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Por Jorge Villarreal Echeona

Si tienes cuatro dedos de frente podrías deducir que si Trump tuviera la mínima sospecha de que los chinos son responsables del Coronavirus, ya les hubiera caído a dentelladas, porque no solamente es su talante, sino porque que era la oportunidad que estaba esperando para caerles encima, como lo hizo Bush con los árabes por menores motivos, y porque los gringos están acostumbrados a ese proceder desde la época de los sioux.

Y si los Chinos fueran los autores de esa macabra estrategia criminal, se están demorando mucho para dar la estocada final; y si no son ellos, sino los gringos, quienes lo hicieron con sanas intenciones, para liberar al mundo de una amenaza oriental, apuntaron bien porque acabaron con el prestigio asiático pero a un costo muy alto; casi que utilizando una estrategia suicida, porque no sabemos a estas alturas qué es lo que va a sobrevivir del mundo y en qué condiciones.

Pero si no es ni lo uno ni lo otro sino todo lo contrario, entonces florecen muchas conjeturas, que involucran a Bill Gate, a los Rockefeller, y al grupo de los conspiradores en su afán de esclavizar a la humanidad de una vez por todas.

Pero nadie piensa en la posibilidad extraterrestre; en esos seres anunciados en los libros sagrados de  todas las religiones, incluyendo a los que se visten con las túnicas de la ciencia y también a los que vienen disfrazados con máscaras y camuflados en el carnaval de un esoterismo mefistofélico.

Mi papá nos enseñaba desde pequeños que el Universo es infinitamente grande y también infinitamente pequeño; es decir sin límites ni para arriba ni para abajo y que los extraterrestres siempre han estado con nosotros y nos hablaba de los Anunnakis y las veintidós mil tablas desencriptadas de la mitología sumeria y de la posibilidad de que fuéramos el producto de una evolución controlada. O sea, que es muy posible que seamos unos muñecos torpes y temerosos como el personaje de los Monster, lo cual ha quedado demostrado por la reacción de la humanidad entera literalmente escondida en casa por un triqui-traque grasoso, que puedes apagar con una pompa de jabón.

A lo mejor también pueden ser caprichos de Dios, pero no del dios ese que nos enseñaron a adorar, sino del que imaginó el gran bardo ciego cuando dijo: “A lo mejor nosotros somos el producto de un dios infantil que se aburrió de jugar con nosotros y nos dejó abandonados y expuestos a los riesgos de nuestro libre albedrío”

De todas maneras, por ahí anda un filósofo samario que se acaba de quitar la sotana, pregonando no solo que el man está vivo, sino que también nos incita a que nos dediquemos a gozar la vida por sí acaso no hay nada después de la muerte; óigase bien… Por si acaso!!!

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