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Por: Alfredo Felipe Martínez Agamez

Un día me levanté, con las ganas de recorrer, los municipios y rincones de nuestro departamento del Atlántico, he podido hacer un cronograma de actividades, que poco a poco le vamos haciendo para cumplir. La meta es visitar, conocer y mostrar cosas interesantes de este macondiano vividero.

En la lista esta Soledad, un municipio, perteneciente al área metropolitana de la ciudad Barranquilla, lleno de muchas historias y anécdotas que merecen ser contadas. Para tal fin, contactamos al periodista, profesor, historiador y enamorado de la cultura soledeña, Fernando Castañena; a quien le llamé y conté la idea de recorrer parte de Soledad en su compañía, para que me narrará la historia antigua y reciente de este conglomerado humano.

El trabajo lo hicimos caminando, tomábamos tinto callejero, él fumaba, y sudábamos como loco, ya que ese día el sol estaba más caliente que nunca. Entre saludos y abrazos que él le daba a sus coterráneos, grabamos el documento fílmico. En cada tema que tratábamos, me sorprendía su capacidad de guardar datos, fechas y la forma como hablaba de muchos protagonistas de la historia antigua y reciente de esta municipalidad.

Para Fernando, uno de los soledeños que el más admira y respeta es al poeta Gabriel Escorcia Gravini, quien nació el 19 de marzo de 1891. Hijo de Felipe Escorcia e Isabel Gravini. Falleció el 28 de diciembre de 1920, a la edad de 29 años. Cuando estaba próximo a cumplir dieciséis años de edad, le diagnosticaron la Lepra.

Cuenta el historiador “El médico cedió ante la solicitud del alcalde de la época Luís De la Hoz C., para que les permitiera a los padres de Gabriel, construirle un cuarto en el patio de su casa, dónde fue confinado y al que el bardo soledeño llamó su Celda Cristiana”

Este recorrido fue sorprendente y muy enriquecedor, de principio a fin, y me deja ese sabor agridulce que da cuando se descubre a través del conocimiento las verdades y las mentiras. El no dimensionar las riquezas y fortalezas que tenemos y como los corruptos y deshonestos vuelven nada los legados y las tradiciones.

Te invito a ver nuestra película histórica de Soledad.

La Gran Miseria Humana

Una noche de misterio, estando el mundo dormido, buscando un amor perdido pasé por el cementerio. Desde su azul hemisferio la luna su luz ponía sobre la muralla fría de la necrópolis santa, en donde a los muertos canta el búho su triste elegía. La luna sus limpideces a las tumbas ofrecía, y pulsaba el aura umbría el arpa de los cipreses, y aquellas lobregueces, de mi corazón hermanas, me inspiraron, y, con ganas de interrogar a la Parca, entré a la glacial comarca de las miserias humanas.  Acompañado del cierzo los difuntos visité, y en cada tumba dejé una lágrima y un verso. Estaba allí de perverso entre seres no ofensivos, ¿Fui a perturbar los cautivos en los sepulcros desiertos? ¡No!… fui a buscar a los muertos por tener miedo a los vivos. La noche estaba muy bella y el aire muy sonoro, y una dalia de oro semejaba cada estrella y la brisa sin querella, por ser voluble y ser vana, en esta mansión arcana corría llena de embelesos, poniendo sus frescos besos en la gran miseria humana. La luna seguía brillando en el azul de los cielos, y las nubes con sus velos sin miedo la iban tapando, y en procesiones pasando por la inmensidad secreta, iban… y la brisa inquieta retozaba en el sauz que emperlaba con su luz Diana, la novia del poeta. La luna que, Diana es, en aquella hermosa noche, se abría como el áureo broche de una flor de esplendidez, sentí vacilar mis pies en tan lúgubre mansión, y me senté en el panteón con la lira en una mano, y como un revuelto océano temblaba mi corazón. Bajo de un ciprés sombrío y verde cual la esperanza, con su fúnebre asechanza estaba un cráneo vacío; y sentí pavor y frio al mirar la calavera, pareciéndome en su esfera de que se reía de mí, y yo de ella me reí viéndola calva y tan fiera. Dime humana calavera: ¿Qué se hizo la carne aquella que te dio hermosura bella cual lirio de primavera? ¿Qué se hizo tu cabellera tan frágil y tan liviana dorada cual la mañana de la aurora el nacimiento? ¿Qué se hizo tu pensamiento? ¡Responde, miseria humana!  Calavera, sin pasiones di: ¿Qué se hicieron tus ojos con que mataste de hinojos a idílicos corazones, que repletos de ilusiones te amaron con soberana  pasión, que no era villana? Y en estas horas tranquilas di: ¿Qué hiciste tus pupilas? Contesta, miseria humana. Aquí donde no hay tropel, calavera sin resabios, di: ¿Qué se hicieron tus labios tan rojos como un clavel y dulces como la miel de la camia romana? Esos, tus labios de grana llenos de pasión mentida, ¿Qué se hicieron en la vida? Responde miseria humana. Calavera a quien feliz besa la luna de plata, di: ¿Por qué te encuentras ñata sí era larga tu nariz? ¿Dónde está la masa gris de tu cerebro pensante? Dónde tu bello semblante Y tú mejilla rosada, que a besos en noche helada quiso comerse un amante? Aquí donde todo es calma contesta, cráneo vacío: ¿Qué se hizo tu poderío y el placer de tu alma? ¿Qué fue de la aurina palma que te dio el amor un día tu altivez?, tu bizarría, tus sonrisas que mintieron, dime, dime, ¿Qué se hicieron? ¡Oh! Calavera sombría. A mis interrogaciones el cráneo blanco callaba, mientras la luna alumbraba sarcófagos y panteones Y dije sin aflicciones: si eres el cráneo de aquella que, en la vida sin querella, me despreció con desdén ¡despréciame ahora también, eclipsa otra vez mi estrella! Estamos en la mansión de la austera realidad, ¿Qué se hizo la liviandad que tenía tu corazón? ¿No respondes? Mudos son tus labios, que pronunciaron cosas que ya se tornaron en pálidas flores muertas, cosas que no siendo ciertas ¡A mi pobre alma mataron! Aquí en esta soledad que solo cruza el cocuyo, dime ¿Qué se hizo tu orgullo tu amor y tu vanidad? ¿Qué se hizo tu potestad de persona soberana y mentirosa y galana que ostentó tanta belleza? y di: ¿Qué se hizo tu grandeza? Responde miseria humana Vanidad de vanidades solamente son tus galas ¡Oh! Mariposa sin alas llora sí, tus liviandades. Las áticas realidades te circundan con profundo marasmo, donde infecundo es el amor que iluminan, aquí es donde se terminan las vanidades del mundo. Aquí en este camposanto se terminan los amores, las alegrías, los dolores, el poderío y el encanto, secan los ojos el llanto y el mundo vivo suspira, aquí no llega la ira de la muchedumbre inquieta, aquí se termina el poeta y se enmudece la lira. En este mundo idealista de egoísmo y de censura, tan solo la sepultura Es la que no es egoísta. Ella recibe al humanista, al santo y al condenado, al pobre al acaudalado, al perverso, al bueno, al caco, al honrado, al ordo, al flaco, al bruto y al ilustrado. Al rodar del ataúd en la hueca sepultura, se igualan en línea oscura el crimen y la virtud, y en eterna lasitud queda todo movimiento, lanza gemidos el viento y la soledad aterra, y ruedan sobre la tierra los cráneos sin pensamientos. Aquí en este triste erial donde sucumbir es ley, el esqueleto de un rey al de un esclavo es igual. Aquí al toque funeral de la sonora campana, queda la cabeza cana como la del negro pelo y ñata dando recelo es la calavera humana. Aquí en este entristecido y lúgubre camposanto, termina del vate el canto y del músico el sondo, Del pintor el colorido, y de su cerebro, el foco se consume sin sofoco y solo queda el recuerdo, aquí tanto vale un cuerdo como lo que vale un loco. Todo corazón se aterra al llegar a esta mansión, viendo clavar el cajón que se comerá la tierra. Cuando una tumba se cierra el alma gime asustada y esa humana bandada que a otro hoy viene a sepultar, mañana en este lugar será polvo y será nada. En esta mansión glacial donde lo fatuo refleja, se pudre la carne vieja como la carne jovial. Aquí el necio se hace igual al urbano de ilustrada sociedad civilizada y aquí la diosa riqueza es igual a la pobreza, todo aquí es polvo y es nada. Y dijo la calavera: Aquí en ese camposanto se terminó todo mi encanto con que vanidosa era, se acabó mi cabellera que en un tiempo fue enflorada y mi mejilla rosada como gasa de arrebol, mis ojos que envidió el sol, aquí se volvieron nada! Tan solo el dolor es fuerte, la vida es vano capullo, yo vi acabarse mi orgullo bajo el peso de la muerte, ya todo es materia inerte. Y aquí en este lugar se tiene que terminar el genio que esplendor tiene, y melancólico viene las tumbas a visitar. Llorar en estos desiertos es una cosa muy vaga, porque el llanto nada paga ni resucita a los muertos, que de paños recubiertos están en la losa fría, aquí en un tétrico día cae el que peca, el que no peca, así, haciendo horrible mueca, la calavera decía. Aquí está la gran verdad que sobre el orgullo pesa, aquí la gentil belleza es igual a la fealdad. Aquí acaba la maldad y la bondad apreciada, aquí la mujer casada es igual a la soltera, me decía la calavera con una voz apagada. Yo soy el cráneo de aquella a quien le cantaste un día, poemas que no merecía porque no era sí tan bella como la primera estrella del oriente o el tulipán a quienes las auroras dan el rocío que se deslíe, aquí el que de mí se ríe de él mañana se reirán. Yo escuchando aquella cosa y lleno de horrible espanto, salí de aquel camposanto como veloz mariposa. La luna pura y radiosa vertía su lumbre fugaz y la calavera audaz dijo al verme correr:  ¡Aquí tienes que volver y calavera serás! Ante razón tan sentida corrió por el cuerpo mío un extraño escalofrío, casi perdiendo la vida. Con el ama entristecida meditando que mañana, por firme ley de la Parca, debo habitar la comarca de la gran miseria humana. Gabriel Antonio Escorcia Gravini

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