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Por: Percy Bustes
“Saludaré este día con amor en mi corazón” Og Mandino.
Vivo con tres perritos en California: Un golden retriever de tres años llamado “Sunny”, una labrador amarillo de nueve años, llamada “Gracie” y otro labrador chocolate de nueve también, llamado “Tobby” a quien apodé “El perrito reloj”, desde que se me ocurrió llevarlo poco antes de la pandemia conmigo, a la hora de mi siesta del medio día y el buen Tobby, exactamente cuando había transcurrido una hora desde que yo ponía mi cabeza en la almohada, me despertaba puntualmente con un toque de su patita en mi brazo.
Durante el segundo trimestre de 2024 mi suegro de 90 años enfermó gravemente en Perú y finalmente murió. Mi esposa pudo compartir con él sus últimos meses de vida durante los cuales limaron asperezas, se perdonaron, se reconciliaron. Esto me obligó a ir y venir de California a Perú varias veces, principalmente para contratar con quién encargar a mis perritos los cuales, se pasaron la mayor parte del tiempo solos y encerrados, aunque siempre hubo alguien que los sacó cada cuatro horas durante el día a hacer sus necesidades y a comer dos veces al día.
Cuando inmediatamente después de la misa conmemorativa del 1er mes de fallecimiento de mi suegro regresamos a casa, Tobby “El perrito reloj” se descontroló y empezó a ladrar fuertemente todos los días desde las 4.30 am. Causando no sólo que yo me despertara si no, también nuestros vecinos de ambos lados de nuestra casa y seguramente los de atrás también. (hasta nos visitaron los de “Animal Control’ por una denuncia anónima de algún vecino incómodo). Ya no sabía qué hacer; desde tenerlo con nosotros hasta casi la media noche para llevarlo a dormir tarde (los tres perritos duermen en jaulas puestas en el garage que climatizamos para que no sientan las inclemencias del clima de California); o traerlo a nuestro dormitorio a esa hora (4.30 am), para que deje de ladrar. Esto último funcionó, pero yo nunca pude recuperar el sueño luego de atender a Tobby por lo que me quedaba somnoliento y cansado el resto del día.
Desde hace una semana duermen en nuestro dormitorio. (mi mamá se debe estar jalando los cabellos en el Cielo pues, justo me enseñó que jamás los perros debían dormir con los humanos). Hemos acondicionado tres camitas muy cómodas para ellos y ahora soy yo, a las 6 am quien los despierta para que se estiren, vayan a comer, hagan sus necesidades y jueguen y corran un poco. Salimos del dormitorio muy sigilosamente para que mi esposa no se despierte y pueda dormir una hora más (Quién como ella!!); así que nuestra rutina ha cambiado, no se por cuánto tiempo.
La parte buena de todo esto, es que la primera hora de la mañana que le dedico a mis perritos, me permite practicar oración durante el silencio (ahora sí); medito, trato de no pensar en nada, hago varias respiraciones muy profundas, me concentro en el aire que entra y sale de mis pulmones, si viene alguna idea la dejo ir, sin acogerla, sólo me quedo con mi respiración; 15, 20 minutos y luego empiezo a agradecer: la cama en la que desperté, haber amanecido con salud, el techo que tengo sobre mi cabeza, la cabecita castaña que amanece todos los días a mi lado (no se cómo me ha soportado todos estos años); gracias Dios, Universo, Alá, Vishnu, Buda, Poder Superior o como quieras llamarle; y sobre todo: gracias Tobby por obligarme a salir de la cama temprano y empezar mi día con buen pie. Aquello en lo que te enfocas se expande. Así que si quieres más cosas buenas en tu vida, sé agradecido por las cosas buenas que tienes ahora: Gracias, gracias, gracias.

