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Por: Percy Bustes
Corría el año 1998; “a la sazón” trabajaba en Perú para una transnacional de alimentos y se me dio la oportunidad de asistir a un curso de capacitación en Miami. Con el auspicio de mi empleador, tramité una visa de turista para viajar a USA que se me otorgó sin mayor reparo. Un compañero de trabajo me sugirió -¿Y si aprovechas y te quedas a vivir en USA? -¿Estás loco? -Le respondí- ¿Quedarme a lavar inodoros? … Así pensaba, salió a relucir la falsa soberbia que no era otra cosa que una máscara para ocultar la baja autoestima que me hacía en ese momento, impensable emigrar en busca de una vida mejor.
¿Has escuchado la frase “Si quieres ver a Dios reir, cuéntale tus planes”? pues fue lo que me pasó. Después de la muerte de mi madre, pérdida de mi empleo y simultáneo divorcio me cayeron encima un sinfín de desgracias y no encontré mejor salida que emigrar a USA, a pesar de lo que había dicho varias veces (… yo y mi bocasa). No sólo eso, si no, ante tantas adversidades, salió lo peor de mí, me quedé sin amigos, sin parientes, sin dinero, sin nada; así que tomé un avión y me vine a USA a principios de 2006 para empezar de nuevo; lo malo es que en ese viaje, también me traje a Percy (yo), con sus traumas, resentimientos, miedos y varias taras.
Abundante agua ha corrido bajo el puente en estos casi 18 años. Desposé a una gran mujer y muchas, muchísimas nuevas ideas. El hecho de que ella sea también peruana e inmigrante nos ha ayudado a tener una relación hermosa dentro de un país extraño (extraño para los que no hemos nacido aquí).
Resulta que con esto de la “globalización”, nuestro trabajo lo podemos hacer desde cualquier lugar del mundo, utilizando una laptop e incluso en la gran mayoría de los casos, desde el teléfono celular o “smart phone”, así que se nos ocurrió la gran idea de trabajar y vivir 6 meses en USA y 6 meses en Perú de manera intercalada y aprovechar “lo mejor de los dos mundos”.
Con esta idea en la cabeza, fuimos mi esposa y yo a pasar la Navidad de 2019 a Lima, Perú y quedarnos un par de meses acondicionando un lindo departamento que sería muy pronto, nuestra residencia por 6 meses cada año. Fue aquí donde nos cogió la pandemia del Covid-19, cerraron el aeropuerto “Jorge Chávez” y no pudimos regresar a nuestra casa en USA hasta 11 meses después en total, desde que tomamos ese avión.
Aparte de que, la pandemia sacó lo mejor y lo peor de las personas; durante el tiempo que estuvimos en Lima, nos dimos cuenta que definitivamente ya no éramos los mismos, no sólo habíamos adquirido diferentes costumbres si no, pensábamos diferente; tuvimos mucho tiempo para pensar en solitario (ese fue el mejor regalo) y entendimos cómo queríamos pasar el resto de nuestras vidas.
Cuando regresamos a nuestra casa en USA, no sólo notamos los cambios normales luego de un año sin nuestra presencia, si no; pudimos ver también todo distinto, a veces incongruente, otras veces novedoso pero tampoco nos sentimos totalmente parte integrante de este país.
Mucho se habla ahora de la xenofobia, que es es aquel sentimiento de rechazo hacia quien viene de un país extranjero, pues déjame contarte que lo mismo sienten los sudamericanos que los norteamericanos (y seguramente también los europeos y en todo el globo terráqueo). Es que nos educan así, desde la niñez, con ese falso concepto de nacionalismo exagerado o chauvinismo y no hay nada más alejado de la realidad. Cada día más personas nos damos cuenta que somos parte de una gran conciencia universal, que lo bueno o malo que le pase a otras personas a la larga, me va a afectar. Hay culturas como en la India y los que practican Yoga que saludan juntando las manos frente al corazón y pronunciando “Namaste” que significa “Lo divino que hay en mi, saluda y reconoce lo divino que hay en ti”.
Si entendemos que todos estamos conectados y tenemos el mismo potencial de grandeza, podremos vivir con esa profunda sensación de paz y unidad que es al final, el propósito de nuestras vidas.
Quiero terminar con una de las frases más representativas del psicólogo y conferencista Wayne Dyer: “Si cambias la forma en que miras las cosas, las cosas que miras cambian”. Dice que La felicidad, por mucho que nos sorprenda, no es más que una actitud hacia la vida. No importan nuestros agujeros negros personales, no importan las dificultades, los días grises… Porque, si uno está predispuesto a superarlo todo, las perspectivas cambian y la realidad también.
Nota: El contenido de este artículo, es opinión y conceptos libres, espontáneos y de completa responsabilidad del Autor. Percy Bustes


 
				
