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Por: GASPAR HERNÁNDEZ CAAMAÑO.
Durante la juvenil soltería, amén de leer e ir al cine, en salas oscuras o bajo la luna, mi único esparcimiento cuando llegaba la quincena, fui docente siendo adolescente, era ir a las playas de Salgar los domingos. Lleva un libro en la mochila arhuaca. Leía mientras contemplaba el Mar Caribe, comía mojarra frita y regresaba en bus de Puerto Colombia, cuyo abordaje era una odisea por el romerío de “turistas” que se arremolinaban en la estrecha carretera, la vieja vía al derruido Muelle, que era un espectáculo triste.
Qué tiempos aquellos, dirán los de antaño. Cuando “mamar” frías en la esquina o ir al Romelio eran los únicos y exclusivos eventos del turismo dominguero de los que podíamos disfrutar los ñeros. ¡Barranquilla cabía en un abrazo, en un saludo o en un grito de “nooojodaaa!”. Tanto era mi perplejidad que creía que el mundo solo lo podía disfrutar en los libros y en ese mar olvidado de Salgar, única playa para el regocijo del puro pueblo. Él del paseo en olla. ¿Te acuerda?
El tiempo me ha coronado con “hojas blancas” y un buen número de nietos que merecen saber que el Atlántico no es solo cielo, brisa y mar. Por eso, con un grupo de amigas jubiladas y en trance de serlo, decidimos salir a turistear por los pueblos del Departamento que, como ente territorial, tiene naturaleza y cultura para convertirse en un potencial turístico y adueñarse del descanso de los barranquilleros y nativos de los alrededores que lo integran geográficamente, como una unidad. El Atlántico en el mapa tiene forma de corazón. Verdad?
Con esa fresca intención de domingo, tipo 9 a.m. en jeep, salimos a recorrer los pueblos, por ejemplo, situados en la vía al mar. Subimos por la Kra 38, conocida antes como “La calle de los locos“, pues era la ruta para tener sexo secreto en moteles del corregimiento de Juan Mina. Ese tramo de la Circunvalar hasta Tubará está industrializado y se localizan varias zonas francas. Es decir, ya no sólo hay “nidos de amor”, sino empleos consolidados. ¡El desarrollo, mi llave!
Una casa de otros tiempos
De las lomas y precipicios de Tubará, se llega tranquilo y conversando o chateando a Juan de Acosta que conserva casas de techos de paja (barreque) y barro coloreado. E iglesia de arquitectura singular. También se puede deleitar con un vaso de chicha de millo que, según un poblano, es más efectiva que el viagra y el puro-macho. me compré una bolsa de millo para probar. A pocos minutos de ese pueblo “vikingo” se llega al sombrero vueltiao, parada indiscutible para comer empanadas con tinto. Y mear, ya que la chicha de millo hizo efecto.
A pocos pasos del Sombrero esta Santa Verónica con su descuidado mar con hamacas y buena comilona caribe: camarones, langostinos, sierra y róbalo. Cerveza helada y unas casetas para refugiarse y hacer la siesta admirando las olas. Ese pueblo merece mejor suerte. el caribe lo está arrinconando a la carretera. Un paseo a Santa Verónica vale la pena. Pero directo de Killa a la playa, desayunando en el “Sombrero” y almorzando viendo el mar. ¡Que programa!.
Luego del relax que ocasiona la culinaria marina, no queda más opción que anclar nave en Puerto Colombia, al que se lleva por moderna y cómoda carretera. Otra vez, como en los tiempos de infancia, el muelle reconstruido y las ruinas del nostálgico, el viejo muelle de la canción, al que la sal, las brisas y la ineficacia burocrática dejaron perecer de pie, vuelve a ser atracción turística. otra vez! Si. Al atardecer las inmediaciones del Muelle son invadidas por turistas locales y lejanos, que tienen en mirar el ancho mar un descanso. En el mar la vida es más sabrosa.
Un muelle reconstruido
Definitivamente el Municipio de Puerto Colombia ha recibido los beneficios del desarrollo que significa las vías de la prosperidad. Y está siendo transformado con inversiones que la administración departamental viene impulsando. En pocos meses ese pueblo, al que Barranquilla debe tanto, tendrá otra cara: su bienvenida sonriente al mar. Al mar de Las Antillas, al Caribe: a nuestro mar.
Con el sol en la frente aquel domingo regresamos a Killa sobre las 5 p.m. Ocho horas de esparcimiento, abundante vegetación, muy buena comida y con el mar en el corazón. El recorrido descrito, con sus imperdibles paradas, indica que el atlántico tiene potencia turística. Qué falta? Falta una mayor y mejor pedagogía. Una educación que nos potencie en la atención esmerada y decente al turista local: ese que busca el mar para soñar que vive en tierra de paz.
coda final. Conocí el mar de niño en las piernas y manos de Ma. Caamaño que me llevaba, bajo el Muelle, a darme baños de mar como terapia médica para combatir el asma. Tremenda cura. Aspiro llevar a correr por las playas porteñas a mis nietos que solo saben de Santa Marta y Cartagena. es que el atlántico es nuestro potente turismo, como lo fue en el Siglo pasado.
Próxima: La tutela, espada de Damocle a periodistas irresponsables. Final.
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