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Por: Antonio Cueto Aguas.

Las características que adornan a un mediocre, son verdaderamente ensombrecedoras, y lamen tables, un mediocre es incapaz de formarse un ideal, es rutinario incorregible, piensa con la cabeza de los demás, ni siquiera es capaz de ser hipócrita porque comparte la hipocresía moral ajena, su carácter es ajustado a la domesticidad convencional, no cuentan con virtud alguna, su honor fácilmente es canjeado por una prebenda, es carente de dignidad y se revuelca en el lodo de la ignominia de una sociedad que

Inmisericordemente destruye valores morales y lo triste, es que el mediocre ni siquiera advierte el nivel de su degradación social, consecuencia de su ausencia de personalidad. El mediocre vive en la mentira, se alimentan de ella y hacen de ésta su más grande desvirtud. E aquí, el peligro de la mediocridad:

“La psicología de los hombres mediocres caracterizase por un riesgo común: la incapacidad de concebir una perfección, de formarse un ideal.

Son rutinarios, honestos y mansos; piensan con la cabeza de los demás, comparten la arena hipocresía moral y ajustan su carácter a las domesticidades convencionales.

Están fuera de su órbita el ingenio, la virtud y la dignidad, privilegio de los caracteres excelentes, sufren de ellos y los desdeñan. Son ciegos para las auroras; ignoran la quimera del artista, el ensueño del sabio y la pasión del apóstol. Condenados a vegetar, no sospechan que existe el infinito más allá de sus horizontes.

El horror de lo desconocido los ata a mil prejuicios, formándolos timoratos e indecisos; nada aguijonea su curiosidad, carecen de iniciativa y miran siempre al pasado, como si tuvieran los ojos en la nuca.

Son incapaces de virtud; no la conciben o les exige demasiado esfuerzo. Ningún afán de santidad alborota la sangre en su corazón, a veces no delinquen por cobardía ante el remordimiento.

No vibran a las tensiones más altas de la energía; son fríos, aunque ignoren la serenidad; apáticos sin ser previsores; acomodaticios siempre, nunca equilibrados. No saben estremecerse de escalofrío bajo una tierna caricia, ni abalanzarse de indignación ante una ofensa.

No viven su vida para sí mismos, sino para el fantasma que proyectan en opinión de sus similares. Carecen de línea; su personalidad se borra como un trazo de carbón bajo el esfumino, hasta desaparecer. Trucan su honor por una prebenda y echan llave a su dignidad por evitarse un peligro; renuncian a vivir antes que gritar la verdad frente al error de muchos.

Su cerebro y su corazón están entorpecido por igual, como los polos de un imán gastado.

Cuando se arrebañan son peligrosos. La fuerza del número suple a la fealdad individual; acomunarse por millares para oprimir a cuantos desdeñan encadenar su mente con los eslabones de la rutina.

Substraídos a la curiosidad del sabio por la coraza de su insignificancia, fortificanse en la cohesión del total; por eso la mediocridad es moralmente peligrosa y su conjunto es nocivo en ciertos momentos de la historia; cuando reina el clima de la mediocridad.

Épocas hay en que el equilibrio social se rompe en su favor. El ambiente tórnense refractario a todo afán de perfección, los idea les se agostan y la dignidad se aumentan; los hombres acomodaticios tienen en primavera Florida. Los Estados conviértanse en medio_ cracias; la falta de aspiraciones que mantengan alto el nivel de moral y de cultura, ahonda la ciénaga constante mente.

Aunque aislados no merezcan atención, en conjunto constituyen un régimen, representan un sistema especial de intereses inconmovibles. Subvierten la tabla de los valores morales, falsedad nombres, desvirtuando conceptos; pensar en un desvarío, la dignidad es irreverencia, es lirismo la justicia, la sinceridad es tontera, la admiración una imprudencia, la pasión ingenuidad, la virtud una estupidez.

En la lucha de las conveniencias presentes contra los ideales futuros, de lo vulgar contra lo excelente, suele verse mesclado el elogio de los subalternos con la difamación de lo conspicuo, sabiendo que el uno y la otra conmueven por igual a los espíritus arrocinados. Los dogmatistas y los serviles ayudan su silogismo para falsear los valores en la conciencia social; viven en la mentira, comen de ella, la siembran, la riegan, la podan, la cose chan. Así crean un mundo de valores ficticios que favorece la culminación de los obtusos; así dejen su sorda telaraña en torno de los genios, los santos los santos y los héroes, obstruyendo en los pueblos la admiración de la gloria. Cierran el corral cada vez que cimbra en la cercanía el aletazo inequívoco de un águila.

Ningún idealismo es respetado. Si un filósofo estudia la verdad , tiene que luchar contra los dogmatistas modifica dos, si un santo persigue la virtud se astilla contra los perjuicios morales del hombre acomodaticio; si el artista sueña nuevas formas, ritmos o armo nías, cierran le el paso las reglamentaciones oficiales de la belleza; si el enamorado quiere amar escuchando su corazón, se estrella contra la hipocresía del convencionalismo, si un juvenil impulso de energía lleva a inventar, a crear, a regenerar la vejez conservadora atájale el paso; si alguien con gesto decisivo, enseña la dignidad, la turba de los serviles le ladra al que toma el camino de las cumbres, los envidiosos le carcome la reputación saña malévola; el destino llama a un genio, a un santo o a un héroe8 para reconstituir una raza o un pueblo, las mediocracias tácitamente regi_ mentadas le resisten para encumbrar sus propios arquetipos.

Todo idealismo encuentra en esos climas su tribunal del santo oficio.”

Espere nuestra próxima columna: “LA VULGARIDAD”

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