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Por: Juan Martínez Gutiérrez, MBA
En beneficio sobre todo de los jóvenes, al gran compromiso asumido por el actual Congreso con las leyes de educación socio emocional y de salud mental, hay que agregarle ahora la que incorpora a los proyectos educativos institucionales el componente de competencias socioemocionales, Leyes 2383 de 2024 y 2460 y 2491 de 2025.
La promulgación de la Ley 2491 del 23 de julio de 2025 representa un punto de inflexión largamente esperado en la política educativa colombiana. Al ordenar la incorporación obligatoria del componente de competencias socioemocionales en los Proyectos Educativos Institucionales (PEI), se ha reconocido formalmente una verdad que la psicología y la realidad social venían gritando: la educación debe forjar seres humanos emocionalmente competentes. Este hito es, sin duda, un paso gigante hacia una educación integral; la ley es una excelente declaración de intenciones, que requiere implementación efectiva. Con recursos, formación y un cambio de chip cultural, trascenderá de ser otra norma bienintencionada.
El imperativo de la educación emocional
La Ley busca transformar la experiencia educativa, obligando a las instituciones, desde preescolar hasta la educación superior, a incluir el desarrollo de habilidades como la empatía, la resiliencia, la autogestión emocional y la toma de decisiones responsable dentro de su currículo y actividades. Además, exige la formación continua del cuerpo docente y administrativo en esta materia.
La urgencia de esta medida es innegable. Colombia, como el resto del mundo, ha visto agudizada su crisis de salud mental tras la pandemia. Los entornos escolares son, hoy más que nunca, espacios de alta presión donde proliferan el acoso escolar, la ansiedad juvenil y, tristemente, las ideaciones suicidas. Al inyectar una dosis formal de educación emocional, la ley busca principalmente actuar como una herramienta de prevención primaria.
La ley promete robustecer la convivencia escolar, reducir los índices de violencia y mejorar el rendimiento académico. Una mente que sabe gestionar su estrés y sus conflictos internos es una mente más abierta al aprendizaje. Fortalecer la resiliencia y la comunicación asertiva en la niñez y adolescencia es, en últimas, invertir en la calidad de la ciudadanía del mañana. Es un seguro social contra las fracturas que hoy vemos en el tejido comunitario.
El reto de la implementación
La ley exige la capacitación de docentes, la inclusión de profesionales de apoyo (psicólogos, orientadores) y la creación de nuevos contenidos y estrategias pedagógicas. Los maestros, formados bajo un paradigma estrictamente cognitivo, deben convertirse ahora en facilitadores emocionales. La ley exige que las instituciones incorporen la educación emocional en sus estrategias de formación. Esto debe traducirse en programas robustos, prácticos y que, paradójicamente, atiendan primero la salud emocional del propio docente, quien es el pilar de la implementación. Si el profesorado está bien, más fácilmente podrá enseñar a estarlo.
Finalmente, está el riesgo de la Transversalidad vs. Carga Curricular. La educación emocional debe ser una filosofía que permee todas las asignaturas y la cultura escolar. Si la ley llegara a ser interpretada como “incluir otra materia” o, peor aún, como un requisito administrativo que se cumple con formatos y papeles, se perdería su esencia. El verdadero éxito se medirá en los pasillos, en la gestión de conflictos y en el clima escolar.
Del papel a la práctica: El llamado urgente
Esta Ley es un logro jurídico que posiciona a Colombia a la vanguardia en el reconocimiento del bienestar emocional como eje educativo. Es una oportunidad histórica para construir un sistema más humano y pertinente.
El llamado es a la acción decidida y la inversión estratégica. El MEN debe liderar la reglamentación con la claridad de que la salud mental en las escuelas es una inversión estratégica en el capital humano del país. Requiere voluntad política para asignar los recursos económicos necesarios y la humildad para trabajar de la mano con expertos en salud mental.
Nos han dado la brújula. Ahora, depende de todos –padres, maestros, psicólogos y el Estado– poner el motor necesario para navegar hacia una educación que también prepara para la complejidad de la vida. El futuro de una sociedad más sana y empática depende de cómo usemos las herramientas que hemos creado hoy.

