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Por: Jorge Villarreal Echeona
Lo primero que debe tenerse en cuenta es que los signos de puntuación se utilizan principalmente para segmentar unidades de pensamiento en una estrategia de combate.
Lo que uno hace con la escritura es ordenar las palabras en arsenales de guerra, con objetivos muy precisos: transmitir unas ideas que, a manera de emisarios, entren en los fortines mentales para conquistar al oponente.
La palabra fue el primer mecanismo artificioso creado por el hombre para el sometimiento humano.
El escritor no es sino un comandante que, conforme a determinada estrategia, envía sus ejércitos en batallones organizados de acuerdo a un plan de ataque muy concreto. Hay que saber que cada párrafo es un escenario de batalla, donde los escuadrones de las frases, toman posiciones para enfrentar ciertos objetivos con una infantería que por momentos se comporta de manera prudente y por momentos de manera arrojada.
La infantería son las palabras. La caballería son las metáforas, que a veces saltan por encima del orden lógico para tomar por sorpresa los reductos de la resistencia en la mente del lector. Y así, avanzan de párrafo en párrafo, hasta llegar al punto final.
En estos combates un buen general saca sin dilaciones fuera del escenario las palabras flojas, cobardes y timoratas. Igualmente, aquellas floridas que se les da por presentarse al combate muy acicaladas. Cada palabra debe llevar el estilete preciso para entrar en el torrente sanguíneo del contrincante. Y cuando sea preciso…¡utilizar un contundente garrote!
Entonces, las comas y los puntos no son para que el lector tome un respiro. Eso no es así; al lector hay que dejarlo sin el aire vital. Hay que llevarlo desde el torniquete asfixiante hasta el ahogo de muerte o a la derrota final. Esas puntuaciones son en realidad redobles marciales para marcar el paso, para aguantarlo, detenerlo un poco o acelerarlo cada vez que se requiera conducirlo hasta el momento del asalto definitivo en la fortaleza mental del lector.
Claro que a veces es necesario ejecutar unos esguinces distractores para confundir al adversario; y entonces sí, llega el momento del inicio de esa danza ritual en que arropamos a la víctima indefensa en el ensalmo del beso mortal; ese que anticipan las bestias antes de la dentellada final.
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