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Por: Jorge Guebely
Utópica democracia, fantástico cuento de Hadas. Nada que ver con “Gobierno del pueblo, por el pueblo, para el pueblo” como la pensaba Abraham Lincoln.
Lo pensaba, pero nunca lo practicó. Quizás era diferente su concepción de pueblo. Tal vez pensaba como los griegos antiguos: sólo eran pueblos los comerciantes y terratenientes, nuevos sectores económicos opuestos a la vieja aristocracia ateniense.
Los demócratas de hoy no superan el poder dictatorial ancestral. Permanecen anquilosados en el placer de mandar autocráticamente. No se liberan del mono interior, según el profesor Frans de Waal. Del orangután, diría yo.
Basta ver a Colombia. Aquí abundan los dictadores agazapados en la democracia. Existen los exitosos de la derecha como Uribe. Abusa del gran poder que le confiere una urdimbre de poderosos sectores: terratenientes y empresarios, banqueros e industriales, gente de bien y narcotraficantes también. Lo consolida a través de poderosas instituciones: Presidencia y Fiscalía, Militares y Paramilitares, Poder legislativo y judicial.
Existen los exitosos de izquierda como Petro. Crece con el poder que le confiere la clase media, la que se resiste a desaparecer, la que anhela ensanchar el colchón intermedio entre la extrema riqueza y la extrema pobreza. Crece con su discurso liberal, su concepción de Estado menos conservador, más acorde con los tiempos históricos actuales. Se lo ratifica una red de enardecidos petristas, tan frenéticos como los uribistas. Anormalidad mental generada por el tótem de un autócrata
Existen también los del medio, los dictadores frustrados, los que aún no cuajan poder. Flotan en la búsqueda de acuerdos programáticos que sólo son gramáticos, compromisos lingüísticos. Ninguna concepción clara y distinta de democracia, se los impide su interna autocracia ancestral. Sin la contundencia de Uribe o Petro, ondulan en la vacuidad. Ningún acuerdo les resulta posible por ser autócratas menores con aspiraciones mayores. Semejan a los presidenciables del Centro Democrático, pero sin ningún Uribe que lo discipline.
Y existe la peor de las autocracias: la autocracia popular. La de la multitud que idolatra el rejo de la verticalidad. La que sólo anhela redentores y caudillos. Su democracia sólo sirve para pedir prebendas y limosnear miserias. Ninguna dignidad humana merodea sus predios cerebrales, nunca fueron educados para ello.
Esclavizados por una educación atávica, la multitud sólo espera mesías celestiales y terrenales, terreno abonado para el cultivo de caudillopatías nacionales. Razón tenía Foucault: “Estamos combatiendo el poder en el lugar equivocado”. Un dictador no es más que el sentimiento comprimido de un país, un monstruo pre-humano engendrado en la consciencia de los pueblos.
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