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Por: Jorge Guebely
¡Qué difícil dialogar con un autoritario! Valora más el poder que el argumento, más la represión que el diálogo, más la sumisión que la igualdad. Somete a sus estudiantes si es maestro; a sus hijos, si es padre; a su pueblo, si es mandatario.
Actúa con la psicología del antiguo chimpancé, con el poder de la fuerza bruta. Se camufla como ciudadano flexible siendo potencialmente un asesino en serie, un Hitler si se le permite asesinar judíos en cámaras de gases, un Harry Truman si lo dejan explotar dos bombas atómicas en Japón.
Transmite su enfermedad de autoritario en autoritario, de dictador en dictador, de rebelde en rebelde. Transmite su rigidez mientras se hunde en lo prehumano.
Teme pavorosamente la libertad, la cualificación de la consciencia. Odia el surgimiento del ser humano, tan anclado hoy en la bestia según Nietzsche, porque no sabe ser libre, sólo sabe ser autoritario, vulgar mandón.
Absurdo también el Estado autoritario. Tan absurdo como responder con balas al hijo cuando, asediado por las hambrunas, pide pan. Como masacrar campesinos, hostigarlos con paramilitares, robarles sus pocas pertenencias, por pedir tierra para laborar. Como declarar máquinas de guerra a niños reclutados por los ejércitos irregulares, entrenados posteriormente para pelear una guerra desconocida y bombardearlos finalmente por orden de los autoritarios.
Si los jóvenes colombianos, angustiados por el incierto futuro, protestan en las calles, los autoritarios del Estado los torturan, les vacían los ojos, les violan las niñas, los asesinan. Sólo en la represión encuentran solución. Sólo con masacres intenta suprimir la injusticia; solo con balas, el desempleo; solo con cárceles, la desigualdad; solo con tortura, la miseria.
Después de la jornada represiva, su presidente se viste de policía. Prepara la próxima jornada de represión esgrimiendo públicamente el escarmiento para los otros, el terror para el resto. Autoritarismo cínico, auténtico chimpancé con mando presidencial.
Si, por azar, un presidente promueve la paz, prefiere el diálogo en vez de las balas, excarcela jóvenes, se revuelcan los autoritarios. Se retuercen como gusanos rociados con creolina. Saltan escandalizados las María-Fernanda-Cabal y los Miguel-Uribe, los feligreses del Centro Democrático y de Cambio Radical.
Según ellos, nada como la represión para acallar la guerra, nada como el fuego para apagar el fuego. Poco importan los permanentes fracasos. Sólo cuenta el sometimiento a la autoridad, arma amada, estrategia eficaz para perpetuarse en el fango.
Razón tenía Thomás Carlyle: “Obedecer es nuestro destino y, aquel que no quiera someterse a la obediencia, será necesariamente despedazado” ¡Qué fobia al diálogo liberador! ¡Qué manía por la esclavitud medieval!
Nota: El contenido de este artículo, es opinión y conceptos libres, espontáneos y de completa responsabilidad del Autor.