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 Por: Jorge Guebely

Sumidos en la confusión que provoca el desconcierto, los colombianos vemos desfilar los horrores que opera el Estado: policías desbocados que asesinan ciudadanos inermes, militares desquiciados que siembran terror en los campos, líderes populares masacrados, juventud aniquilada con sevicia, pobreza maquillada con cifras, empleos mediocres, juventud sin futuro, pequeñas y medianas empresas asfixiadas, el campo destruido, el medioambiente lacerado por compañías extranjeras… Todo sucede ante nuestros ojos sin que podamos distinguir el rostro de los verdugos

Fatigados de tanto horror, hemos internalizado la violencia como condición natural colombiana, como maldición divina, como pésima biología nacional. No percibimos la mezquindad oculta de los latifundistas, ni la violenta esquizofrenia de los narcotraficantes, ni la voracidad insaciable de los grandes capitales empresariales, ni la codicia desquiciada de los grandes banqueros, verdaderos enemigos de los colombianos excluidos, de los triturados por la voracidad de una elite ultraconservadora de extrema derecha. Absortos en el desastre social y humano, terminamos pidiendo auxilio al verdugo. Tan absurdo como las vacas que piden compasión a su matarife.

Fuerzas oscuras de las que hablaba el expresidente Virgilio Barco. Las que visibilizan políticamente el Cetro Democrático, el Partido Conservador, Cambio Radical. También los liberales desteñidos; los que, al desteñirse, se les nota la conciencia azul. Las mismas que han gobernado desde Bolívar hasta Duque. Las que conciben a Colombia como una hacienda gigante, de cultura pre-moderna, anterior a la revolución francesa. Cultura de hacendado, de la fuerza bruta, del chimpancé con escafandra humana.

Las mismas que construyeron innumerables guerras durante el siglo XIX. Y asesinaron líderes nacionales: Rafael Uribe Uribe, Jorge Eliecer Gaitán… Y ejecutaron genocidios de liberales durante La Violencia y militantes de la UP. Las que engendran dirigentes monstruosos y carismáticos como Laureano Gómez y Álvaro Uribe Vélez… Las que utilizan las fuerzas públicas y aliadas para borrar opositores y sembrar terror. Las que empobrecen la educación pública para cultivar el atraso mental y humano, el terreno abonado para su perpetuación.

Ante tanto desastre social y humano, nos salva la lucidez humana para romper esta confusión, este retardo cultural, esta parálisis del miedo. Abracemos todas las formas legales para alcanzar la dignidad de los colombianos avasallados: la calle, el medio de comunicación… Las urnas que esperan por un voto inteligente, capaz de distinguir el rostro de los verdugos, sus inhumanas banderas y la voz de sus políticos oficiales. Démosle credibilidad a Abraham Lincoln, uno de los tantos padres de la democracia, cuando afirmaba: “Una papeleta de voto es más fuerte que una bala”.

Nota: El contenido de este artículo, es libre, espontáneo y de completa responsabilidad del Autor  jguebelyo@gmail.com