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Por: Adlai Stevenson Samper
La historia comienza con la epidemia de cólera morbo que azoto ferozmente a Barranquilla en 1849 y cuya mortandad produjo el colapso definitivo del cementerio ubicado en donde hoy se encuentra el parque de la Libertad, la iglesia y colegio antiguo de San José y biblioteca departamental Meira Delmar. Una familia del barrio Arriba del río tenía una imagen de San Roque de Montpelier, conocido por sus hazañas en detener epidemias y enfermedades, a la que iban temerosos muchos fieles católicos rogando sus bienaventuranzas en torno al cese de los terribles flagelos urbanos que causaba la enfermedad.

Así fue. San Roque alejó con bríos, por lo menos de manera temporal la peste, así que un grupo de vecinos y el gobernador de Sabanilla inician tramite el 12 de septiembre de 1853, cuatro años después del paso devastador del cólera el correspondiente tramite de construcción de la iglesia sobre la calle 30, una de las vías de salida de la ciudad, ante lo cual la autoridad diocesana respondió prontamente que imposible tal hecho pues la iglesia de San Nicolás –la única de Barranquilla- se encontraba en grave estado y la prioridad era encaminar las fuerzas terrenales en adecuarla y no desperdiciarlas en pos de una nueva.

Pero las autoridades eclesiásticas de Cartagena de Indias, que tenía mando sobre Barranquilla, no pensaban lo mismo y es así como en 1852 el previsor y vicario general de la Diócesis de Cartagena, Manuel Amaya, divide a la ciudad en dos distritos parroquiales: el del norte (Centro) conformado por San Nicolás de Tolentino, y el sureño, por San Roque, aumentando el tono agrio de las disputas entre Ruiz, liberal y Bernardino Medina, Obispo de Cartagena, conservador. Este último, en represalia por el acto de insubordinación de Ruiz, le quitó las prebendas eclesiásticas dejando sin validez todos los actos que hiciera en calidad de cura los cuales quedaron, bajo los dogmas de la iglesia católica, sin ninguna validez. Posteriormente, bajo el manto de la Constitución liberal de 1863 de Rionegro, el obispo Medina fue desterrado por las autoridades político administrativas liberales a causa de sus posiciones sectarias.

La causa de la negativa de la iglesia católica en otorgar vía libre a la construcción de la iglesia de San Roque se encontraban dentro de los ámbitos deteriorados de la iglesia de San Nicolás, que era poco concurrida, con mínima feligresía debido a que gran parte de los que podían auxiliarla en los menesteres de mantenimiento eran protestantes, masones y judíos, que por supuesto estaban desligados de los aconteceres de la iglesia católica.
En el polémico libro de los historiadores José Ramón Vergara y Fernando Baena: Barranquilla: su pasado y su presente, editado en 1922 por el banco Dugand comentan un hecho anterior que ofrece luces sobre el debate cismático eclesiástico:
El día 25 de enero de 1876 llegó a esta ciudad el Obispo de Santa Marta, señor José Romero, y en virtud de haber sido adscrito a aquella diócesis el distrito parroquial de Barranquilla, como antes hemos dicho, el ilustrísimo obispo citado abrió su primera visita pastoral en la misma fecha de su llegada.
Fue incontable el número de confirmaciones que hizo durante su permanencia en esta ciudad del prelado de quien venimos hablando, debido a que el señor Medina, Obispo de Cartagena, había descuidado pasar visita pastoral a esta parroquia.
El descuido, por llamarlo era total. Una ruina que prestaba servicios a medias para una feligresía casi inexistente y un estado general de postración, incluida la del cura Ruiz de San Nicolás que es posible que habiendo vislumbrado el pérfido presente haya decidido emprender caminos a otros puertos urbanos para continuar con su misión pastoral. Por ello, los impulsores barriales y el cura Rafael Ruiz, vinculado a la masonería local, promotor eclesiástico de la idea, no se amilanaron ante la respuesta negativa y decidieron, a motu proprio, en contra de los dogmas de la iglesia y de sus superiores, proseguir en la idea de la construcción de la iglesia a San Roque colocando la primera piedra del nuevo templo el 31 de octubre de 1853 en un dilatado periplo de construcción que duró 4 años, 3 meses y 16 días, con una apertura provisional a la feligresía alborozada el 15 de agosto de 1857.
El problema era de fondo político. Al sector del barrio Arriba se le había agregado, extramuros, una masa de artesanos, trabajadores y pequeños comerciantes del mercado que eran ideológicamente afines a las progresistas ideas liberales, mientras que en el Centro quedaba la rancia clase de burgueses comerciantes, latifudistas, transportadores y comisionistas; percibidos y asimilados al conservatismo. En suma, para los barranquilleros de esa época San Roque de Montpelier era liberal y San Nicolás de Tolentino, conservador.
Pero la iglesia de San Roque no estaba terminada. Igual que sus antecesoras, las cripticas catedrales góticas, se encontraba en proceso permanente de construcción. En 1875, la iglesia recibe aportes de miembros de la elite local, entre ellos el banquero –y propietario de un sector de los edificios aledaños a la iglesia de San Nicolás- Esteban Marquez, que ante petición piadosa del obispo de San Marta, importa una tejumbre de barro cocinado traído desde Curazao. Parece que todo este cumulo de circunstancias diluyeron las fricciones entre las iglesias con sus respectivas feligresías de San Roque y San Nicolás.
La solución final fue una desmembración parroquial con todas las de ley con la separación funcional de las feligresías, hecho de notables repercusiones políticas y urbanas posteriores. El Obispo Romero, de Santa Marta, determinó:
Decretamos: Desmembrase de la parroquia de San Nicolás de la ciudad de Barranquilla, y su distrito, toda la parte de la línea que pasa por el medio del callejón llamado de la Tenería, prolongada en los extremos oriental y occidental, hasta terminar la jurisdicción de dicha parroquia. Por consiguiente corresponden a la supra citada parroquia los caseríos o fracciones de Sabanilla, Salgar, La Playa y Camacho, y a la parte desmembrada se agrega la de Juan Mina.

Elíjese con la parte desmembrada de San Nicolás, la parroquia de San Roque y constitúyase en iglesia parroquial la capilla del mismo nombre.
Sepárense de la jurisdicción del cura de San Nicolás, a todos los fieles que viven en la parte desmembrada de la cual se ha formado la parroquia de San Roque. Estos fieles solicitarán del cura de San Roque, la administración de los Santos Sacramentos y con él se entenderán para cualquiera acto del culto público.
La parroquia de San Roque gozará de todos los fueros, privilegios y exenciones, que le correspondan, ya por derecho, ya por costumbre y pagará a la de San Nicolás como en honor, la décima parte de los diezmos que produzca anualmente, según el decreto respectivo.
Éste decreto tendrá su cumplimiento desde el día 3 de agosto, y para su ejecución se comisiona al presbítero José Tomás Santodomingo, capellán del Hospital de Caridad de la ciudad de Barranquilla.
Dado en la sala de nuestro despacho, firmado por nosotros y sellado con nuestro sello y refrendado por nuestro infrascrito secretario en Santa Marta a 30 de julio del año 1881.
José, obispo de Santa Marta.
Por mandato de S.S.I,
My Manjarrés, Presbítero.
Así, monseñor José Romero accedió a consagrar la iglesia de San Roque en parroquia el 30 de julio de 1881. A finales de 1899, en plena guerra de lo Mil Días, el sacerdote Manuel de la V. Coronel hace un levante de planos y en 1900, Monseñor Adán Brioschi obispo de Cartagena coloca, otra vez, la primera piedra de la nueva iglesia de San Roque en una dilatada construcción de 14 años en donde interviene, dándole la actual forma, el arquitecto holandés Antonio Stoute y es entregada a la comunidad salesiana.

Las tensiones sociales y políticas de la feligresía de San Roque continuaron durante todo el siglo XX. Mientras que la iglesia de San Nicolás fue lentamente abandonada en sus alrededores por su ilustre feligresía, la pobrecía de San Roque y la barriada cercana de Rebolo crecían con desmesura produciendo, en los arrabales dejados por la desecación de las viejas ciénagas alimentadas por los caños del río Magdalena, tras la desaparición de los antiguos barrios de Monigote y Takunga, la zona negra en donde el sacerdote lituano Stanley Matutis, párroco de San Roque, emprende una vasta labor de dignificación social con escuelas, talleres de artesanías y dispensarios. En cambio, la feligresía de San Nicolás, mudada, ida a otros sectores huyendo esta vez de la “pestedumbre” de un Centro deteriorado y abarrotado de gentes todas las clases que dañaban la paz idílica de los miembros de la elite que prefirieron mudarse, en sucesivas oleadas, al barrio Las Quintas a fines del siglo XIX, y El Prado y Bellavista, a inicios de los XX, a los que sumarian la clase media empoderada en los barrios Boston, Recreo y Delicias.
San Roque quedó firme en su zona y es así, de sus lares, donde surgieron a finales del siglo XX, proyectos políticos que lograron la Alcaldía de Barranquilla y convirtieron al Rincón Latino, del Movimiento Ciudadano liderado por el cura Bernardo Hoyos Montoya, en eje transitorio del poder en la ciudad, pasándolo del norte –la vieja disputa con San Nicolás-, al sur, al espacio del santo de las pestes: San Roque. Posteriormente, la feligresía norteña, tal fue la denominación dada en la segregación de las parroquias, toma el poder.
Una tensión social, religiosa y política que se ha desarrollado a los largo de los últimos tres siglos en Barranquilla.
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