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Por: César Gamero De Aguas
Como si fuera poco en medio de esta gran ola de atracos que no da tregua, a esto se le suma que, en esta ciudad del trópico caribe, ni los muertos descansan y mucho menos se salvan de esta intranquilidad. Así como lo lee mi estimado lector, pues allí en ese cementerio de árboles frondosos, con un resplandor incesante y un carnaval de flores multicolores que sobresalen entre lápidas ocultas, yacen en los árboles los lobos polleros con diferentes colores, tamaños y estilos. Allí descansan, expectantes frente a los visitantes, tal vez logrando digerir la comida por abundancia que ingieren diariamente.
Este lagarto de la familia Teiidae, que incluso a veces logran medir hasta los 1.5. m de longitud, y que incluyen en su variado menú del bosque seco tropical; frutas, vegetales, peces, ranas, aves, roedores, etc. Este reptil que posee una inteligencia especial, pues he tenido la oportunidad de verlos en domesticación y sé de lo que son capaces de hacer en determinados contextos, con acciones brillantes igual o mejor que los perros. Son esquivos, y agiles como los lobos y que quizás por ello tomen ese nombre común, se reproducen con sabia rapidez en estas zonas tropicales considerando que cada hembra pone entre 35 y 50 huevos, es un peligro latente para el mantenimiento del equilibrio natural de esa zona o lugar de hábitat.
En consecuencia, este animal de variados colores azules que luego parecen cambiar a un verde e incluso a tonalidades grises y plateadas, desfila entre las tumbas de aquel misterioso campo santo, profanando los cilindros o cajas de cemento subterráneas. Con una inteligencia indeterminada traspasa los ataúdes y se alimenta sin control de los restos de personas fallecidas recientemente. Este peligroso animal que extendió debido a las circunstancias su menú nutricional, pareciera tener toda una serie de canales comunicacionales subterráneos entre una tumba y otra, ya que se han logrado identificar huesos pequeños sobre todo de las vértebras sacras de los cuerpos en descomposición, que incluso en algunos casos muchos de ellos adornan las lápidas inveteradas. Esta situación pareciera sorprendernos un poco, o por lo menos la generación de dudas es consecuente, sin embargo, las evidencias hablan por sí solas. Un indeterminado número de huecos se observan contiguos a las sepulturas, y en su conjunto los trabajadores del cementerio conocedores de este execrable hecho, parecieran no hallarle solución alguna, que permita detener a este voraz animal, que en muchas ocasiones se espanta al menor de los ruidos que producen los vivos cuando visitan su zona de alimentación.
El festín es diario y casi imperceptible, estos animales muy seguramente continuarán engordando y reproduciéndose ante el placer desaforado de su extensiva alimentación, mientras los vivos, visitantes incautos de esta necrópolis santa, entre lágrimas y recuerdos de tristeza intentamos comprender esta otra realidad que nos atañe, que muy seguramente no es de todos, pero que indudablemente nos perturba.