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Por: Antonio Cueto Aguas.
La rutina podría llamar se la madre de la mediocridad, es fácil que un ser humano se acostumbre al diario repetir de las cosas, pero es destructor de la inteligencia, ella, es decir, la Rutina, no nos permite pensar, no nos deja innovar y hace de nuestras vidas un camino sedentario, alguna vez, en la Universidad un profesor que nos enseñaba notariado y registro, todas las noches se presentaba a clases con una libreta de apuntes y empezaba a leernos sus apuntes y el alumnado a copiar todo lo que el profesor dictaba, había un alumno en la clase que nunca tomaba apuntes de las aburridas clases, éste alumno se cruzaba de brazos a pensar en cualquier cosa, menos en las escrituras, la autenticación de firmas, o, en las facultades del notario o del Registrador de Instrumentos públicos, en una de esas no ches de clases adormecedoras, el “magistral” profesor, suspendió la clase y se dirigió al curso diciendo: ” Qué afortunada es mi clase, no me había enterado que en mi curso está recibiendo clases el señor Superintendente Nacional de Notariado y Registro” naturalmente todo el curso trató de localizar a ese alto funcionario, al no localizar lo, algún alumno interrogó al profesor para que aclarara su dicho, éste enfocó al personaje en cuestión y todo el curso se totió de la risa, el profesor como una manera de explicar porque el comentario dijo: “tengo 3 meses de estar dictando clases a este curso y nunca he visto a Dr…. tomar un apunte y menos hacer una pregunta” ello me ha hecho pensar que este no es un estudiante cualquiera, que lo menos que debe ser es el Superintendente de Notariado y Registro”.
Naturalmente, la respuesta del estudiante fue una sonrisa de oreja a oreja, él no podía decir le a su profesor que sus clases eran muy rutinarias y hasta cansonas, prefirió callar. Cuando está Columna sea leída por muchos de mis gentiles lectores, estoy seguro que algún comentario hará.
El caso es que decíamos que la Rutina engendra mediocridad, porque enhollina nuestra inteligencia e impide que el cerebro produzca la materia gris que evita que el Alzheimer se adueñe de nuestra mente y nos convierta en un ser sin voluntad, entonces aprendamos a no ser Rutinarios y mediocres, leamos a José Ingenieros:
“La Rutina es un esqueleto fósil cuyas piezas resisten a la carcome de los siglos. No es hija de la experiencia; es su caricatura. La una es fecunda y engendra verdades; estéril la otra y las mata.
En su órbita giran los espíritus mediocres. Evitan salir de ella y cruzar espacios nuevos; repiten que es preferible lo malo conocido a lo bueno por conocer. Ocupados en disfrutar lo existente, cobran horror a toda innovación que turbe su tranquilidad y les procure desasosiegos. Las ciencias, el heroísmo, las originalidades, los inventos, la virtud misma, parecen les instrumentos del mal, en cuanto desarticulas los resortes de sus errores; como en los salvajes, en los niños y en las clases incultas.
Acostumbrados a copiar escrupulosamente los prejuicios del medio en que viven, aceptan sin contralor las ideas destiladas en el laboratorio social; como esos enfermos de estómago inservible que se alimenta con substancias ya digeridas en los frascos de las farmacias. Su impotencia para asimilar ideas nuevas los constriñe a frecuentar las antiguas.
La rutina, síntesis de todos los renunciamientos, es el hábito de renunciar a pensar. En los rutinarios todo es menor esfuerzo; la acedía aherrumbra su inteligencia. Cada hábito es un riesgo, porque la familiaridad aviene a las cosas detestables y a las personas indignas. Los actos que al principio provocaban pudor, acaban por parecer naturales, el ojo percibe los tonos violentos como simples matices, el oído escucha las mentiras con igual respeto que las verdades, el corazón aprende a no agitarse por torpes acciones.
Los perjuicios son creencias anteriores a la observación, los juicios, exactos o erróneos, son consecutivos a ella. Todos los individuos poseen hábitos menta les; los conocimientos adquiridos facilitan venideros y marcan su rumbo. En cierta medida nadie puede substraerseles. No son exclusivos de los hombres mediocres; pero en ellos represen tan siempre una pasiva obsecuencia al error aje no. Los hábitos adquiridos por los hombres originales son genuina mente suyos, les son intrínsecos; constituyen su criterio cuando piensan y su carácter cuan do actuan; son individua les. Difieren substancial mente de la Rutina, que es colectiva y siempre perniciosa, extrínseca al individuo, común al re baño; consiste en contagiarse los prejuicios que infestan la cabeza de los demás. Aquellas caracterizan a los hombres; ésta empaña a las sombras. El individuo se plasma los primeros; la sociedad impone la segunda. La educación oficial involucra ese peligro; intenta borrar toda originalidad poniendo iguales prejuicios en cerebros distintos.
La asechanza persiste en el inevitable trato mundano con hombres rutinarios. El contagio mental flota en la atmósfera y acosa por todas partes; nunca se ha visto un tonto originalizado por contigüidad y es frecuente que un ingenio se amodorre entre pazguatos. Es más contagiosa la mediocridad que el talento.
Los rutinarios razonan con la lógica de los demás. Disciplinados por el deseo ajeno, encajónanse en su casillero social y se catalogan como reclutas en las filas de un regimiento. Son dóciles a la presión del conjunto, maleables bajo el peso de la opinión pública que los achata como un Inflexible laminador. Reducidos a banas sombras, viven del juicio ajeno; se ignoran así mismos, limitándose a creerse como los creen los demás. Los hombres excelentes, en cambio, desdeñan la opinión ajena en la justa proporción en que respetan la propia, siempre más severa, o la de sus iguales.
Son zafios, sin creerse por ello desgraciadas. Si no presumieran de razonables, su absurdidad enternecería. Oyéndoles hablar una hora parece que ésta tuviera mil minutos. La ignorancia es su verdugo, como lo fue otrora del siervo y lo es aún del salvaje; ella los hace instrumentos de todos los fanatismos, dispuestos a la domesticidad, incapaces de ges tos dignos. Enviarían en comisión a un lobo y un cordero, sorprendiendo sinceramente si el lobo volviera solo. Carecen de buen gusto y de aptitud para adquirirlo. Si el humilde guía de museo no los detiene con insistencia, pasan indiferentes junto a una madona del Angélico o un retrato de Rembrandt; a la salida se asombran ante cualquier escaparate donde haya oleografías de toreros españoles o generales americanos.
Ignoran que el hombre vale por su saber; niegan que la cultura es la más honda fuente de la virtud. No intentan estudiar; sospechan, acaso, la esterilidad de su esfuerzo, como esas mulas que por la costumbre de marchar al paso han perdido el uso del galope. Su incapacidad de meditar acaba por convencerles de que no hay problemas difíciles y cualquier reflexión paréceles un sarcasmo; prefieren confiar en su ignorancia para adivinarlo todo.”
Pongo a disposición de mis amables lectores la primera parte de mi columna: “EL HOMBRE RUTINARIO” Espere la segunda parte.
Nota: El contenido de este artículo, es opinión y conceptos libres, espontáneos y de completa responsabilidad del Autor.