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Por: ARNULFO VALDIVIA MACHUCA
El tigre vivía tristemente dentro de una jaula. Su domador todos los días le llenaba los oídos y el corazón de esperanza. “Yo te cuidaré “, le decía; “conmigo nunca tendrás nada que temer “, le repetía. Y cada noche remataba prometiéndole: “solo espera que llegue el momento para deshacerme de los dueños del circo y entonces seremos felices.”
Así, día tras día le regalaba aquello que la realidad le había negado durante toda su existencia: el anhelo de una vida mejor. Un buen día, los vicios de los dueños del circo, su decadencia y sus excesos, hicieron que el negocio quebrara. Eran dueños multimillonarios de un circo pobre; un pobre circo con mucho éxito pero que no le regalaba bienestar a nadie de los que en él trabajaban. El domador vio su oportunidad.
Los propietarios intentaron amenazarlo y le advirtieron que, si continuaba en su empeño de tomar el control del circo, se atuviera a las consecuencias. Valiente, les respondió: “no temo, porque en cualquier momento puedo soltar al tigre”. La situación empeoró, y un día fueron los propios dueños del circo quienes le ofrecieron al domador controlar el negocio.
El tigre sonrió y feliz pensó que por fin su emancipación había llegado. Fue un tigre feliz. Pero algo empezó a suceder con el domador. Poco a poco se volvió más lejano a las necesidades del tigre.
Este, sorprendido, pensó que quizá era algo temporal, pero el domador se fue pareciendo cada vez más a los dueños del circo. El tigre volvió a entristecer. Un día, alejado de la realidad y sin la sensibilidad que toda la vida lo había caracterizado, se atrevió a lo indecible: golpeó con ferocidad y desesperación al tigre. Al principio, el tigre atónito no dio crédito, pero a los pocos minutos enfureció y a zarpazos rompió la cadena que lo ataba.
Los payasos y los elefantes se asombraron y sin embargo corrieron a proteger al domador, pero se volvió imposible: como algún día el propio domador lo había predicho, el tigre se había soltado.
El tigre no escuchó más las palabras del domador. Él le pedía que lo disculpara, que se había equivocado, incluso lloró e imploró, pero el tigre había despertado. Sabio, empezó a organizar la forma de colocar un nuevo propietario para el circo y ya sin jaula y sin miedo, eligió a fundar un nuevo circo y ser él quien con su ferocidad apoyara a un nuevo dueño.
El tigre era noble, era bueno y había sabido aguantar la dureza de la vida. Pero al fin y al cabo era un tigre y el día que lo recordó actúo como tal. Al tigre se le puede domar con esperanza, pero no se le traiciona negándole aquello que siempre ha deseado: su libertad. Hasta aquí esta fábula especial en tu Sala de Consejo semanal. Que viva la libertad y que sobreviva por siempre la libertad de expresión.
Nota: El contenido de este artículo, es libre, espontáneo y de completa responsabilidad del Autor. Arnulfo Valdivia Machuca @arnulfovaldivia