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Por: Jorge Guebely

Frente a un café, Milán Kundera nos compartía el compromiso de la literatura. Su lucha contra el olvido del ser humano, contra los desmanes de cualquier poder estatal que desnaturalice a las personas y las convierta en objetos deleznables. “Un buen escritor sólo rinde cuentas a Don Quijote”, afirmaba.

Basta leer la novela, “1984” de George Orwell para concederle la razón. Para descubrir cómo un Estado distópico, a través de los eufemismos, distorsiona la realidad, embrutece la masa y suaviza las infamias. Obra abundante en bellos eufemismos envenenados. “Ministerio del Amor” llama a la institución que implementa la sumisión al Poderoso; “Ministerio de la Paz”, a la encargada de promover la guerra; “Ministerio de la verdad”, a la que tergiversa la historia. Horrendos artificios gubernamentales que promueven lo contrario de lo que predican.

El “Ministerio de la Abundancia” urde la pobreza, la usa como estrategia de poder. Mantiene a las masas intencionalmente al borde de la miseria. Sin miserabilizarlas por completo, las somete a través de la ilusión y la esperanza. Le basta una parte miserable para aterrorizar a los otros, para que avizoren el destino de la insumisión.

Ministerio invisible, propio de cualquier régimen, programa el terror cotidiano de la hambruna dosificada, el miedo de no encontrar el pan de cada día, para imperar a través del temor. A través de empleos miserables que ganan mendrugos emponzoñados para aliviar momentáneamente el estómago, pero que nunca alimentan al cerebro.

Institución de poder que evade la miseria total, la indigencia universal. Suficiente con la pobreza mayoritaria para dominar, para evitar los levantamientos populares, los peligros de la rebelión. Mejor jerarquizar la estrechez para contar con el apoyo de los menos estrechos.

“Ministerio de la Abundancia”, organismo del sistema encargado de planificar el alimento, de cuidar que no sea suficiente para que nadie piense, para que nadie sea crítico. Para evitar los estómagos debidamente alimentados porque estimulan el pensamiento. Mejor rebajar al ciudadano a su estatus primitivo de animal, a que suceda sus días detrás de un alimento para no morirse de hambre. Más fácil doblegar a una bestia hambrienta que a un ser humano pensante.

Según Kundera, leer una novela es leerse a sí mismo, enfrentarse a un espejo que nos refleja el faltante de nuestro ser individual y social. Descubrir que, a la guitarra de nuestra conciencia, “le falta la sexta cuerda” como lo poetizó César Vallejo. Leer “1984”, nos devela una Colombia distópica, tan inhumana como la sociedad distópica de la novela.

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