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Por: Adlai Stevenson Samper
Con la pésima gestión de Iván Duque, reconocido en las encuestas por sus altos índices de desfavorabilidad del 61%, nadie en uso de la sensatez política quiere reconocerse para las próximas elecciones en su ubicación política la cual coloca a Duque, su partido Centro Democrático y al jefe natural y líder instigador Álvaro Uribe Vélez en la extrema derecha. No hay reconocimiento implícito o explícito a tal hecho pues saben que se encuentran en mala posición en las próximas elecciones asumidas, además, con la perspectiva de optómetra que vislumbra Uribe con la lacónica frase: “ojo con el 2022”.
Así es. En el 2022 es posible; a menos que aparezcan milagrosos chocorazos vía registraduría, salvadores providenciales actuando a motu proprio, de capitanes avizores para salvar el hundimiento del barco tipo Ñeñe Hernández, que la extrema derecha pierda la presidencia de la república bajando el caudal de senadores, así que han vislumbrado los brillos y atracciones que todavía el apellido Uribe para jalonar fuerzas propias lanzando a las esferas de precandidato, impulsado por la revista Nueva Semana y su directora Vicky Davila, el nombre fantástico de Tomás –tomas otro periodo?- un talentoso muchacho emprendedor hijo del máximo líder incuestionable y mesiánico.
En el otro extremo del espectro político se encuentra Gustavo Petro que arrostra el caudal de los pasados 8 millones de votantes y que se encuentra en la mayoría de las encuestas serias –menos las de Semana y las pagadas por ellos mismos- de primero en la campaña para “ojo con el 2022”, el oculista pronostico agorero de Uribe Vélez. Según la perspectiva, Petro estaría en la extrema izquierda y llevaría al país a una peligrosa concentración de poderes tipo Castrochavismo, manida consigna que fracasó ampliamente en las elecciones de USA pero al que todavía reviven cuando perciben que se les acaba el aire ideológico político.
Pero aquí empiezan las equivocaciones pues Petro no se encuentra en la extrema izquierda, sitial curioso que estaría ocupado por una amplia gama de antiguos troskistas, militantes vinculados a movimientos armados o en plan de desarme, anarquistas y una variada gama del espectro en ese sentido del cual, por perfil actual, escaparía Petro. Ante el temor que el movimiento de Petro, aliado con el Polo Democrático y otras fuerzas gane en las próximas elecciones –ojo con el 2022- empezaron los inventos de los miedos y las estrategias de crear un sector “moderado” que sea atractivo para el electorado, gente “decente” y confiable que les quite votos a la izquierda ubicándolos en un supuesto centro del espectro político confiados que al final debiliten al candidato de la izquierda –Petro o quien sea- y bajo ese factor, en una probable segunda vuelta la alianza de derecha y centro liquide a la de izquierda.
A eso se reduce todo el juego de las ubicaciones políticas y nada más. A estrategias para confundir los electores pescando en río revuelto. La “solladera” llega a tales extremos que el presidente Duque; en tono alegre e ingenuo, dijo que él se encontraba en la ¡izquierda de la extrema derecha! Cuesta imaginarse ese utópico espacio político producto de alguna desesperación en la estrategia muy probable de hacer creer en una falsa división del partido Centro Democrático y sus aliados, una especie de fractura interna que les permita separar estratégicamente líneas tomando distancia del desastre del gobierno Duque.
Allí aparecen como los salvadores de la patria de todo el espectro político, entre izquierda y derecha, un supuesto centro moderado alejado de las lisuras sociales que podría cometer la izquierda en el poder, con suficiente tono conciliatorio, amable componedor para darles partes de tranquilidad a la derecha y los usufructuarios del poder económico –el verdadero cuento tras bambalinas- que como se sabe a través de mediciones e índices, son muy poco, mínimos, escasos convirtiendo a Colombia en uno de los países del mundo con mayor concentración de riqueza, exclusión social propiciando estructuralmente procesos de migración, pobreza agobiante y violencia en todas las dimensiones posibles. Llevamos en tal sentido ganados varios campeonatos mundiales.
El centro –no el Democrático- sino el centro político evitaría que las cosas llegasen al extremo de profundas reformas estructurales que cambien el atroz panorama de iniquidad social y económica que tiene Colombia actualmente. Puestos a escoger entre cambio y reforma, siempre irían por la segunda. Entre mantener el status quo de grupos económicos poderosos y el conjunto de la sociedad, se inclinarían indefectiblemente por los primeros; sin ambages, sin dudas de ninguna naturaleza pues en ese sentido la tienen clara, aunque posen de avanzados políticos, de cuestionadores de políticas de la derecha en perfiles y encuestas. Hay variopintos ejemplos al respecto en alcaldías y gobernaciones.
Por supuesto que no todos los que están en el centro tienen esa claridad conceptual. Algunos actúan con portentosa buena fe asumiendo que su postura, en la coyuntura histórica que presenta Colombia en la actualidad, es la correcta y necesaria. Ese singular hecho nadie lo pone en duda, sus plecaras buenas intenenciones, pero si a la pluralidad de sus componentes con personajes del calibre de Sergio Fajardo, cuestionado por sus curiosos pasos en el proyecto Hidroituango, su extraño laconismo y las alianzas que tejió en Medellín con el uribismo para evitar que el actual alcalde Daniel Quintero resultará ganador. No le convenía, pues parte del discurso electoral de Quintero Calle fue precisamente sobre Hidroituango y todo el descalabro social –con masacres y migraciones a bordo-, financiero y ambiental.
Con Fajardo, que es el candidato “escondido” del centro a través de varias curiosas alianzas del partido Verde con fuerzas similares, se vislumbra un desplazamiento de la extrema derecha hacia el centro para impedir que la izquierda se tome el poder y deshaga al país que se han inventado en los últimos 20 años en ejercicio del poder o, en un viaje más atrás, de toda nuestra historia republicana. Curiosa paradoja que ahora, por ejemplo, el líder Uribe Vélez ande pregonando reformas legislativas en pro de los trabajadores, gratuidad de universidades y otros embelecos cuando precisamente en su gestión hizo todo lo contrario, entregándole la salud, pensiones, sistema financiero estatal a los grandes e insaciables tiburones –como en la canción de Rubén Blades- que andan merodeando para esquilmar a la gran masa del pueblo colombiano atónita ante estos espectáculos de poder y mega concentración de riqueza.
Como si esto fuera poco aparece una “nueva” opción denominada de centro derecha –ya mencionamos que Iván Duque se ubica, según sus cálculos, en la extrema izquierda derecha- conformada por ex alcaldes, todos narcisistas y egocéntricos: Antonio Peñaloza, Federico Gutiérrez, Alex Char, los ex gobernadores Pérez y Dilian Toro y una lista de líderes regionales con peso electoral. Por supuesto que el tal centro derecha no existe y es una consigna a la medida, pret a porter, para sumar votos en una alianza de la derecha unificada para la segunda posible vuelta. Ninguno de los opcionados integrantes de esta alianza tiene real capacidad de provocar una variación significativa en las urnas y muestra que tras la unión aparente y posible de estas fuerzas regionales, aparezca la figura providencial de Antonio Peñaloza que es realmente el único de todo que parece tener perfil nacional tal como el domingo 21 de febrero lo presentara en sociedad, públicamente, el diario El Tiempo de Bogotá.
El invento del centro sigue en su apogeo. Allí entraría el liberalismo buscando donde guarecerse, el partido de la U, Cambio Radical, todos con fisuras extremas a su interior. Nadie le apuesta a ser etiquetado de derecha o extrema derecha y es menester camuflarse tras un ropaje escenográfico aunque ninguno por decencia le haya explicado a los posibles electores, al país en general, en que consistiría un programa político de centro derecha que es igual a la metafísica propuesta por el presidente Duque alineado en su imaginación en una extrema izquierda de la extrema derecha.
Todos son rótulos y tonterías de marca mayor sin consistencia ideológica, filosófica ni política. Por lo menos en las rencillas, rencores, revoluciones entre liberales y conservadores en los siglos XIX y XX se adivinaban una serie de posturas en torno al manejo del estado, las libertades individuales, la sujeción a dogmas latifundistas y de la iglesia católica, con la excepcional paradoja del misterioso interregno del golpe de estado de Rojas Pinilla cuestionado por sus arrebatos de dictador, por su visión de grandes obras de ingeniería, su amor a la ganadería y la propulsión de programas sociales a través de Sendas, el INA y otras instituciones similares. Un misterio la llegada al poder y otro más su salida por la puerta trasera. Pregunta obligada: ¿Rojas era de centro, derecha o izquierda? Esto último viene a colación pues tras el robo de las elecciones de 1970 dio origen a un movimiento guerrillero, el M-19 en donde militó Gustavo Petro.
Ese afán de ubicarnos en el espectro político con esas denominaciones curiosas ambidextras sin real soporte en programas, ideario, derrotero o itinerario. Ese afán de engañar todo el tiempo. Todo un paradigma bobo de marketing político para tratar de acomodarse a las circunstancias que muestra la agorera frase de Uribe: “ojo con el 2022”.
¿Y usted, es de derecha, izquierda, centro o todo lo contrario?
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