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Por: Adlai Stevenson Samper
El espejismo es una ilusión óptica en donde usted cree estar viendo objetos, líquidos y nubosidades que en realidad no existen. A lo lejos producen la percepción de encontrarse relativamente cerca, al alcance de las manos y solo se trata de caminar con enjundia para alcanzar el apreciado nirvana visual. Pero oh decepción, mientras con más anhelo corremos hacia la meta, más vaga y difusa se ve hasta su total desaparecimiento.
Nunca logramos alcanzar la meta planteada por el espejismo pues no se trata de la realidad rastrera e imperfecta, sino de sueños y alucinaciones producidas por diversos fenómenos climáticos y de la fisiología humana. Pero si se agregan a los espejismos los ilusionistas de oropel, se torna más grave y perturbadora la supuesta visión.
Desde hace varios años sesudos analistas de macroeconomía venían alertando a los barranquilleros y a su dirigencia, sobre los peligros de endeudarse más allá de las posibilidades financieras y tributarias de la ciudad en una espiral fantasma de prosperidad al debe (la “prosperidad del delirio”, planteada por Gabriel García Márquez sobre Macondo) y las respuestas invariables eran “va porque va” y para eso se hizo el crédito: para endeudarse en pro de magnas obras que la ciudad admiraría como un portento de los tiempos y que sería glosa de referencia para las futuras generaciones.
Entonces aparecían las frases publicitarias rimbombantes –los megacolegios- edificaciones comunes y corrientes en cualquier parte del mundo y que acá; gajes del ilusionismo, eran presentadas como una auténtica maravilla, los edificios maravillosos como el centro de convenciones, el cubo de cristal para la fallida Asamblea del BID –para la cual sugiero funciones en los nuevos tiempos post covid de sede de la fototeca y fonoteca de Barranquilla-, el malecón turístico construido encima de alcantarillas que vierten sus aguas putrefactas al Magdalena, el mega tanque más grande de Suramérica, el puente abatible más portentoso de Colombia, el puente con más carriles de circulación, renders de ferrocarriles, metros ligeros, parodias de Miami beach, planes y planos, construcción a deuda de estadios para los centroamericanos pues el gobierno, después de prometer presupuestos, sacó la mano con la consecuencia que Barranquilla tiene en la actualidad tres estadios de fútbol sin uso; el malecón ejemplo de renovación urbana abandonado por la epidemia y peligroso por los aromas de aguas negras donde viaja, comprobado, el virus: la construcción de vías para valorizar bienes inmuebles de finca raíz como la ampliación de la carrera 20 de julio hasta la Circunvalar y otras pero no tiene un sistema de bibliotecas, un teatro distrital ni orquesta Filarmónica, elementos fundamentales culturales que construyen conocimiento y producen ciudadanía.
El soporte de los ilusionistas eran encuestas con imposibles favoritismos del 93% del Alcalde Char (en una ciudad en donde el candidato Petro, de izquierda, sin invertir un solo peso sacó 242,473 votos con el 54.43% en las presidenciales), pagos en pautas publicitarias a periodistas a través de cooperativas, ordenes de servicio e informes especiales –ultra pagos en formato de promoción turística- colocando a Barranquilla con el porcentaje más alto en Colombia en gastos de inversión en publicidad oficial.
Varios informes así lo corroboran. Citemos el de la FLIP (Fundación para la Libertad de Prensa) y el de Pauta Visible con el nombre La chequera de Char: su fórmula para ser popular (https://pautavisible.org/mapa/3934) en donde señalan que:
Más de 68 mil millones de pesos ($68.628.813.379) invirtió la Alcaldía de Barranquilla en contratos de publicidad oficial entre el 2016 y 2017. Una cifra que equivale a lo invertido para remodelar el estadio Romelio Martínez para los Juegos Centroamericanos y del Caribe, o a la financiación de la construcción del Nuevo Hospital General de Barranquilla. También, alcanzaría para construir 2 megacolegios, como el de Villas de San Pablo, considerado el megacolegio más grande de Colombia.
La Fundación para la Libertad de Prensa (FLIP), analizó 42 contratos celebrados por la entidad, y encontró prácticas que distorsionan el objetivo que persigue la publicidad oficial, pues el 73% de los recursos fueron asignados a dedo por medio de la contratación directa, y muchos de los objetos de los contratos se enfocan en promocionar la gestión de un funcionario en particular.
Estos episodios de contratos de propaganda explican en gran parte –sustentado con la exposición constante mediática de obras puntuales presentadas no como ejecutorias normales de un administrador público, sino como circunstancia excepcional y maravillosa- de la construcción del espejismo en el sentido que Barranquilla andaba en senderos de desarrollo después de más de medio siglo esperando que los lastres históricos con el viejo y obsoleto modelo portuario se recompusieran milagrosamente para el retorno ineludible de las viejas glorias urbanas con el sentido de un “pionerismo” y de irrupción incontenible de las nociones –por cierto inconclusas y fragmentarias- de la modernidad.
Parecía que así era. Vendieron ese espejismo por toda Colombia. El estilo de la cheveridad y el vacile del Junior y el Carnaval como eje ciudadano cultural, borrando parte de la historia con el pretexto que estaban inventando una ciudad que no existía. Obvio; ante la vista alucinada de gran parte de una ciudadanía domesticada en rechazar sus deberes y obligaciones, una masa acrítica y segmentada sin capacidad de comprender las fracturas socio económicas de las diversas ciudades que habitan en el mismo territorio de Barranquilla. Una especie de Adanismo de los nuevos líderes borrando la historia, incluso los tradicionales colores rojo, amarillo y verde de la bandera cuadrilonga por blanco, negro y verde: la reinvención de los símbolos históricos: un antes y después de yo, en un desafuero del ego digno de algún estudio de psicología analítica.
Pero antes de los “ilusionistas” si había y bastante. La ciudad era dueña de sus empresas de teléfonos, agua, aseo y electricidad. Nada menos que el exitoso modelo fue transcrito; hasta en el nombre, por las poderosas Empresas Publicas Municipales (EPM) de Medellín, hoy una multinacional de servicios públicos. Estaba el Centro Artístico, un experimento híbrido público y privado que impulsaban las artes, (música, danza, pintura y literatura) con eventos internacionales de primeras figuras en recitales, perfomances y exposiciones en galerías de la ciudad. Bienales Interamericanas de Arte. Parques, proyectos y teatros (entre ellos el Municipal, después Amira de la Rosa) por la Sociedad de Mejoras Publicas; en fin, unos procesos culturales que permitieron en los años cincuenta la consolidación de la industria disquera barranquillera, las propuestas de la Orquesta Sinfónica de Barranquilla a cargo del maestro Pedro Biava con sus proyectos pedagógicos y operísticos, el tono alegre del merecumbé de Pacho Galán, la vida descrita en sus libros como habitante de la ciudad del premio Nobel de literatura Gabriel García Márquez con el grupo de Barranquilla y el despliegue triunfal de la estética de Alejandro Obregón en el plan de describir la flora, fauna y agobios de la convulsa sociedad colombiana.
Todos esos desarrollos culturales sucedieron en Barranquilla y no fue hecho casual que la firma de constitución del Ministerio de Cultura en 1997 sucediera en el amplio parquecillo frente a la escuela de Bellas Artes de la Universidad del Atlántico. Una ciudad de ímpetu cultural reconocido a nivel nacional e internacional y famosa por la actitud cívica de sus habitantes sin que hayan mediado pagos publicitarios, espejismos ilusorios ni nada por el estilo. Un proceso cultural que sustentaba los económicos y estos, en interacción, los retroalimentaban. En suma, para no hacer más prolijo el recuento histórico no solo no han inventado nada los magos ilusionistas, sino que lo que hubo era inmensamente superior sin tanta bulla, maquetas o renders esplendorosos.
Es que la actual ilusión se construye precisamente a partir de la destrucción de esos activos éticos, patrimoniales y sociológicos. Ante la nulidad administrativa de alcaldes títeres colocados a dedo en milimétrica repartición política burocrática desde el modelo del Frente Nacional y su alternancia bipartidista, lo que vino después fue un intento de rebelión contra las élites del Movimiento Ciudadano para luego del descalabre de sus propuestas, apareciera la revancha de los grupos políticos ahora bajo un esquema financiero político prometiendo cambios que se tradujeron en que cualquier proyecto era bienvenido, sin discusión ni debate. bajo el argumento mediocre de “peor es nada”, justo donde aparece el aserto social de excusa “roban, pero hacen”.
Parte de ese proyecto político cooptó a varios medios de comunicación –algunos de ellos de su propiedad- para borrar cualquier intento de crítica o análisis, desapareció las nociones de democracia y descentralización de los ciudadanos y convirtió en mansas ovejas de su rebaño al coadministrador, el Concejo. Una hegemonía absoluta que miraban con envidia otros políticos del mismo talante en Colombia a ver que podían aplicar del exitoso modelo.
Aterricemos. Toda la ciudad moderna, -“perfecta”, la denominó sarcásticamente Cecilia López- fue colocada en entredicho con la aparición del virus covid-19 que atacó, no solamente la parte sanitaria con los bajos niveles de responsabilidad social de gran parte de los habitantes de Barranquilla, sino también colocó en serias dudas el modelo ilusorio que habían estado promocionando desdeñando todo aquello que no representará obras –cemento- y contratos.
Las cifras económicas de la ciudad venían mostrando índices negativos en relación con las otras áreas metropolitanas de Colombia desde hace varios años (se encuentra en séptimo lugar), contracción en el consumo, alta tasa de informalidad laboral (60%), tugurización en las viviendas, escasa oferta laboral, alta tributación –en la única ciudad de Colombia en que se pagan dos impuestos a la telefonía celular es en Barranquilla-, tres valorizaciones que si se presentan cuadros comparativos entre lo prometido, recaudado y realizado el balance es desalentador, mayores cargas tributarias para compensar los endeudamientos, fallas, altos precios y corrupción en las empresas de servicios públicos, hechos que si son estudiados y analizados a fondo por inversionistas extranjeros los lleva a la inevitable conclusión que es preferible buscar una sede con mayores beneficios y proyecciones. Hace tres años un estudio demostró que los pagos en el sistema laboral formal a profesionales son los más bajos de Colombia, produciendo en consecuencia una inmigración permanente de jóvenes recién graduados a otras ciudades que les ofrezcan mejores perspectivas de remuneración.
Grave la cosa esa migración de talento joven, pero escondida cuidadosamente por los ilusionistas que presentaban precisamente el panorama contrario: prosperidad y progreso por todos los costados visibles; regresamos nuevamente al modelo, en obras públicas puntuales. Todo ese entramado de medias verdades de la propaganda se ha derrumbado como un castillo de naipes –nada del otro mundo tratándose de espejismos- ante la arremetida de la pandemia frente a una ciudad propensa por tan graves problemas socio económicos que tiene una gran proporción de sus habitantes con necesidades básicas insatisfechas.
(https://www.minsalud.gov.co/plandecenal/mapa/analisis-de-Situacion-Salud-Barranquilla-2012-2015.pdf).
Hay una alta capa de población económicamente inactiva (PEI), esa misma franja que constituye la informalidad y cuyos recursos dependen de un esquema del rebusque del día a día. Ese es uno de los factores de florecimiento; entre otros, del sistema de crédito usurero de pago diario, las ventas callejeras, la invasión del espacio público, tasa de deserción escolar, baja cobertura para bachilleres de universidades y centros de formación técnica, del aumento de la criminalidad y de la saturación del precario sistema concesionado de salud pública en donde las aglomeraciones y colas son imagen diaria frente a una demanda que no cumplen, por escasos, los centros sanitarios. Por cierto, este sistema de salud fue promocionado; otra vez los espejismos, como el mejor del país. La pandemia desatada mostró su cruel realidad: era simple y pura ilusión.
El espejismo se rompe, precisamente, con la elección del actual alcalde Pumarejo que venía siendo presentado en diversas posiciones en un lapso de 10 años, socio del diario El Heraldo, al que se le hizo una pre campaña de casi 3 años y que gracias a la hegemonía, no tuvo contendores ni hizo campaña, apariciones de imagen diseñada por publicistas, sin programa pues no lo necesitaba y sin el indudable carisma de su antecesor que tenía su base de admiradores, hay que reconocerlo, por su “bacanidad” social.
No es necesario recalcar la cadena de errores del Alcalde Pumarejo y su gabinete que tal como señaló un periodista, parece que todavía no se hubiesen posesionado. Tumbos erráticos y sin el coraje de decir, públicamente, que ha hecho lo medianamente imposible a nivel de ayudas económicas –lo posible son las curiosas medidas de ley seca, toques de queda que nadie cumple y el jueguito perturbador –hasta El Heraldo cayó en la confusión- de seis cambios de pico y cédula; todo un record nacional. No ha dicho la verdad que lo haría libre de su viacrucis: que encontró a una ciudad sin presupuesto para afrontar una emergencia como la crisis del virus con un espacio social abonado para su vertiginosa expansión.
El viceministro de salud, Moscoso, ex Secretario de Salud en la pasada administración Char, por supuesto que se resguarda las espaldas para no intervenir un sistema de salud precario que colapsó. Ni modo, pues “era el mejor” y un ejemplo para otras ciudades de Colombia. Simples recetas de recomendaciones cosméticas pese a varios llamados de atención de la Procuraduría al Ministerio de Salud para que cumplan con requisitos mínimos.
Ante la arremetida del virus, diversos grupos de ciudadanos han pedido por redes, en derechos de petición, una concertación para encontrar propuestas y fórmulas de emergencia usando los consensos sociales. La respuesta del alcalde Pumarejo fue una reunión, ampliamente publicitada, por supuesto, con algunos líderes comunales barriales afectos que no llegó tal como era de esperarse, a ninguna parte. El modelo de producir un espejismo de falso consenso social y la consecuente publicidad en imágenes amplificadoras.
No es casual, ante todos estos factores sumados que el alcalde, en las últimas encuestas ostente cifras de desaprobación cercanas al 65% sin posibilidades de remonte, pues el repertorio de “caramelos, contentillos y dulces” para la ciudadanía se ha diluido, como corresponde a todo espejismo que se respete-: no habrá por ahora y posiblemente no se haga, la famosa asamblea del BID, la sede de la selección Colombia pasaría a Medellín, no hay copa América ni final en el Metropolitano, el puerto de aguas “profundas” es una ilusión de más de tres décadas sin soporte financiero, el tren ligero se lo llevó el viento y los planes de Mallorquín se ven cada vez más lejanos.
Los espejismos tienen la virtud de diluirse, esfumarse cual ensalmo de cubilete, con los cambios atmosféricos y las condiciones fisiológicas de los órganos de los sentidos de los seres humanos. Amira de la Rosa, aparte de dramaturga y diplomática, tenía también sus dotes de vidente. Acá va una prueba del aserto, un ilustrativo verso refiriéndose en metáfora a Barranquilla que muestra la triste realidad de nuestra condición urbana: “Ilusión del caribe blanco azul”.
Allí se encuentran las raíces de la “ilusión del caribe blanco azul” descrito en el verso de Amira de la Rosa en el himno de Barranquilla. Espejismo brumoso de un aparente desarrollo en obras puntuales
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