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Por: César Gamero De Aguas

Con las brisas con las cuales se elevan las cometas, vienen con apremio los últimos meses del año. Llega octubre de cielos impredecibles con la música navideña que se escucha en las principales emisoras radiales de la ciudad. Los negocios se preparan para decorar sus espacios con elementos navideños, pese a las dificultades de rigor y a la problemática de seguridad, el espíritu navideño retorna en medio de añoranzas y una luz de esperanza frente a tanta adversidad. Atrás han quedado muchas tradiciones populares tales como: la decoración entre vecinos de las calles, la pintura general de las casas, la quema de pólvora, las integraciones de amigos, los asaltos navideños, y otros que avivan el espíritu de fin de año.

La canción del legendario Joe Arroyo, denominada; Amerindio, es una aproximación a estas fechas, es una manifestación expresiva del sentimiento y el folclore de gran parte de los habitantes de este trópico caribe. Una catarsis indescriptible de emociones que se viven desde diferentes estados, es un compendio de matices pluralistas, una especie de liberación de todas nuestras emociones que se experimentan entre risas y nostalgias. El fin de año, se vecina con variados sabores de entusiasmo, con expectativas, con metas por conseguir, con renovadas ilusiones que se permiten alegrar nuestros corazones.

El aire que se respira contiene entonces nuevas actitudes, una serie recargada de disposiciones que nos invitan a vivir en lo posible buenas experiencias, destacadas acciones, en constituirnos además en gestores y creadores de ambientes agradables.

Los aires de Navidad se nutren cada día de recuerdos inolvidables de una época que se niega a desaparecer, es una realidad, y una nueva oportunidad que espera por nosotros para alegrar la familia  de felicidad.