición y hoy desgobierno.
Resulta fundamental en medio de la construcción de la crítica propositiva reconocer también la vigencia de las reivindicaciones de clase, sin embargo, la obsolescencia discursiva y la falta de pragmatismo han dilapidado la pertinencia social y simbólica de un partido que ya no integra parte de la opinión pública generalizada, y que muchas veces se ha reducido al silogismo de una clandestinidad muerta e impertinente que se ha marcado no solo por el dogmatismo de gran parte de sus militantes, sino también por causa del sectarismo propiciado por el cancerígeno relevo generacional.
En los años 70, 80 y 90 marcados por la decadencia del Imperialismo Occidental Soviético la vanguardia ideológica y política de la Izquierda Colombiana planteo la necesidad de generar cambios paradigmáticos en el programa de los comunistas en Colombia, la llegada de una de las olas de violencia más lamentables del último siglo se llevó consigo a los grandes defensores del cambio de modelo, Jaime Pardo Leal, José Antequera, Bernardo Jaramillo, entre muchos otros, que abogaron por la moderación del modelo del programa, táctica y estrategia para la consecución del poder mediante la vía democrática y pacífica, por medio de la llamada “apertura democrática”.
Consolidar entonces una discusión sobre la necesidad paradigmática de la actualización de las discusiones atraviesa fundamentalmente el entender las incapacidades del antiguo modelo, mientras en occidente los partidos comunistas y socialistas se moderaban y cambiaban sus nombres para pasar a ser la nueva Socialdemocracia y vanguardia de las luchas sociales más allá del difuminado proletariado, ante la evidente realidad del fracaso de la planificación centralizada, la corrupción del partido único y la imposibilidad de vivir al borde de un holocausto nuclear en medio de la interminable guerra fría, en Colombia el exterminio se llevaba a los grandes pensadores y dejaba atrás a los más reaccionarios.
El Infantilismo al interior de las filas de la Juventud Confundida o Comunista como se hace llamar, los ha llevado a caer en las míseras garras del Izquierdismo y el culto al guerrillerismo, ignorando muchas veces la tarea dialéctica de la actualización ideológica, la lectura acertada de los momentos históricos y la reconfiguración de las formas de lucha… los mal llamados cuadros de esta generación son los mismos que han puesto como carne de cañón a jóvenes apasionados deseosos de la mejora de sus condiciones objetivas, la corrupción de los principios los ha llevado a profundizarse en el ensueño del más putrefacto de los opios, no el opio metafórico de Marx claramente hablando.
El rojo de sus banderas quizá les ha quedado grande, un modelo de estructura nada funcional, dilapidaría de los principios leninistas de organización, así mismo, el abandono sistemático del estudio y la academia ha traído consigo a militantes carentes de identidad, huecos en sus discursos y maleables en su accionar. La crisis se ha visto reflejada en las renuncias masivas de cuadros ideólogos destacados producto de la incapacidad estructural de avanzar, no solo en actualización ideológica, sino también en la depuración de prácticas nocivas que han llevado a que las estructuras políticas se conviertan en lugares inseguros para las mujeres y diversidades sexuales.
La evidencia más clara de todo es la ausencia de visión, la carencia de un proyecto claro de Universidad, de Ciudad y de País, el esfuerzo desproporcionado en seguir siendo oposición, cuando claramente son parte del gobierno, no asumirse como lo que son, y seguir en el diván romanticista de lo que algún día fueron.
La satanización del pensamiento crítico, el culto a la personalidad y el uso de prácticas contrarias a los defensores de los intereses de clase ha permitido re- caracterizar a estas estructuras como contradictorias, mientras sus representantes a nivel nacional afirman ante las masas que lo que se requiere es un capitalismo más humano, evidencia la falta de identidad y coherencia de su proyecto, una auténtica dilapidación del modelo y una marca acertada de que lo que ha quedado atrás se perdió para siempre.
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