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Por: Adlai Stevenson Samper

Desde hace tres períodos y el actual; que corre con rumbo incierto desde hace un semestre, se propagó a través de diversidad de canales informativos sobre un supuesto cambio integral de Barranquilla y para sustentar tales rotundas afirmaciones, presentaban obras puntuales largamente postergadas por varias administraciones implementadas en medio del natural regocijo de ciudadanos acostumbrados a que nunca les dieran nada. “Es el progreso”, dijeron algunos. “Nos encontramos en la senda del desarrollo”, fue la conclusión de otros. Y así se inició, apuntalada en una serie de obras, las nociones nacionales de la superación definitiva de la postración de Barranquilla elevando a la categoría de grandes políticos nacionales a los alcaldes que pasaron a Ministros y candidatos a la presidencia de la república.

Es el mismo equipo dando vueltas desde hace doce años por diversas oficinas. Pongamos un solo ejemplo de esos funcionarios que rotan de administración y de posiciones oficiales, el actual alcalde Jaime Pumarejo. Según su hoja de vida fue “seleccionado por la multinacional Ingersoll Rand para ser parte de su programa de desarrollo de liderazgo de jóvenes ejecutivos (Leadership Develomment Program), hecho curioso pues si algo se le acusa a Pumarejo en su calidad de Alcalde en el manejo de la epidemia es precisamente su absoluta falta de liderazgo. Fue alcalde encargado. Consejero de competividad, Secretario de Movilidad, Gerente de Desarrollo de Ciudad-una nomenclatura en el staff laboral del distrito inexistente- y gerente del Centro de Eventos y Convenciones Puerta de Oro donde tuvo una gestión no propiamente óptima, según una auditoria del Ministerio de Industria, Comercio y Turismo que colocó en el proyecto $110.000 millones de pesos y que encontró; entre otros hallazgos (8 relacionados directamente con labores pertinentes a la administración) –de Pumarejo y los otros gerentes-, sobrecostos, mala planeación de la obra e incumplimientos de las etapas del cronograma; entre otros.

Los hallazgos fueron realizados por la Oficina de Control Interno, en el informe final de auditoría del Ministerio de Industria y Turismo en el “proyecto de inversión, apoyo para el diseño y construcción del Centro de Eventos Puerta de Oro”, en julio del 2017.  El objetivo general del proceso era “auditar el sistema de control interno inherente al proyecto de inversión del centro de eventos”.

Otro de los hitos de la propaganda fue el saneamiento de la caja del distrito agobiada por deudas, bajos recaudos y embargo con una audaz gestión-en una ciudad empobrecida- de aumentos de la tributación.  Esta “robustez” financiera certificada de Barranquilla por calificadoras de riesgos obedecía a los ajustes en hacienda y la buena puntuación tenía el objetivos básicos de enviarle mensajes positivos al sistema financiero una de cuyas unidades de negocio es precisamente el préstamo de dinero; sin pierde, a entidades públicas. Por alguna parte sacan con creces los recursos invertidos.

Obvio, a esos recursos crediticios había que darle salida en doble vía: una de ellas con un círculo cerrado de contratistas de obras públicas en licitaciones tipo “sastre” o contrato directo con todo lo que representan en comisiones y en amarre de caudales electorales y financieros, y en la “visibilización” de esas obras construidas acordes a una imagen de gestión política de desarrollo y eficiencia administrativa.

Para lograr estos propósitos se acompañaron de un círculo cerrado de amigos que a su vez tienen otros subconjuntos de amigos quienes son los que detentan los cargos públicos, los contratos y las prebendas administrativas sin ninguna posibilidad que nadie; fuera de ellos mismos, usufructúe poder y presupuestos. Por ello son los defensores a ultranza de este modelo político y cada vez que aparecen voces disidentes o contrarias a sus intereses –o a las de sus patrones-, cierran filas como un comité de aplausos homogéneo.

Para implementar la propaganda sobre el nuevo liderazgo, que ya decíamos se fundamenta sobre una serie de obras puntuales, algunas necesarias y otras evidentemente suntuarias, se construyó una máquina de propaganda con diversos componentes. Una ideológica, quizás la más importante, soportado en el clásico engreimiento (espantajopismo le llaman algunos) de los barranquilleros con sus nociones perdidas difusas de supuestos pionerismos e ingreso glorioso a las nociones de premodernidad, alabando con una desmesura digna de François Rebeláis o de Gabriel García Márquez sobre las dimensiones de sus hazañas. Voy con ejemplos: la mejor empresa de acueducto de América latina –se refieren a la escandalosa Triple A-, el Maga tanque más grande de Suramérica –inservible hasta este momento-, el puente abatible número uno de Colombia, el sistema de luces más moderno, el puente más ancho de Suramérica, Juniorr tú papá y así sucesivamente. Todo magno, todo grande, todo perfecto.

Algunos de los cercanos a estos círculos de poder administrativo político han creado como fórmula colateral de propaganda y defensa, algunas bodeguitas, una serie de cuentas en redes sociales, sobre todo en Twitter, con nombres ficticios, anónimos o seudónimos cuya función es crear tendencias favorables; por un lado, o servir de ejecutor de ataques en combo usando una serie de perfiles fácilmente reconocibles: son de extrema derecha, creen que los actuales gobernantes son unos Adanes y que antes de ellos no existía nada y estos, en consecuencia, son los inventores de todo, usan un lenguaje soez a los extremos de fórmula sacramental para sustentar e invalidar argumentos contrarios y casi todos son furibundos seguidores del equipo de fútbol local de Barranquilla: el Junior. Ese es un comité de aplausos vulgarote y casi que hecho a la medida mental de sus creadores, pero comité al fin. Una especie de barra brava virtual.

La otra caja de amplificación de los modelos políticos de “eficiencia y hegemonía”, son los cuantiosos recursos invertidos en publicidad y compra de imagen que en el caso de Barranquilla, según varias investigaciones al respecto, son proporcionalmente los más altos de Colombia con un gasto anual cercano a los $100.000 repartidos entre cuatro o cinco empresas y una serie de contratos directos con intermediarios y personas naturales en esos propósitos. Dentro de este rango se encuentran los contactos con intermediarios de empresas encuestadoras fuera de Barranquilla que amoldan o direccionan los insumos recogidos en las pesquisas y de algunas encuestadoras de casa que por supuesto dan cifras fantásticas sobre la favorabilidad de los mandatarios.

La otra caja de resonancia es el control, vía propiedad o por pauta, de medios de comunicación quienes se encargan de diseñar matrices de opinión dando partes permanentes en sus informes y reportajes, de absoluta normalidad y de creciente desarrollo socio económico con datos parciales o amañados de la verdadera situación de la ciudad. Un ejemplo de ello está sucediendo en el viacrucis trágico de la epidemia, en donde han quedado desnudadas las falencias del sistema distrital de salud el cual se promocionaba, e incluso lo creyeron en otras partes del país, que era el “mejor de toda Colombia”. Casi dicen; ¡otra vez, de Suramérica!

Al comité de aplausos se le pueden endilgar virtudes en eso de la superación personal y en su deliberada tendencia al fomento de una escenografía urbana ofreciendo la impresión; al que no se mete a la cirugía de fondo en busca del tumor social, que todo es una maravilla que marcha sobre ruedas. Aparecían los informes de bienaventuranza de entidades afines o dependientes indicando que Barranquilla era una especie de ciudad soñada buscada por diligentes inversionistas internacionales para montar sus desarrollos con unas hipotéticas cifras futuras de creación de empleos y de ingreso de recursos.  Casi todas resultaron empresas de representación montadas en una oficina con un máximo de 10 trabajadores. Lo peor, los constructores del Atlántico, creyendo en estas profecías diseñaron edificios de oficinas para grandes empresarios que hoy, 4 o 5 años después de su construcción, todavía esperan inquilinos y compradores.

El clavo triste de estos días lo colocó un informe que presenta en el mes de abril a Barranquilla como la ciudad con mayor contracción económica de Colombia. Su área metropolitana se encuentra en el lugar sexto. Sus tasas de informalidad son típicas del tercer mundo y tan es así que a causa del voraz desarrollo de la epidemia, el director de la Cámara de Comercio de esa ciudad, Manuel Fernández, señaló sin ambages, sin que se la arrugará la cara, que la economía tenía “60% de informalidad”, aunque algunos entendidos suban la cifra por lo menos 10 puntos más.

Por supuesto que para esta máquina de propaganda y aplausos se necesita crear una sociedad con anomia, una ciudadanía acrítica, despojándola de sus derechos deliberantes, fomentando la especie de chabacanería que se manifiesta en forma grotesca en las bodeguitas de las redes sociales usando la falsa idiosincrasia del barranquillero. Por ello, para mantener a esa masa en esas condiciones, que son las ideales para la manipulación, es que los proyectos culturales de la ciudad –que fomentan conciencia histórica e identidad política- carecen de total interés por ser a la larga contraproducentes para los propósitos de soberanía hegemónica y control social.

Ni en el peor de los escenarios hipotéticos se imaginaron el estrepitoso derrumbe del modelo construido con tanto esmero y dinero durante todos estos años. Los comités de aplausos y los publicistas han tratado, sin éxito, de cargarle la culpa de los mayores niveles de contagio de Barranquilla a nivel nacional –y ya es noticia internacional- a una supuesta indisciplina social, tesis absurda que por la vía de cultura urbana los acaba sindicando de ser víctimas de su propio invento feudal: descerebrar a más de media ciudad fabricando las famosas expectativas fantasiosas que muchas veces se condensan los simpáticos renders para descrestar incautos y audiencias.

Por supuesto que hay obras puntuales que mostrar pues sobre esa suposición maravillosa, de realismo mágico, se encuentra en gran parte construido el prestigio de oropel y los egos políticos, pero soslayando la inversión social –medida en metros de cemento y “megaobras”- que ahora muestra en desquite su cara más feroz.

Los comités de aplausos y la publicidad no funcionan para contener una pandemia de estas características en una ciudad de las condiciones socio económicas de Barranquilla. Así, pues, ante la tragedia de muertos, lesionados y el impacto en la débil economía, hay que decretar el fin, con más pena que gloria, de un modelo cuyo diseño, ya lo mostramos, obedece a intereses particulares y no a la generalidad de la ciudadanía.  

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