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Por: Jorge Guebely

Reforma cosmética, de cambios para no cambiar, para empeorar, para recupera la tradición.

No combate a los políticos corruptos con listas cerradas al Congreso. No es menos corrupto el político de base que el jefe que los “monarquiza”. ¿Acaso es corrupto Mario Castaño del partido liberal, pero no su jefe?, ¿Habib Merheg del partido conservador, pero no sus jefes?, ¿Eduardo Pulgar del partido de la U, pero no su jefa?, ¿Oneida Pinto de Cambio Radical, pero no su jefe?, ¿Álvaro Hernán Prada, pero no su jefe? A la cima de un partido corrupto se llega con la bandera de la mejor corrupción.

Reforma que ratifica la vigencia del viejo chiste: vender el sofá del cornudo para evitar la cornamenta, cerrar listas al Congreso para evitar la corrupción. Mayúscula astucia para engañar estúpidos, enorme cinismo para centralizar corrupción. Los corruptos acogerán dineros del Estado y de su mejor postor también.

Adorno risible, la lista cremallera: un corrupto, una corrupta; una corrupta, un corrupto … ¿Acaso no es tan corrupta Oneida Pinto como Kiko Gómez?, y ¿Yidis Medina como Álvaro Uribe?, y ¿Aida Merlano como Andrés Felipe Arias?, y ¿María Fernanda Cabal como Luis Alfredo Ramos? La corrupción actúa como podredumbre humana, no como identidad de género.

Reforma benevolente con los corruptos mediocres, los visualizados públicamente por sus excesos de codicia. Y complaciente con los corruptos talentosos, los anónimos. Los marrulleros camuflados en altas esferas gubernamentales, los artificiosos autoproclamados patriotas, los mañosos encubriendo sus deshonestidades, los cínicos bandereando públicamente su corrupción. Nadie los conmina a nada, suceden con libertad para podrir.

Reforma para protegerse de voces distintas al statu quo, de nuevos infiltrados a través de redes sociales. Nunca más incómodos “influencers”, ni Jota Pe Hernández, ni Cathy Juvinao, tampoco Mafe Carrascal. Reforma defensora de los corruptos tradicionales.

Nada contra la poderosa corrupción política, peste en la consciencia nacional, de pobres y ricos, de negros y blancos. Podredumbre normalizada, construida desde las élites. Solo esquilmando se construye élite, solo feriando políticos se construye poder, deplorable mercancía humana. Poco importan las listas abiertas o cerradas, la política colombiana es una maloliente “mortanga”, en permanente descomposición.

Sin combatir políticos corruptos, peligrosos enemigos internos, la reforma concentra la corrupción en jefes. Y, como en antaño, origina potentados y despojados, hambrunas que alimentan guerras, odios que derraman sangre, injusticias que claman igualdad. “Muchos de ellos, por complacer a tiranos, por un puñado de monedas, o por cohecho o soborno, están traicionando y derramando la sangre de sus hermanos”, denunciaba, un siglo atrás, Emiliano Zapata.

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