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Por: Antonio Cueto Aguas.

Hoy celebramos en Colombia, el día de la Independencia Nacional, como un símbolo a lo que la historia ha registrado como aquella fecha, en la cual en 1.810, se escuchó el grito de la Independencia de la nueva granada, nombre que entonces llevaba lo que hoy es Colombia,  hecho que nos recuerda eso sí, la expulsión de los virreyes españoles, de nuestro suelo  patrio, eso, sin lugar a equívocos es un motivo de celebración, pero no es cierto que el 20 de julio de 1.810, se dió la independencia de Colombia, no, en esa fecha se produjo un cambio de opresores, se fueron los virreyes españoles y por herencia, los llamados criollos sustituyeron a los extraños físicamente, pero también les quedó a los denominados Criollos todos los vicios y mecanismos de explotación y corrupción, ¿diferencia? ninguna, los españoles saqueaban las riquezas de nuestro pueblo, para llevarlos a España, los sustitutos de los  Españoles, siguen las prácticas del saqueo para trasladar los botines robados a otras naciones o lo que hoy se llaman paraísos fiscales. ¿cierto que no hay diferencia? en época de la Colonia española, los nativos rendían pleitesía a los invasores españoles, hoy es aún más des honroso, porque hoy nos humillamos ante una vulgar clase política que nos deshonra ante el mundo.

Pero como hoy me dijera mi amigo Orlando Caballero Mejía, “tranquilo mi amigo, no hay mal que dure cien años, ni cuerpo que lo resista” yo creo en su pensar positivo, pero tengo mis dudas con respecto a los personajes que hoy tienen la representación del pueblo Colombiano ante el Congreso de Colombia,  no sé porque, experimento la amarga sensación que muchos de estos ahora omnímodos “padres de la patria”, no le van a Copiar a nuestro Presidente Gustavo Francisco Petro Urrego y Francia Elena Márquez Mina,  en todo ese sueño que durante más de medio siglo abrazaron y que mantienen en expectativa a  todo el pueblo   Colombiano,  que seguimos soñando con el cambio, que creemos en el Señor Presidente y en su Vicepresidente, pero, ojalá nos equivoquemos, estoy cargado de dudas en torno a muchos de los que rodean a el señor Presidente de Colombia,

Yo seguiré alimentándome de la sapiencia de José Ingenieros, para seguir aprendiendo a conocer a los mediocres y a la mediocridad. Conozcamos entonces el Áurea de los mediocres y de la mediocridad.

Hay hombres mentalmente inferiores al término medio de su raza, de su tiempo y de su clase social; también los hay superiores. Entre unos y otros fluctúa una gran masa imposible de caracterizar por interioridades o excelencias.

Los psicólogos no han querido ocuparse de estos últimos; el arte los desdeña por incoloros; la historia no sabe sus nombres. Son poco interesantes; en vano buscarías en ellos la arista definida, la pincelada firme, el rasgo característico. De igual desdén les cubren los moralistas; Individualmente no merecen el desprecio, que fustiga a los perversos, ni la apología, reservada a los virtuosos.

Su existencia es, sin embargo, natural y necesaria. En todo lo que ofrece grados hay mediocridad; en la escala de la inteligencia humana ella representa el claroscuro entre el talento y la estulticia.

No diremos, por eso, que siempre es loable.  Horacio no dijo ” Áurea mediocritas ” en el sentido general y absurdo que proclaman los incapaces de sobresalir por su ingenio, por sus virtudes o por sus obras. Otro fue el parecer del poeta: poniendo en la tranquilidad y en la independencia el mayor bienestar del hombre, enalteció los goces de un vivir sencillo que dista por igual de la opulencia y la miseria, llamando Áurea a esa mediocridad material. En cierto sentí Epicuro su sentencia es verdadera y confirma el remoto proverbio árabe; ” un mediano bienestar tranquilo es preferible a la opulencia llena de preocupaciones “.

Inferir de ello que la mediocridad moral, intelectual y de carácter es digna de respetuoso homenaje, implica torcer la intención misma de Horacio: en versos memorables (“Ad pis.”, 472) menosprecio a los poetas mediocres.

Y es lícito extender su dicterio a cuantos hombres lo son de espíritu. ¿Porqué subvertiríamos el sentido de ” Áurea mediocritas ” clásico? ¿por qué suprimir desniveles entre los hombres y las sombras, como si rebajando un poco a los excelentes y puliendo un poco a los bastos se atenuaran las desigualdades creadas por la naturaleza?

No concebimos el perfeccionamiento social como un producto de la uniformidad de todos los individuos, sino como la combinación armónica de originalidades incesantemente multiplicadas. Todos los enemigos de la diferenciación vienen a serlo del progreso; es natural, por ende, que consideren la originalidad como un defecto imperdonable.

Los que tal sentencian inclínense a confundir el sentido común con el buen sentir, como si enmarañando la significación de los vocablos quisieran emparentar las ideas correspondientes.

Afirmemos que son antagonistas. El sentido común es colectivo, eminentemente retrógrado y dogmatista; el buen sentido es individual, siempre innovador y libertario. Por la obsecuencia al uno o al otro se reconocen la servidumbre y la aristocracia naturales.

 De esa insalvable heterogeneidad nace la intolerancia de los rutinarios frente a cualquier destello original.; estrechan sus filas para defenderse, como si fueran crímenes las diferencias. Esos desniveles son un postulado fundamental de la psicología. Las costumbres y las leyes pueden establecer derechos y deberes comunes a todos los hombres; pero éstos serán siempre tan desiguales como las olas que erizan la superficie de un océano”.

Nuestra próxima Columna: “LOS HOMBRES SIN PERSONALIDAD”

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