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Por: Antonio M. Cueto Aguas.
Continuando con los conceptos supra importantes del Psicólogo y psiquiatra José Ingeniero, hoy ponemos a consideración de nuestros lectores amantes de la lectura de temas que engrandecen la inteligencia del homosapiens o ser social, el tema guarda relación con las diferencias que existen entre los Idealistas y los ideales, esa misma diferencia que distancia los ideales de la mediocridad, lo hemos dicho antes y lo repetimos hoy, la intención del autor de esta iniciativa, es lograr despertar el interés de nuestros amables lectores de sacarle a estos importantes conceptos sociológicos y filosóficos lo mejor para nuestro propio crecimiento personal, entremos pues en materia:
“Los filósofos del porvenir, para aproximarse a formas de expresión cada vez menos inexactas, dejarán a los poetas el hermoso privilegio de lenguaje figurado; y los sistemas futuros desprendiéndose de añejos residuos místicos y dialecticos, irán poniendo experiencia como fundamento de toda hipótesis legítima.
No es arriesgado pensar que en la ética venidera florecerá un “idealismo moral”, los ideales de perfección, fundados en la experiencia social y evolutivos como ella misma, constituirán la íntima trabazón de una doctrina de la perfectibilidad indefinida, propicia a todas las posibilidades de enaltecimiento humano.
Un ideal no es una fórmula muerta, sino una hipótesis perfectible; para que sirva, debe ser concebido así, actuante en función de la vida social que incesantemente deviene.
La imaginación, partiendo de la experiencia anticipa juicios a cerca de futuros perfeccionamientos: los ideales, entre todas las creencias, representan el resultado más alto de la función de pensar.
La evolución humana es un esfuerzo continuo del hombre para adaptarse a la naturaleza, que evoluciona a su vez.
Para ello necesita conocer la realidad ambiente y prever el sentido de las propias adaptaciones: los caminos de su perfección. Sus etapas refléjense en la mente humana como ideales. Un hombre, un grupo o una raza son Idealistas porque circunstancias propicias determinan su imaginación a concebir perfeccionamientos posibles.
Los ideales son formaciones naturales, aparecen cuando el pensar alcanza tal desarrollo que la imaginación puede anticiparse a la experiencia. No son entidades misteriosamente infundidas en los hombres, ni nacen del azar. Se forman como todos los fenómenos accesibles a nuestra observación, son efectos de causas accidentes en la evolución universal investigada por las ciencias y resumidas por las filosofías. Y es fácil explicarlo, si se comprende. Nuestro sistema solar es un punto en el cosmos; en ese punto es un simple detalle el planeta que habitamos; en ese detalle, la vida es transitorio equilibrio químico de la superficie humana, data de un período brevísimo; en el hombre se desarrolla la función de pensar como un perfecciona miento de la adaptación al medio; uno de sus modos es la imaginación que permite generalizar los datos de la experiencia, anticipan do sus resultados posibles y abstrayendo de ella ideales de perfección.
Así la filosofía del porvenir, en vez de negarlos, permitirá afirmar su realidad como aspectos legítimos de la función de pensar y los reintegrará en la concepción natural del universo.
Un ideal es un punto y un momento entre los infinitos posibles que pueblan el espacio y el tiempo.
Evolucionar es variar. En la evolución humana el pensamiento varía incesantemente. Toda variación es adquirida por temperamentos pre dispuestos; las variaciones útiles tienden a conservarse. La experiencia determina la formación natural de conceptos genéricos, cada vez más sintácticos; la imaginación abstrae, de éstos ciertos caracteres comunes, elaborando ideas generarles que pueden ser hipótesis acerca del incesante devenir; así se forman los ideales que, para el hombre, son normativos de la conducta en consonancia con sus hipótesis.
Ellos no son apriorísticos, sino inducidos de una vasta experiencia; sobre ella se empina la imaginación para prever el sentido en que varía la humanidad. Todo ideal representa un nuevo estado de equilibrio entre el pasado y el porvenir.
Los ideales pueden no ser verdades; son creencias. Su fuerza estriba en sus elementos efectivos: influyen sobre nuestra conducta en la medida en que creemos. Por eso es la representación abstracta de las variaciones futuras, adquiere un valor norma: las más provechosas a la especie son concebidas como perfeccionamientos. Lo futuro se identifica con lo perfecto. Y los ideales, por ser visiones anticipadas de lo venidero, influyen sobre la conducta y son el instrumento natural de todo progreso huma no.
Mientras la instrucción se limita a extender las nociones de, la experiencia actual considera más exactas, la educación consiste en sugerir los ideales que se presumen propicios a la perfección.
El concepto de lo mejor es un resultado natural de la evolución misma. La vida tiende natural mente a perfeccionarse.
Aristóteles enseñaba que la actividad es un movimiento del ser hacia la propia” entelequia”, y esa tendencia se refleja en todas las otras funciones del espíritu; la formación de ideales está sometida un determinismo que, por ser complejo, no es menos absoluto. No son obra de una libertad que escapa a las leyes de todo lo universal, ni pro ductos de una razón pura que nadie conoce. Son creencias aproximativas acerca de la perfección venidera. Lo futuro es lo mejor de lo presente, puesto que sobre viene en la selección natural: los ideales son un “élan” hacia lo mejor, en cuanto simple anticipaciones del devenir.
A medida que la experiencia humana se amplía, observando la realidad, los ideales son modificados por la imaginación, que es plástica y no reposa jamás. Experiencia e imaginación siguen vías paralelas, aunque va muy retardada aquella respecto de ésta. La hipótesis vuela, el hecho camina; a veces el ala rumbea mal, el pie pisa siempre en firme; pero el vuelo puede rectificarse, mientras el paso no puede volar nunca.
La imaginación es madre de toda originalidad; deformando lo real hacia su perfección, ella crea los ideales y les da impulso con el ilusorio sentimiento de la libertad: el libre albedrío es un error útil para la gestación de los ideales. Por eso tiene prácticamente, el valor de una realidad. Demostrar que es una simple ilusión, debida a la ignorancia de causas innúmeras, no implica negar su eficacia. Las ilusiones tienen tanto valor para dirigir la conducta, como las verdades más exactas; puede tener más que ellas, si son intensamente pensadas o sentidas. El deseo de ser libre nace del contraste entre dos móviles irreductibles: la tendencia a perseverar en el ser, implicada en la herencia y la tendencia a aumentar el ser, implicada en la variación. La una es principio de estabilidad, la otra de progreso.
En todo ideal, sea cual fuere el orden a cuyo perfeccionamiento tienda, hay un principio de síntesis y de continuidad: “es una idea fija o una emoción fija” como propulsores de la actividad humana se equivalen y se implican recíprocamente, aunque en la primera predomina el razona miento y en la segunda la pasión. ” ese principio de unidad, centro de atracción y punto de apoyo de todo trabajo de la imaginación creadora, es decir de una síntesis objetiva que tiende a objetivarse, es el ideal”, dijo Ribot. La imaginación despoja a la realidad de todo lo malo y la adorna con todo lo bueno, depurando la experiencia, cristalizándola en los moldes de perfección que concibe más puros. Los ideales son, por ende, re construcciones imaginativas de la realidad que deviene.
Son siempre individuales. Un ideal colectivo es la coincidencia de muchos individuos en un mismo afán de perfección. No es que una “idea” los acomunes, sino que análoga manera de sentir y de pensar convergen hacia un “ideal” común a todos ellos. Cada era, siglo ó generación, puede tener su ideal; puede ser patrimonio de una selecta minoría, cuyo esfuerzo consigue imponerlo a las generaciones siguientes.
Cada ideal puede encarnarse en un genio; al principio, mientras él lo define ó lo plasma, sólo es comprendido por el pequeño núcleo de espíritus sensibles al ritmo de la nueva creencia.
El concepto abstracto de una perfección posible toma su fuerza de la verdad que los hombres le atribuyen: todo ideal es una fe en la posibilidad misma de la perfección. En su protesta involuntaria contra lo malo se revela siempre una indestructible esperanza de lo mejor; en su agresión al pasado fermenta una sana levadura de porvenir.
No es un fin, sino un camino. Es relativo siempre, como toda creencia. La intensidad con que tiende a realizarse no depende de su verdad efectiva sino de la que se le atribuye. Aún cuando interpreta erróneamente la perfección venidera, es ideal para quien cree sinceramente en su verdad o su excelsitud.
Reducir el idealismo a un dogma de escuela metafísica equivale a castrarlo; llamar idealismo a la fantasía de mentes enfermizas o ignorantes, que creen sublimizar así su incapacidad de vivir y de ilustrarse, es una de tantas ligerezas alentadas por los espíritus palabristas. Los más vulgares diccionarios filosóficos sospechan éste embrollo delibera do: “idealismo: palabra muy vaga que no debe emplearse sin explicarla”.
Hay tantos idealismos como ideales; y tantos ideales como Idealistas y tantos idealistas como hombres actos para concebir perfecciones y capaces de vivir hacia ellas. Debe rehusarse el monopolio de los ideales y cuantos lo reclaman en nombre de escuelas filosóficas, sistema de moral, credos de religión, fanatismo de sectas o dogma de estética.
El “idealismo” no es privilegio de las doctrinas espiritualista que desearían oponernos al “materialismo”, llaman do así, despectivamente, a todas las demás; ese equivoco, tan explotado por los enemigos de la ciencia – tenidas justamente como hontanares de verdad y de libertad-, se duplica al sugerir que la materia es la antítesis de la idea, después de confundir al ideal con la idea y a ésta con el espíritu, como entidad trascendente y ajena al mundo real. Se trata, visiblemente, de un juego de palabras secularmente repetido por sus beneficiarios, que transportan a las doctrinas filosóficas en sentido que tienen los vocablos idealismo y materialismo en el orden moral. El anhelo de perfección en el conocimiento de la verdad puede animar con igual ímpetu al filósofo monista y al dualista, al teólogo y al ateo, al estoico y al pragmatista. El particular ideal de cada uno concurre al ritmo total de la perfección posible, antes que obstar el esfuerzo similar de los demás.
Espere en nuestra próxima columna la segunda parte de: “DE UN IDEALISMO FUNDADO EN KA EXPERIENCIA”.
Nota: El contenido de este artículo, es libre, espontáneo y de completa responsabilidad del Autor.