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Por: Percy Bustes
Empezó cuando era niño. Once o doce años de edad. Para ir al colegio tomaba unos ómnibus muy viejos. Era la línea “8” pero la llamaban “El Pistolero” por el ruido que generalmente hacían los motores de lo mal que estaban. Me sentaba cerca a la puerta de salida para no batallar con la gente cuando llegara a mi paradero. Aunque no era legal, casi siempre esa puerta permanecía abierta para facilitar la rápida salida de los pasajeros o porque se había quedado atracada. Desde mi asiento, observaba a las personas que, faltando pocas cuadras para llegar a su destino, se paraban indefensas, frente a esa peligrosa puerta abierta. En ese momento se me ocurrió que, estando todavía el ómnibus en movimiento, con un leve empujón, podría tirar de cabeza a esa persona contra el pavimento.
Empezó como un juego. Muchas veces durante el trayecto ideaba diferentes formas para expulsar a los que se paraban en ese lugar del vehículo. Nunca se lo conté a nadie, ni a mis amigos pues temía que pensaran mal de mí. Luego me empecé a sentir culpable por esas ideas. Decidí pensar en otra cosa, pero, mientras más trataba de olvidar mis oscuras intenciones, más me “pegaba” en el tema. Peor aún, durante el resto del día no me podía concentrar en mis clases y sentía remordimiento por todo lo que pasaba por mi cabeza. No sabía a quién acudir, cómo conseguir ayuda. Me daba miedo solo el pensar lo que podía ocurrir si alguien se enteraba.
En los años subsiguientes hubo muchos episodios más; en el colegio, en la Universidad, con los profesores; en mi vida laboral “ahorqué” a varios jefes, quemé varios edificios. Siempre en secreto, con vergüenza. ¿Es que acaso era una persona mala? ¿Me estaba volviendo loco? ¿Por qué me pasa esto a mí?
Tuvieron que pasar 40 años desde ese viaje en la línea “8” para enterarme que yo no era el único, que muchísimas personas de diferentes edades, sexo o condición social pasan cotidianamente por situaciones similares y que hay diferentes técnicas para superar estos pensamientos atemorizantes, obsesivos o inquietantes.
La mente es muy ligera y es normal que de vez en cuando, sin razón aparente, tengamos pensamientos negativos. Todos los tenemos. Estos pensamientos normalmente cruzan por la mente y luego desaparecen. En mi caso, yo le prestaba demasiada atención a estos pensamientos por lo que casi siempre volvían y se repetían y cada vez que volvían, atraían una atención que no merecían y se atascaban.
¿Por qué a mí se me atascan estos pensamientos negativos?
Puede ser una de dos razones:
La primera es genética. Esta tendencia se transmite en la familia y está asociada a varios rasgos heredables. Si algún familiar mío lee esto y me cuenta que le pasa lo mismo, posiblemente tengamos una respuesta.
El segundo factor es el estrés. Cuando de niños nos hemos sentido abrumados por sucesos positivos o negativos, o cuando nos hemos enfrentado a enfermedades o situaciones graves o vivido en un hogar conflictivo, disfuncional; nuestra mente será proclive a quedarse enganchada con este tipo de pensamientos no deseados.
Existe algo muy extraño y frustrante respecto a los pensamientos negativos: Cuando más arduamente intentamos no pensar en ellos, más fuertes e insistentes se vuelven.
El esfuerzo parece funcionar al revés y nosotros terminamos creyendo que debemos redoblar nuestros esfuerzos, agrandando el problema. Ante un contenido agobiante que ha pasado por nuestra mente, sea agresivo, sexual, absurdo o de cualquier otro tipo, lo juzgamos, discutimos con él o intentamos tranquilizarnos respecto a él. La decisión es nuestra. Podemos centrarnos en el pensamiento o la sensación y en los intentos por racionalizarlo, explicarlo y comprender su significado o simplemente lo sacamos de nuestras mentes.
Ya desde hace 2,500 años, el budismo se centraba en que las emociones más dañinas, son el miedo, la ira, la culpa y la insatisfacción. Todas ellas son emociones poderosas, que tienden a ser invasivas y quiebran nuestro equilibrio interno. Se combaten identificándolas, aceptándolas y dejándolas ir.
En lo personal, en estos tiempos difíciles, en los que la incertidumbre es la constante, he podido en la gran mayoría de los casos dejar de engancharme con situaciones que no merecen el rango de importantes. Si el día está muy malo y las ideas confusas empiezan a revolotear, me pongo de meta sólo llegar al final del día (o me acuesto más temprano) y en todos los casos, al día siguiente, las cosas se vieron muchísimo mejor.
Quiero terminar, compartiendo los “Seis pasos para reducir la angustia ante un pensamiento” que expone la Dra. Sally Winston en su “Guía para superar los pensamientos atemorizantes, obsesivos o inquietantes”:
Paso 1: RECONOCER Y ETIQUETAR-Consiste en hacer una pausa e identificar al EGO que en ese momento se está manifestando. ¿Cómo lo identificas? -Analizando los sentimientos que te provocan: ¿Es miedo disfrazado de ira? o ¿Es orgullo disfrazado de autoestima? Una vez identificado, si es muy ligero lo ignoras y lo dejas ir; pero si viene fuerte se le debe enfrentar, inclusive poniéndole rostro (mientras más feo, mejor).
Paso 2: SÓLO SON PENSAMIENTOS — Recuerda desenterrar la información que ya conoces: Que esos pensamientos son automáticos y puedes dejarlos en paz sin correr ningún riesgo. Debes distanciarte del EGO; no eres tú el que tiene ese pensamiento. Al identificarlo, debes rechazar lo que el EGO te hace pensar y luego actuar (si procede).
Paso 3: ACEPTAR Y PERMITIR – Acepta y permite los pensamientos de tu mente. No intentes alejarlos.
Paso 4: FLOTAR Y SENTIR – Flota por encima de la contienda y permite que los sentimientos simplemente estén ahí. Concéntrate en lo que es, en lugar de en el “¿y qué pasa si …?”
Paso 5: TIEMPO AL TIEMPO – No te precipites. Observa tu ansiedad y tu angustia desde un punto de vista de curiosidad atenta, pero desinteresada.
Paso 6: CONTINÚA – Aunque aparezcan los pensamientos invasivos, sigue con lo que estabas haciendo antes de que llegaran.
Si este tema te resuena o si deseas contarme tu experiencia escríbeme por favor a: percy.bustes@gmail.com
Nota: El contenido de este artículo, es libre, espontáneo y de completa responsabilidad del Autor