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Por: Cesar Gamero De Aguas.

“Un hombre burrero jamás deja la burra”, así lo dijo claro y pelao, el Poto, un señor de mediana estatura, de tex trigueña y con una prominente barriga, procedente de uno de los pueblos del caribe colombiano. Pese a no tener idea del avance importante que han logrado desarrollar el pueblo mongol con sus equinos a lo largo de la historia, manifiesta que las burras en su mayoría son mansas y que además contribuyeron al desarrollo físico de muchos jóvenes de su época, que hoy se esconden detrás de un título de profesional. El tipo que prefirió ser llamado por su Nick y no por su nombre de pila, dado que ocupa un cargo destacado en un colegio público de la ciudad, no rebuzna, pero conoce de cerca todos y cada uno de los pormenores que rodean esta actividad, aún persistente en algunos pueblos de nuestro trópico caribe. Este hombre de imagen picara no acepta ser llamado zoofilico, sino que de vez en cuando se tira su María casquito para no perder la costumbre.

Cabe resaltar que algunos pueblos son reconocidos más que otros porque muchos de sus habitantes realizan este tipo de prácticas donde afloran su apetito sexual. Es por ello que nombres como: mama puerca, mama ternera, mama pava, mama mulo, subsisten pese a querer mantenerse en su acostumbrado anonimato, y aunque la vaina parezca mamadera de gallo, de veras, los mama burras son incontables, aun cuando usted los vea por ahí con saco y corbata o en el mejor de los casos vestidos de frac.

Esta práctica censurada por muchos ha generado polémicas eternas y hasta discusiones bizantinas donde se acondiciona este hecho sexual con animales para saciar las necesidades sexuales en pleno siglo XXI.   Esta serie de individuos que llevan a cabo estos obscenos actos, no comen de nada, pues pese haber más mujeres que hombres en nuestro país según el último Censo, manifiestan que la burra tiene su encanto y que esa vaina de que “Coca-Cola mata a tinto”, no encaja en su argot popular.

El ritual de los burreros va desde el preciso momento en que se busca al interior de la recua la burrita adecuada, la mamadera de amansarla, la forma de guiarla entre los matorrales, la sobada consagrada, la apropiación del rabo, la ejecución indiscriminada, y el posterior beso de agradecimiento, eso sí antes de quitarse de su cuerpo el hedor a burra y la cantidad de pelos en sus partes íntimas.

En medio de un mar de carcajadas el popular personaje expresó que hasta se organizaban paseos de burra…, perdón de ollas, donde se incluían además de la ingesta de alcohol y comida, una canita al aire con una burrita.

Hoy por hoy pese a que las burras parecieran haber entrado en una etapa de extinción, aún se consiguen burras en los playones o zonas apartadas del caribe, éstas no solamente tienen que estar alertas a los cazadores furtivos que las sacrifican para vender su preciado cuero, sino también de los hombres burreros, depredadores sin control que, aunque ya no quieren dejar el pago de sus servicios en una de las orejas de la burra, optan por pasar un rato agradable y de ´satisfacción´ personal, para continuar o por qué no matricularse de por vida en la sociedad anónima de burreros, donde todo aquel que entra no sale, sino que está eternamente condenado a volver, a volver a su burrita de toda su vida.

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