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Por: Carlos Polo
@carlospolo_escribe
Los cuentos «Putas asesinas» y «La parábola del trueque», de Roberto Bolaño y Juan José Arreola, hablan de nuestras características identitarias y culturales, pero sobre todo se centran en personajes femeninos arquetípicos. El análisis comparativo de estos dos textos arroja como resultado un juego de espejos distorsionados en donde la mirada de los autores se asoma para intentar a través de la ironía (Arreola) o de la denuncia y la venganza (Bolaño) mostrar el papel que desempeña la mujer en nuestra sociedad machista y patriarcal. A continuación, se analizan los rasgos comunes, sus búsquedas estéticas, las marcadas diferencias en ambas historias y el tratamiento de los personajes.

Roberto Bolaño y Juan José Arreola pertenecen a generaciones distintas y a acervos culturales diferentes. Bolaño nació en Chile en 1953 y Arreola en México en 1918, lo que arroja unos 35 años de diferencia. Podríamos decir que los separa un abismo generacional, y una diferencia geográfica y cultural que demarcó y especificó sus derroteros estéticos y que a la vez influyó de forma definitiva en su apuesta narrativa. Esos contrastes se evidencian al analizar el papel fundamental que juega la mujer como sujeto narrativo en los cuentos «Putas asesinas» de Bolaño y «Parábola del trueque» de Arreola.
Putas asesinas
Putas asesinas es el segundo volumen de cuentos publicado por Roberto Bolaño. El libro, conformado por trece cuentos, se publicó originalmente en el 2001 en la editorial Anagrama. El cuento que le da el título a la obra es el séptimo. Contado en segunda persona, a la manera de un monólogo íntimo, personal, esquizoide, la narradora le habla directamente a un hombre y va desenvainando la historia a través de digresiones y saltos temporales disruptivos. De acuerdo con la descripción que en un momento hace —«te he atado de manos y de pies a una vieja silla, te he puesto un esparadrapo en la boca»—, comprendemos que el hombre está sometido, lo que nos lleva de inmediato al centro del conflicto, una mujer frente a un hombre subyugado, que mantiene al lector en vilo. Al rato nos enteramos de que la narradora identificó al hombre por televisión, a través de un juego de fútbol televisado, y por la descripción que hace nos da a entender que este es un hincha futbolero impetuoso y furibundo. Tras obsesionarse con él, la narradora aborda su motocicleta, llega al estadio y en la tribuna lo aborda, se vale de sus encantos para seducirlo y lo convence de que se vayan juntos hasta su apartamento, en donde tienen relaciones sexuales. Aunque Bolaño no es del todo explícito a la hora de aclarar la situación, el sujeto al que la narradora somete y posteriormente asesina, al parecer, es víctima de una venganza injusta e injustificada. La narradora lo llama Max y este dato nos lleva a pensar que quizá el verdadero Max violó o ultrajó a la narradora en un pasado lejano. El hincha futbolero no la conoce, no le ha hecho ningún daño, nunca la había visto, no es culpable de la ira de la asesina, de su dolor, de su resentimiento, de su rabia vengativa… El azaroso destino le jugó la peor de las malas pasadas a este hincha futbolero al que la narradora califica como xenófobo, homofóbico y machista. A medida que empieza a despuntar el alba, la narradora culmina su venganza diciendo que él (el príncipe vehemente) y ella (la princesa inclemente) al fin se han encontrado.
Parábola del trueque
Confabulario definitivo fue publicado en 1952 y es considerado el libro de cuentos más representativo del creador mexicano Juan José Arreola. «La parábola del trueque» forma parte de esta obra. Es un texto irónico, fantástico y burlesco que narra la llegada de un extraño mercader a un pueblo olvidado pregonando un extraño trueque, el cambio de las esposas ya viejas y usadas por unas nuevas, relucientes y doradas. Casi todos los hombres del pueblo aceptan el descabellado trueque y trocan a sus leales esposas por las «doradas» y bellas rubias nuevas, con una sola excepción, el esposo de la abnegada y siempre fiel Sofía, a quien le gana la duda y la cobardía. En un principio, todo el pueblo le recrimina su actitud, hasta la misma Sofía, quien adivina en su consorte el miedo, la duda y no la firmeza, la convicción, la lealtad y el amor. La fantástica situación da un vuelco cuando los esposos empiezan a encontrar en sus flamantes y nuevas esposas terribles defectos, el brillo empieza a atenuarse y resulta que el dorado de 24 quilates no es más que un vil engaño y el extraño mercader resulta un astuto estafador. Todos los maridos burlados se vuelcan en búsqueda del mercader timador, mientras Sofía continúa en casa recriminándole a su esposo su hipócrita cobardía. Al final del relato, el esposo de Sofía siente que salió victorioso, que su acto de constricción valió la pena.
En la «Parábola del trueque», Arreola ironiza con esa condición de sumisión a la que está sometida la mujer en su entorno, y a la vez, como en una especie de cruel parodia, la reduce a la categoría de objeto susceptible de remplazar en un sencillo intercambio comercial. En el universo temático de Arreola, la mujer, la moralidad, tanto como la religiosidad provinciana, se convierten en una constante. La agudeza imaginativa de Arreola y sus logros en los procesos de verosimilitud tienen que ver, pues, con la elección de problemas que son comunes en la sociedad contemporánea: la pérdida de confianza en las instituciones, la sumisión de la mujer o el deterioro de las relaciones de pareja y del núcleo familiar, la enajenación y la soledad perniciosa del hombre; en suma, la pérdida del sentido de colectividad.
El personaje femenino, otra mirada
En ambos autores, la literatura es el pretexto para la ironía, para la trasgresión y la denuncia social. A diferencia de Bolaño, Arreola es mucho más conservador y comedido y quizás mucho más crítico frente a lo que bien podríamos llamar el papel de la mujer en la sociedad occidental. Ambos tienen la virtud de adentrarnos en universos que, sin ser reales, resultan sumamente creíbles; los dos son diestros en la verosimilitud, esa característica fundamental de la literatura y que está presente en ambas poéticas. Es por ello que no nos resulta absurdo imaginar a esa bella puta asesina seduciendo al despistado barrista futbolero que cae redondo en sus garras y termina amordazado y a merced de la desconocida. Tampoco resulta ilógico descubrir entre los textos de Arreola a un mercader «arrastrando su convoy de pintados carromatos» por las polvorientas calles de un pueblo y gritando: «¡Cambio esposas viejas por nuevas!».
En «Putas asesinas», la mujer es consciente de su cuerpo, de su atractivo, de las armas que le proporcionan sus curvas y las utiliza aprovechando la debilidad y la urgencia sexual del prototipo del macho promedio al que no le costó demasiado esfuerzo convencer, tenderle la trampa, llevarlo a la cama y dominarlo hasta reducirlo a un patético saco de llanto, espasmos e hipidos, aunque «no es nada personal», como anuncia la narradora del texto. Al respecto, Adán Toro Toledo comenta lo siguiente: «En la misma dinámica de subversión llama la atención en el relato el hecho de que la mujer tenga amordazado al hombre. Si se entiende que con el lenguaje se puede configurar una visión de mundo, de sí mismo y que a la mujer se tiende a su silenciamiento, la imagen de este amordazamiento puede interpretarse como la anulación vengativa de la posibilidad de configurar su mundo al hombre, Max, como referente».1
La narradora de «Putas asesinas» no es un dechado de virtudes, tampoco es la típica heroína en problemas definida en los cuentos maravillosos estudiados por los formalistas rusos: más bien este personaje, en donde recae la carga dramática, es una criatura averiada, maltratada por la vida que usa sus atributos físicos y el sexo como una herramienta, como una trampa para atraer al objeto de su velada venganza, y que se erige en una especie de mantis religiosa lista para descabezar a su pareja después del coito.
Tratando de develar la forma de subversión que plantea Bolaño en este personaje, se puede apreciar como la mujer, consciente de que su cuerpo es un objeto de deseo, manipula esto a su favor, lo usa como carnada para atraer a los hombres, y de esta manera puede cobrar venganza contra el género masculino. El hombre, por su parte, se presenta como un ente ingenuo y sin control de sus impulsos sexuales, lo que facilita su asesinato. «Lo que da cuenta además de que la mujer también tiene el poder de la destrucción del otro masculino, por tanto la victimización de la mujer queda invertida por ser victimaria»,2 señala Adán Toro Toledo.
La Sofía de Arreola es una mujer sometida, dependiente, silenciosa y retraída. Aparentemente, no es el focalizador interno desde donde se mira la perspectiva de la historia, muy distinto a la asesina de Bolaño, la cual es el espejo desde donde se miran y se dibujan cada uno de los acontecimientos narrados del relato, en donde ella es puta y es reina, es sexualmente activa y es juez y verdugo, no siendo ese el caso de la Sofía paciente que se conforma con no haber sido cambiada en un trueque absurdo por un marido dubitativo. Sofía se culpa a sí misma, de acuerdo con el mismo narrador-personaje, de que su esposo no tiene una mujer nueva y rubia de veinticuatro quilates como el resto de los hombres del pueblo que consumaron el trueque. Arreola escribe: «Ella estaba tranquila, bordando sobre un nuevo mantel las iniciales de costumbre. Ajena al tumulto, ensartó la aguja con sus dedos seguros. Sólo yo que la conozco podía advertir su tenue, imperceptible palidez. Al final de la calle, el mercader lanzó por último la turbadora proclama: “¡Cambio esposas viejas por nuevas!”. Pero yo me quedé con los pies clavados en el suelo, cerrando los oídos a la oportunidad definitiva. Afuera, el pueblo respiraba una atmósfera de escándalo. Sofía y yo cenamos sin decir una palabra, incapaces de cualquier comentario».
En ambas poéticas la mujer es vista y tratada desde un ángulo distinto con relación a la narrativa tradicional. Tanto en Arreola como en Bolaño hay un enfoque lingüístico particular y una intención personal que buscan remover los preceptos canónicos, ya sea convirtiendo a su personaje en una asesina fría, dueña de su sexualidad y de los impulsos de su cuerpo, o degradándola a la categoría de objeto, pero con la clara intención que se devela en la voz del anunciador que busca ironizar la situación del hombre y su banalidad. Sobre esto último es necesario tomar en cuenta lo que propone Fabio Jurado Valencia: «En la narrativa de Arreola pareciera que todas las actitudes del hombre estuviesen determinadas por su relación con la mujer. Esta es una idea que despunta a medida que vamos adentrándonos en el universo narrativo de sus cuentos».3
La puritana y la puta; la esposa fiel y abnegada, esa Sofía que no sabe ocultar el júbilo y sale a la calle ataviada con sus mejores ropajes a enrostrarles a los hombres del pueblo su garrafal equivocación; o la asesina fría y calculadora que odia a los hombres por sobre todo y que en cada una de sus víctimas consuma su venganza.
Dos autores ambivalentes
Roberto Bolaño nació en Chile y fue una especie de trotamundos que se instaló largas temporadas en México y en España. Fue un autor de ruptura que solía adentrarse en los aspectos más oscuros y sórdidos de la condición humana valiéndose de una prosa revestida de una honestidad brutal que por momentos golpea y sacude al lector desprevenido. Considerado como el autor latinoamericano más influyente después de la resaca que dejó el Boom, de Bolaño se puede decir que paría sus salvajes criaturas como estando al filo de la cornisa; casi siempre les regaló en sus relatos una especie de guiño a los marginales, a los fracasados y a los desequilibrados de toda índole que conformaron la sustancia y la esencia de su obra narrativa.
Su acercamiento a diferentes culturas, el intercambio de identidades y de acervos culturales le permitió asimilar un mundo amplificado que se revela en su escritura con aire cosmopolita y que se puede identificar en sus atmósferas; quizás por ello en «Putas asesinas» Bolaño trata, aunque no sea a profundidad, el tema de las barras bravas, esas tribus urbanas que son convocadas por el balompié, el deporte más popular de todo el planeta. En medio de ese ambiente de estadio y graderías, Bolaño introduce a su misteriosa y seductora asesina, quien extrae a su víctima de uno de esos templos en donde se erigen plegarias a un dios pequeño y redondo y a sus semidioses ataviados con guayos y pantalones cortos. Este universo contemporáneo al que Bolaño se ve abocado, a lo mejor por su confesa pasión por el fútbol, es un universo reciente con el que autores y lectores jóvenes se sienten identificados; Bolaño se erige en una voz familiar que les habla de cerca, en su mismo lenguaje, casi al oído. Las barras bravas se pueden considerar como un fenómeno reciente y su inclusión en la literatura también. Bolaño no ha sido el único en emparentar la experiencia de la afluencia a los estadios y los fanáticos con la literatura; también desde distintas ópticas lo han hecho Fontanarrosa, Villoro, Javier Marías, Vázquez Montalbán, Eduardo Galeano, entre otros reconocidos autores que han tocado este tema en su narrativa. Un fenómeno de identidad de masas tan seductor a cuyo canto los escritores de este tiempo no han sido indiferentes, ni tampoco a la rica naturaleza de esas historias que han estado ahí aguardando para ser contadas, un fenómeno que nos brinda uno de los tantos retratos de la conducta del hombre contemporáneo y su cultura popular.
En cuanto a Arreola, fue un autodidacta que no alcanzó a terminar la primaria. Buena parte de su infancia y juventud la vivió en la provincia de Ciudad Guzmán, Jalisco (Zapotlán el Grande). Recién cumplida la mayoría de edad, instalado ya en la capital, es permeado por el teatro, al que quizás le debe su oscuro sentido del humor y la ironía. Pese a su escaso acervo académico, Arreola se convierte en un lúcido ensayista, un consumado narrador y un poeta de hondas emociones. Fue maestro de literatura, actor, jefe de circulación de un periódico y ajedrecista aficionado. Vivió una temporada en París. Cada una de estas vivencias y el mismo entorno cultural los fue incorporando de manera consciente en su poética, siempre plagada de humor, de juegos y recursos lingüísticos en donde la línea divisoria entre la realidad y la fantasía es casi inexistente. Si en Bolaño y en sus letras cohabitan el fútbol y las barras bravas, en Arreola, además de ese sarcasmo punzante que lo hace inventar un universo en donde es posible cambiar las esposas viejas por unas nuevas en un trueque, también habitan el tablero, las negras y blancas fichas de una de sus más acérrimas pasiones, el ajedrez. En una entrevista, Juan Cervera interroga al Arreola apasionado por el ajedrez sobre la relación entre el tablero y la literatura, a lo que el autor mexicano responde: «Es fácil ganar la apertura; lo importante es llegar al final, aunque sea tablas».4
Su infancia provinciana y muy marcada por la religiosidad impuesta en la familia demarca tal vez los derroteros de una poética fina y elevada que aún hoy por hoy mantiene a Arreola en ese podio de las letras mexicanas que comparte al lado de su amigo y contemporáneo Juan Rulfo. El contexto cultural de Arreola lo hizo un autor mucho más sobrio con relación a la visceralidad manifiesta en la obra de Bolaño y es por ello que el papel que juegan la mujer en una y otra obra es disímil en la forma, mas no en el fondo. Arreola es jacarandoso, teatral y por momentos satírico, y las mujeres en su obra, incluyendo a la cándida y dependiente Sofía en la «Parábola del trueque», son representadas en un contexto tradicional y conservador, pero solo en apariencia.
Textos y técnicas
«Putas asesinas» es un relato fragmentario que pareciera que se complementara y armara como un pequeño puzzle enlazado en pequeñas piezas, microrrelatos dentro del relato principal. Una especie de juego de muñecas rusas en donde al destapar la primera surge otra más pequeña y así sucesivamente hasta llegar a la última muñeca. El relato principal tiene como núcleo el asesinato del barrista por parte de la enigmática narradora, que cumple una venganza que recuerda el cuento «Emma Zunz» de Jorge Luis Borges. Sin embargo, en este texto se organiza su material narrativo sobre la premisa de la venganza; pero a través de las amplificaciones representadas en acciones, en puntos de vista o diferentes focalizaciones internas o externas, dispone las secuencias y los personajes, en distintos tiempos, haciendo uso de recursos como la analepsis y el suspense, dejando adrede ciertos vacíos que el mismo lector debe ir llenando. La narración no es lineal y es así como el estadio y la víctima, a la que la asesina denomina a su antojo Max, un nombre con el que alude al personaje que presumiblemente la agredió en la infancia, se convierte en uno de los microrrelatos del texto, como también lo constituye el recuerdo de la agresión, motivo por el cual la mujer se convierte en asesina; por lo menos es lo que logramos inferir en medio de los silencios y de los datos que se guarda Bolaño.
El momento de la identificación de la víctima, la preparación, la elección de la ropa adecuada y la salida del apartamento a bordo de la motocicleta es otro microrrelato más que ayuda a construir la arquitectura total del texto. El hombre amordazado, neutralizado, disminuido, vulnerable, completamente a merced de la mujer enferma que le enrostra unas justificaciones que el sujeto no entiende, es otro pequeño relato más dentro del metarrelato que se va tejiendo y nutriéndose a sí mismo entre cada uno de los hilos que Bolaño va disponiendo para construir la historia total, la muñeca grande de la que van surgiendo las otras pequeñas muñecas. La llegada al apartamento también se constituye en otra de esas pequeñas muñecas, otro microrrelato adherido a la trama: «Y así, indemnes, llegamos a mi casa en las afueras. Te sacas el casco, te tocas los huevos, me pasas una mano por los hombros. Tu gesto esconde una dosis insospechada de ternura y de timidez. Pero tus ojos no son todavía lo suficientemente tiernos ni tímidos. Te gusta mi casa. Te gustan mis cuadros. Me preguntas por las figuras que en ellos aparecen».
La puta motorizada y asesina es la que narra todos los hechos y al cierre del cuento es donde revela, no de manera explícita, pero sí en clave de otro microrrelato, el porqué de sus acciones violentas contra hombres que no le han hecho nada: «El castillo es oscuro, enorme, frío, y tú estás solo. Pero sabes que hay otra persona escondida en alguna parte, sientes sus lágrimas, sientes su desnudez. En sus brazos te aguarda la paz, el calor, y en esa esperanza avanzas, sorteas cajas llenas de recuerdos que nadie volverá a mirar, maletas con ropa vieja que alguien olvidó o no quiso tirar a la basura, y de vez en cuando la llamas, a tu princesa, ¿dónde estás?, dices con el cuerpo aterido de frío, haciendo castañetear los dientes […]».
El cuento no da luces en cuanto a la descripción topográfica, pero el lector intuye que la historia se desarrolla en Barcelona, ciudad que tiene una arraigada tradición futbolera, barristas e hinchas furibundos; además, es una ciudad en donde Bolaño vivió una larga temporada. Allí la mujer, la asesina, la dama de la noche independiente, dueña de sí misma y de su cuerpo, se erige en una princesa inclemente que vive una vida aparentemente holgada, con apartamento propio, motocicleta y una vida autónoma que le facilita sus fines oscuros; en las frases finales del texto es más lo que se guarda Bolaño para que lo resuelva al lector, que lo que revela, dejando en el aire muchas más preguntas que certezas: «Y por fin llegas a la cámara central, y por fin me ves y gritas. Yo estoy quieta y no sé de qué naturaleza es tu grito. Solo sé que por fin nos hemos encontrado, y que tú eres el príncipe vehemente y yo soy la princesa inclemente».
«La parábola del trueque» es un texto corto, lineal en su trama, donde apenas se perciben los saltos en el tiempo. En este universo —por cierto, muy arreoleano—, se mezclan con sutileza la fantasía y la realidad. Aquí el autor hace gala de su agudeza imaginativa y de su destreza narrativa para sensibilizar a los posibles lectores acerca del papel de la mujer en «las sociedades modernas», sin dejar de apelar al sarcasmo y al humor negro. En el ensayo «La representación de la mujer en la narrativa de Juan José Arreola», Fabio Jurado Valencia anota: «No se trata de la crítica facilona a la función de la mujer en Occidente sino de una actitud y una concepción muy profunda sobre las relaciones entre el hombre y la mujer. Diríamos mejor que se trata de una interpelación a los potenciales lectores, a través de construcciones simbólicas, en torno a la necesidad de repensar lo que ha sido y es la mujer hoy».5
En «La parábola del trueque» no hay suspense, Arreola juega con las cartas volteadas. No obstante, en esa aparente trama lineal, se pueden adivinar recursos como la ironía y el sarcasmo, que le sirven a Arreola para desenmascarar el modo en que es percibida la mujer por el hombre, sobre todo en el contexto de la sociedad latinoamericana. Usando breves elipsis, Arreola nos lleva como tomados de la mano por una trama que pareciera sencilla, pero que no lo es en su fondo ni en su contenido. El drama de las parejas enfrentadas a largas y complejas convivencias, el orden matrimonial y la misma estructura de la familia son expuestos en un texto atemporal que recurre al humor para recordarnos qué tan superficiales pueden llegar a ser los hombres, que ante la primera posibilidad de un cambio, de acceder a la novedad, por lo menos en el texto de Arreola, sucumben sin remedio al llamado del mercader que les ofrece la posibilidad de salir de sus «viejas y usadas» esposas. «El primer hombre que notó algo extraño se hizo el desentendido, y el segundo también. Pero el tercero, que era farmacéutico, advirtió un día, entre el aroma de su mujer, la característica emanación del sulfato de cobre. Procediendo con alarma a un examen minucioso, halló manchas oscuras en la superficie de la señora y puso el grito en el cielo».
Los hombres obnubilados por los nuevos y resplandecientes cuerpos que brillaban como lingotes de oro no tuvieron reparo en comerciar con sus propias mujeres e intercambiarlas sin importar los apegos emocionales que Arreola omite deliberadamente en el caso de los demás hombres del pueblo, pero que pone en primer plano en su narrador personaje, que es el único que duda y que vacila, pese a que se mantiene firme a la piel morena de su Sofía.
Al final del texto, el esposo —narrador en primera persona— reconoce que ha salido victorioso luego de su acto de restricción, de constreñimiento, y que en relación con los demás hombres del desolado pueblo, él resulta ser el afortunado. El cuento concluye con el siguiente párrafo: «Sofía no es tan morena como parece. A la luz de la lámpara, su rostro dormido se va llenando de reflejos. Como si del sueño le salieran leves, dorados pensamientos de orgullo».
Los espejos distorsionados
La narradora-protagonista de «Putas asesinas» es una mujer de alguna forma emancipada, dueña de su erotismo, de su tiempo, de sus recursos y de su propia casa en las afueras, que, tal como deja entrever Bolaño, es el templo donde no solo satisface sus placeres sino también donde consuma su acto de venganza. La Sofía de Arreola, en contraposición a la citadina asesina, es una mujer provinciana que no lleva el peso de la narración en sí, tampoco la perspectiva focalizadora de la historia; no obstante, es su relación íntima y directa con el personaje-narrador, en este caso el esposo que no renunció a ella, la que le termina entregando la relevancia dentro del texto convirtiéndola en la médula misma de la historia. Sofía es recatada, silenciosa, abnegada y en ningún momento Arreola le cede el sujeto narrativo de la historia, aunque sea su personaje el pretexto mismo para poner de relieve la forma en que es mirada la mujer en la sociedad latina, una sociedad en donde impera el machismo. Ambas mujeres se asoman al mismo espejo y, aunque en un principio no se reconocen, la imagen que se refleja es una sola, independientemente de cuál de las dos esté revisando el reflejo, porque en esencia son la misma. En el fondo, Sofía y la puta asesina no son dos mujeres diferentes, aunque los autores les hayan inoculado marcadas diferencias emocionales, físicas, económicas y culturales. Ellas son, a fin de cuentas, todas las mujeres hispanoamericanas bregando en ese duro escenario de lucha de poderes que son las relaciones entre hombres y mujeres.
En el imaginario de Bolaño y Arreola, ambas mujeres se convierten en una especie de espejo distorsionado de la otra, pero terminan trasgrediendo las limitaciones impuestas por el medio, la una imponiendo su voluntad con su pasividad y la otra tomando la iniciativa e imponiéndose con la violencia de sus actos. Al final, en el centro del conflicto, sigue estando la relación con el hombre, con el otro, que daña, subyuga y deja una herida tan profunda que se convierte en violencia asesina, o con aquel que también se queda y no cae en la tentación de un absurdo trueque.
Bolaño, un cordial y a la vez furibundo visceralista, y Arreola, un autodidacta soñador y confabulador de mundos fantásticos, nos regalan en estos dos cuentos un cuadro único y definitivo de su visión particular de la mujer, de esa mujer imaginada que se abrió paso en su proceso creativo y buscó un lugar, una voz propia y particular, a través de esos mundos que les fueron revelados por «obra y gracia» de los dioses de la palabra.
Carlos Polo es magíster en Literatura Hispanoamericana y del Caribe. Ha publicado Polifonía de colores, Testamento de la barriada, La suerte del perdedor, Las malas noticias llegan primero, Rapsodia para reclutas asustadizos (ganó el Concurso Nacional de Cuentos de la Universidad Industrial de Santander, UIS), Es de noche cuando los gatos son pardos (primer puesto Premio de Novela «Estuario» del Portafolio de Estímulos de Barranquilla) y Cantos azules y otras estaciones peligrosas. Fue redactor y cronista del periódico El Heraldo. Actualmente es asistente de dirección y jefe de prensa del Carnaval Internacional de las Artes, jefe de prensa del Festival Internacional de Cuenteros «El Caribe cuenta», tallerista literario de la Fundación CECREAS, entre otros puestos.
Bibliografía
Arreola, Juan José. Confabulario. Editorial Planeta, México, Planeta, 1999.
Bolaño, Roberto. Putas asesinas. Editorial Anagrama, Barcelona, 2001.
Notas
1 Esta cita es tomada del ensayo “Mujeres transgresoras en la obra de Roberto Bolaño”, de Adán Toro Toledo, que fue publicado en el 2009 en la revista chilena Nueva Fénix
2 Ibíd.
3 Esta
referencia fue tomada del artículo “Representación de la mujer en la obra de
Juan José Arreola”, de
Fabio Jurado Valencia, publicado en el primer número de la revista Literatura,
Teoría, Historia y Crítica.
http://www.revistas.unal.edu.co/index.php/lthc/article/view/46311/47897
4 Originalmente
esta entrevista fue publicada en la Revista Mexicana de Cultura, pero yo la
tomé del blog del entrevistador. http://lainter-poesia.blogspot.com.co/2012/11/juan-jose-arreola-entrevista-por-
juan.html
5 Otra cita tomada del artículo “Representación de la mujer en la obra de Juan José Arreola”, de Fabio Jurado Valencia.
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