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Por: Jorge Guebely
Basta un instante de lucidez pedagógica para descubrir las trampas de la educación colombiana. Para develarnos el proceso continuado de amaestramiento, de alienación por cuenta de las ideologías imperantes. Para constatar su ausencia de humanismo; su incapacidad de formar seres humanos, conscientes de su esencia original, libre de toda mentira ideológica.
Educación que promueve la adaptación mental y obstaculiza al estudiante descubrir su propio ser. Fundamentada en ideologías, y toda ideología es conservadora, petrificante. Se alimenta con consciencias ideologizadas. Alienar, alienar, para que nadie descubra su ser y deambule en la confusión. Para que se perpetúe el mismo y tradicional paradigma humano. Cuando me descubro y “…me acepto tal como soy, puedo cambiar”, afirmaba Carl Rogers.
Primero, la educación tradicional, colonial, conservadora; contaminada de iglesia y moral aristocrática tercermundista. Fábricas de monjas y sacerdotes, de ciudadanos tradicionales y contradictorios. Amables en la periferia, pero implacables e inmorales en la intimidad.
Después, la educación liberal. Sistema surgido con la revolución francesa y la primera revolución industrial. Anclada en nuestro país a partir de la independencia burocrática. Origen de universidades napoleónicas, creadas para formar burócratas estatales. Instituciones educativas con el formato de fábrica para confeccionar obreros y patronos del nuevo orden económico. Material humano que acrecienta y consolida el capital de los opulentos.
Más recientemente, la educación marxista. Ideología menos dominante en el territorio nacional, interesada en formar revolucionarios, combatientes contra el sistema capitalista liberal-conservador. Y hoy en día, la variante liberal-conservadora, la formación neoliberal. Educación interesada exclusivamente en el dinero, en el negocio, el dividendo, en donde el dios supremo es la ganancia.
Aún no hemos construido una educación institucional con sentido humano. Ninguna ideología es humanista. Ningún Estado, fundado por la fuerza de una ideología, le interesa promover una educación que desarrolle al ser humano. No hemos institucionalizado una educación libertaria, que nos independice de las mentiras institucionales, de los artificios culturales, de las artimañas morales. Educación que no confunda, el amor con posesión, el respeto con estupidez, la inteligencia con picardía, la amabilidad con hipocresía, la democracia con el voto…
Educación para potenciar la sensibilidad humana y percibir el mundo como es, no como un molde ideológico. Para despertar las consciencias adormecidas y provocar “Un instante de lucidez, sólo uno; -donde- las redes de lo real vulgar se habrán roto para que podamos ver lo que somos: ilusiones de nuestro propio pensamiento”, como lo pensaba Ciorán. Para descubrirnos y aceptarnos tal como somos, y aligerar el camino hacia nuestro auténtico ser humano.
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