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Por: Jorge Guebely

Solo al ser humano se le ocurrió crear artificios y creer más en sus criaturas y menos en su ser. Creó el automóvil, ahora no cree en sus pies. Creó la virtualidad, ahora no cree en la realidad. Creó la máscara, ahora no cree en su rostro. Creó la rutina, ahora no cree en su imaginación. Creó su ego, ahora ya no cree en su ser.

De tanta luz eléctrica casi no ve la luz del día, ni las sombras de la noche, ni la trascendencia de lo visible. De tanta moral se volvió inmoral. De tanta cordura se volvió loco; unas veces, locura infernal; otras, locura celestial. Unas veces, su ego, su yo artificial; otras, su yo natural.

Poseído por la locura del ego, el ser humano cayó en la estupidez suprema y el asesinato monstruoso. Locura de Hitler, asesino de judíos, de Netantayahu, asesino de palestinos. Locura de Daniel Ortega quien vivió para combatir a Somoza y terminó en la misma cosa; de Uribe, origen de los 6402 falsos positivos colombianos. Tan loco el ego del guerrillero con su reclutamiento de niños para la guerra como el comandante del ejército que los bombardea.

Pero tanta locura estúpida no exterminará jamás tanta locura lúcida. Locura de Don Quijote, recorrió La Mancha sembrando luz en su camino. Y Cervantes, su autor, en su lúcida locura, creó el personaje de luz en tiempos de oscura inquisición.

Lúcido el Cristo humano, en su locura de redimir un mundo corrompido, terminó en una cruz, mirando al rostro de su Dios. Lo sabía, solo los locos lúcidos pueden ver el rostro de su creador. Y la locura del padre Camilo Torres, creyó en la locura de su Cristo.  Con ella ingresó al monte, murió con los brazos abiertos, la mirada al cielo donde residía su Creador.

Lúcida, la locura de José Eustasio Rivera. Optó por la lucidez de pensar libremente en tiempos de oscuras cadenas ideológicas: liberal o conservadora, verdugos de colombianos. Y la de Arturo Cova quien, en su frenesí, develó al mundo las infamias del mercado capitalista, el genocidio de indígenas amazónicos ante la ceguera inhumana de políticos colombianos.

Y lúcida la locura de Alicia, huyó con el loco de Arturo Cova hasta perderse en la selva inhóspita con la esperanza del amor. Puso en práctica las palabras de Margueritte Yourcenar: “El amor y la locura son los motores que hacen andar la vida”. Ellas lo sabían, las locuras del ser, como las de Cristo, se cometen por amor. Las del ego, como las de Hitler, se perpetran por rencor.

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