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Por: Jairo Eduardo Soto Molina
Profesor Universitario e investigador, Doctor en ciencias Humanas
En días recientes tres noticias han sacudido el debate educativo y político en Colombia: (1) el rector de la Universidad Autónoma del Caribe reconoció ante el Ministerio de Educación que no tiene título de maestría en Filosofía, a pesar de haberse presentado durante años como magíster; (2) la polémica por el ministro de Educación del actual gobierno, quien ha sido cuestionado por su falta de rigor académico, su tesis fallida y sus credenciales dudosas; y (3) el contraste con un joven de derecha que, lejos de engaños, se graduó con honores en Harvard obteniendo un magíster real y validado. Tres episodios que, al leerse en conjunto, revelan no hechos aislados, sino síntomas de una crisis más profunda: en Colombia se ha normalizado la simulación académica, la mentira institucionalizada y el desprecio por el verdadero conocimiento.
El caso del rector de Uniautónoma es particularmente escandaloso porque muestra cómo se llega a ocupar cargos directivos en instituciones educativas con títulos falsos o inexistentes. ¿Cómo es posible que un rector se presente como magíster en Filosofía, ostente credenciales que nunca tuvo y, aun así, logre mantener la fachada hasta que la presión del Mineducación lo obliga a confesar? No se trata solo de un problema personal o de ética individual, sino de un sistema que carece de controles serios y que ha permitido la proliferación de títulos vacíos. En un país donde las acreditaciones pesan más que las competencias reales, algunos prefieren el atajo de la mentira. EN Colombia se vive el síndrome del “falso magíster”
En otros contextos internacionales este tipo de casos han provocado crisis profundas. Recordemos que, en Alemania, en 2011, la entonces ministra de Defensa, Karl-Theodor zu Guttenberg, se vio obligada a renunciar cuando se comprobó que su tesis doctoral estaba plagiada. La diferencia es clara: mientras en países con tradición académica sólida la falsificación de credenciales genera sanciones inmediatas, en Colombia muchas veces se relativiza y se normaliza.
El segundo episodio, la polémica en torno al ministro de Educación, un ministro en entredicho es aún más grave por lo que simboliza. La cartera encargada de velar por la calidad, la equidad y la pertinencia educativa está dirigida por alguien cuya tesis fue reprobada, cuyas credenciales han sido cuestionadas y cuya trayectoria no se corresponde con las exigencias de un cargo de esa magnitud. En cualquier país serio, un escándalo de esta naturaleza provocaría renuncias inmediatas y sanciones ejemplares.
En Colombia, sin embargo, se intenta relativizar: se reduce todo a un ataque político o a un error sin importancia. Pero la verdad es que un ministro sin sustento académico no puede liderar la transformación educativa que tanto se reclama. Como lo señaló Jerome Sanabria en Infobae (2025), “no se puede exigir rigor desde la improvisación”. Aquí se confirma lo que varios analistas han dicho: la corrupción académica es también corrupción política, porque se instrumentaliza la educación como cuota burocrática y no como compromiso real con el país.
El tercer episodio, el de un joven de la derecha política que culmina una maestría real y con honores en Harvard, parece anecdótico, pero no lo es. Muestra que sí es posible hacer el esfuerzo, dedicar años de estudio riguroso y lograr un título legítimo que abre puertas en el mundo académico y profesional. El contraste es doloroso: mientras algunos engañan con diplomas inexistentes o tesis reprobadas, otros construyen una trayectoria limpia basada en esfuerzo, disciplina y mérito. La brecha no es solo política, es ética y cultural.
Estos tres casos son apenas la punta del iceberg. Lo que subyace es un problema estructural: Colombia se ha convertido en un país donde la ignorancia se disfraza de saber, donde muchos se pasan por magísteres sin serlo, se integran en grupos de investigación sin producir conocimiento de calidad y llegan a cargos de poder con hojas de vida maquilladas.
No se trata de errores inocentes, sino de prácticas sistemáticas que degradan la educación, minan la confianza en las instituciones y le roban oportunidades a quienes realmente se esfuerzan.
La educación anda mal en Colombia porque la hemos reducido a un espectáculo de credenciales. La enfermedad de fondo: una cultura de la ignorancia legitimada. Como bien advierte la OCDE en su Proyecto DeSeCo (Rychen & Salganik, 2006), la verdadera competencia consiste en movilizar conocimientos, habilidades y valores para enfrentar problemas complejos de la vida real. Pero aquí seguimos midiendo la valía académica en base a títulos —muchas veces falsos— y no en la capacidad de transformar contextos.
¿Qué puede escribir un falso académico?
La pregunta es pertinente: ¿qué puede aportar a la sociedad un rector, un ministro o un investigador que ha basado su carrera en la mentira? El conocimiento no florece en el engaño. Un profesor que simula títulos no puede orientar a sus estudiantes en la búsqueda de la verdad; un ministro que plagia o fracasa en su propia formación no tiene autoridad moral para exigir calidad; un investigador que publica sin rigor solo reproduce mediocridad.
Lo que producen no son libros, artículos ni proyectos con valor científico, sino montajes que engañan a la opinión pública y legitiman la cultura del “todo vale”. El riesgo es que, en lugar de formar ciudadanos críticos, se estén fabricando profesionales mediocres que reproducen el círculo de la ignorancia.
El costo de esta simulación para la sociedad es altísimo. Miles de estudiantes que confían en sus maestros terminan siendo víctimas de un sistema que premia al tramposo. Las universidades pierden prestigio internacional. Los grupos de investigación se convierten en espacios burocráticos que llenan formularios para MinCiencias, pero sin generar conocimiento útil. Y la sociedad, al final, se hunde en una ignorancia legitimada que se perpetúa en la política, la economía y la vida cotidiana.
Un informe de la UNESCO (Antoninis, Alcott, Al Hadheri, April, Fouad Barakat, Barrios Rivera, & Weill, 2023) ya advertía que América Latina enfrenta el riesgo de un “empobrecimiento epistémico”: la producción académica es numerosa, pero con baja incidencia social y escaso rigor. El problema no es de cantidad, sino de calidad y de ética.
La salida no es fácil, pero debe comenzar por recuperar la ética en la academia. Colombia necesita controles más estrictos para verificar títulos, sanciones ejemplares para quienes mientan y una ciudadanía que no tolere más farsas.
Pero, sobre todo, requiere una transformación cultural: entender que el valor de la educación no está en el cartón colgado en la pared, sino en el conocimiento, la reflexión crítica y la capacidad de aportar soluciones. Como lo recuerda Boaventura de Sousa Santos (2018), la universidad latinoamericana solo podrá ser transformadora si se convierte en un “espacio de verdad y de compromiso con la sociedad”, no en una fábrica de títulos vacíos. El país necesita ir hacia una cultura de la verdad académica
El reto es enorme. Mientras en Colombia seguimos atrapados en los falsos magísteres, los ministros sin tesis y los rectores sin títulos, el mundo avanza con universidades que exigen excelencia real y con sociedades que reconocen el mérito. No podemos resignarnos a ser un país donde la mentira académica se normaliza.
Estas tres noticias no son simples anécdotas: son la radiografía de un sistema educativo enfermo. Un país que tolera la mentira en sus rectores, ministros y líderes académicos está condenado a reproducir la ignorancia. Ojalá que llegue un gobierno a Colombia que dimensione la importancia de cambiar el modelo educativo a través de un ministro que sea un paradigma para seguir y que los rectores no sean mascotas de los políticos locales. Y que este ministro ordene una investigación a las hojas de vidas de los profesores de las universidades y del sistema educativo básico y medio. Sería como remover cementerios. No se puede enseñar a través de la mentira. Si queremos que la educación deje de andar tan mal, debemos empezar por lo más básico: decir la verdad, exigirla y practicarla. Solo así podremos construir una Colombia donde el conocimiento auténtico sea la base de la justicia, el desarrollo y la dignidad social.
Bibliografía de apoyo
- Boaventura de Sousa Santos (2018). Demodiversidade: imaginar novas possibilidades democráticas. Autêntica.. Siglo XXI Editores.
- OCDE (Rychen, D. & Salganik, L., 2006). Key Competencies for a Successful Life and a Well-Functioning Society. Hogrefe & Huber.
- Antoninis, M., Alcott, B., Al Hadheri, S., April, D., Fouad Barakat, B., Barrios Rivera, M., … & Weill, E. (2023). Global Education Monitoring Report 2023: Technology in education: A tool on whose terms?.Infobae (2025). “Fuerte crítica de Jerome Sanabria a Petro por polémica de la tesis reprobada del ministro de educación”.
Nota: Este artículo es de completa responsabilidad del autor JEDM