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Por. César Gamero De A.
“Sin embargo frente al saqueo y al abandono nuestra respuesta es la vida”. Gabriel García Márquez.
Era de esperarse todo este caos y hasta más, en una sociedad marcada que divaga sin rumbo en un inmenso mar de aguas turbulentas. Ni siquiera los miles de comparendos impuestos hoy en nuestra ciudad, podrían eliminar una problemática de fondo que vive el pueblo, y que sigue anidada en la pobreza extrema y su mala educación. La pandemia ha puesto una vez más en evidencia, no solo lo que adolecemos en la dimensión espiritual; no, sino también lo lejos que estamos de ser una ciudad cosmopolita, igual o mejor que esas que nos muestran con beneplácito las películas europeas. Nuestra ciudad opera de espaldas al desarrollo social, pareciera que esta ´otra realidad´ contrastara con esas estadísticas y resultados amañados que muchos medios de comunicación pretenden demostrar. El no decoroso récord aún del 12,92% de analfabetas en el departamento del Atlántico, según el último informe de “Atlántico 2020”, donde Barranquilla posee además el 4,17% de analfabetas, no nos permite por lo menos garantizar, una evidente coherencia en materia de avances sociales. A eso se suma una precaria infraestructura en materia de hospitales en el orden del I, II y III nivel, donde la clase más pobre y sin dolientes, es la más vulnerable, y las secuelas de todo esto continúan alimentando vorazmente las cifras indeterminadas del abandono social.
Frente a ello, seguimos esperando como; “El coronel no tiene quien le escriba”, otros 20 años más de administración pública para que nos digan por los diferentes medios de comunicación; “Estamos trabajando en ello, ya bajamos un digito, estamos mejor que siempre blablablá…”, o en el peor de los casos que “somos el mejor de los departamentos en el mundo”.
Nuestra ciudad dejó de ser industrial desde hace más de cuatro lustros, atrás quedaron las trillas de trabajadores que desfilaban por la Vía 40, y las sirenas de fábrica y taller que aparecen en nuestro himno, no son cosas más de un pasado reciente que perdura en la memoria de unos pocos. La ciudad ha quedado convertida en un epicentro de irrealidades, una especie de bodega enorme y sin límites, donde toda la mercancía llega de otros países, o de otros departamentos, y aquí se distribuye, todo este demarcado panorama y presente, ha estrechado las oportunidades de nuestros jóvenes, quienes siguen engrosando el flagelo del ya reconocido “rebusque costeño”.
Pese a ello, el ñero sigue ilusionado con su quimera de ciudad, su equipo de fútbol favorito, su carnaval, y su ya inculcada frase existencialista que este es; “El mejor vividero del mundo”. En este cuadro de tonos grises y turbios se desarrolla nuestra ´endémica´ pandemia, entre unos individuos que en medio de su abnegada ignorancia manifiesta que es mejor morir a manos de un virus, que no tienen certeza de su existencia, y no de hambre, y en el peor de los casos de ´vacilarla´ porque para él el mundo del vacile y el relajo lo caracteriza en su triste contexto. Una especie de Prometeo surrealista, que aclama a los dioses por el destino aciago de su suerte.
La Pandemia de los otros, es todo un calvario de desavenencias, un viacrucis de calamidades heredadas que retratan una vez más, su lamentable historia, y una historia que yace ahí, ante la mirada ciega y esquiva, que muchos prefieren darle la espalda. Ante todo, ello, las cifras de fallecidos a manos de este letal virus siguen aumentando, y aún nos continúan diciendo que estamos preparados para afrontar la batalla que desde que inició ya estaba perdida, mostrando un acondicionamiento falso y enmascarado, que solo cesará cuando los recursos en el ámbito social dejen de ser la envidia de muchos corruptos, y entonces se inviertan verdaderamente en esos otros, que deambulan de un lado para otro, entre la felicidad de lo poco que se les ha dado, anhelando una cerveza de bajo valor que les ha sido denegada, y su amor eso sí, por los colores rojo y blanco.