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Por: ROQUE ORTEGA MURILLO
Tasajera sigue llorando sus muertos sumida en la miseria y el olvido del Estado y de una sociedad indolente que los acusas de ladrones, jaladores y malhechores. Estos son algunos de los epítetos con que algunos parroquianos y periodistas, especialmente del interior del país que odia al Caribe visceralmente y que señalan a estos pueblos porque viven en la inmundicia, a pocos kilómetros de Barranquilla y Santa Marta y que otrora subsistían de la pesca, pero que hoy, con el advenimiento de la construcción de la carretera troncal del Caribe y los continuos robos de los ríos que bajan de la Sierra Nevada por parte de grande fincas de banano, de palma africana y ganaderos acabaron con el sustento de las comunidades que se abastecen en las partes bajas, de los pequeños campesinos y con el equilibrio mismo de la Ciénaga Grande de Santa Marta. Todo esto con la anuencia cómplice de una clase política malvada, mezquina y rapaz que ha saqueado por décadas a este departamento. ¡Ahora ellos son los culpables de su desgracia!
Ante la tragedia, el mequetrefe presidente de la Republica en su patético programa de televisión anunció iniciar una investigación exhaustiva. Estas decisiones administrativas son un refrito de una inoperancia e incapacidad para gobernar. ¿Qué vas investigar viejo? Si finalmente los culpables en este país siempre son las víctimas.
Aquí las víctimas son los responsables de todas sus desgracias, como esos campesinos que fueron despojados de sus tierras y que hoy en día los “nuevos propietarios” se oponen a devolverlas a sus legítimos dueños porque, según ellos, adquirieron esos predios de buena fe. Eso arguyen los tierratientes que en su mayoría pertenecen a la clase política que nos ha gobernado aliada al paramilarismo y a las mafias del narcotráfico. A esta plutocracia se le admira: son delincuentes de sangre azul. Pocos los señalan de ladrones y criminales.
También son responsables las mujeres y niñas indígenas que ha sido violadas por todos los actores del conflicto armado y penosamente también por parte de los miembros del glorioso ejército colombiano que, al parecer, ha realizado durante décadas estas prácticas ignominiosas y que solo ahora, se conocen casos a cuentagotas, porque las costumbres de estas comunidades han preferido callar o porque en muchas ocasiones son amedrantadas si denuncian. En estos días escuché por una cadena radial el desgarrador relato de una periodista que fue abusada sexualmente junto con su madre hace 25 años por militares en el departamento del Cauca cuando ella tenía apenas cinco años y su madre 24. Hoy, paradójicamente, el comandante del ejército nacional destituye a los suboficiales que denunciaron a sus propios compañeros por violar a una niña embera. Los altos mandos castrenses se lavan las manos y evaden la responsabilidad de una institución caduca y fallida como otras tantas en nuestro flamante estado de derecho. ¡Derecho para el poder! ¡Los pobres que se jodan!
A los barranquilleros se le ha crucificado por ser culpables de su indisciplina e irreverencia por no acatar el confinamiento y el distanciamiento social mientras los gobernantes se desembarazan del mal manejo de la pandemia en la ciudad y en el departamento. Es triste decirlo, pero el coronavirus nos ha develado en tales condiciones de pobreza, falta de cultura ciudadana, de ausencia de centros hospitalarios y políticas preventivas de salud. Escasez que la misma clase política ha fomentado para mantener alienados y domesticados a ciudadanos que en cada elección van como borregos a vender el voto a sus verdugos. En la ciudad de la bacanería y la fría el coronavirus ha encontrado unas condiciones inmejorables para aposentarse mortalmente en la hermosa arenosa. Los victimarios no son responsables del desastre de ciudad en avances sociales y culturales. El único aliciente en la ciudad es el Junior. Hay un letargo espiritual. Ojalá después de que se vaya el COVID-19 la ciudanía reaccione y exija participar en un modelo de desarrollo que no sea excluyente y que reclame una educación de vanguardia para que Barranquilla renazca como un verdadero emporio de desarrollo de todos y no de unos pocos.
Esos victimarios también se revelan involucrados en los audios de las grabaciones encontradas accidentalmente en las investigaciones por el asesinato del hijo de Carlos Rodríguez, y en los que se demuestra cada día mejor que el Ñeñe Hernández no era un simple fanfarrón sino hasta que influenciaba asensos de oficiales de la policía, y que confirma un matrimonio indisoluble de este gobierno con el personaje mafioso. Los acusados ahora son las víctimas de un plan maquiavélico planeado por Chávez antes de morir y los periodistas que ha tenido la valentía de denunciar estos hechos vergonzosos son entonces los responsables de este entramado mentiroso, hasta el punto que los únicos condenados por la tal ñeñepolitica son los dos agentes investigadores de policía. Aquí el mundo funciona al re ves, diría un extraterrestre.
Antes de sacar el fusil acusador contra poblaciones como Tasajera que viven en una metáfora de miseria como dice el ex padre Linero, no debemos olvidar que los verdaderos culpables son la clase dirigente y un Estado miserable que ha usufructuado y secuestrado al país con mafias políticas de unas cuantas familias privilegiadas y una sociedad civil que asiste, como en un circo romano, al espectáculo del eterno saqueo tal como viene sucediendo con el manejo del COVID-19.
Sí, es verdad que en esos pueblos como Tasajera y Pueblo viejo se han cometidos delitos censurables y que, seguramente, han surgido bandas delincuenciales por culpa de la exclusión y la desidia gubernamental, pero la mayoría son gente de familias humildes que en medio de la pobreza extrema ven en la carretera un maná para su estómago. ¿No sucedería esto mismo si un camión con alimentos se volteara en Ciudad Bolívar en Bogotá, en la Comuna 13 de Medellín o en los barrios populares en Barranquilla?
Doy fe que la mayoría de la gente en Tasajera son gente buena. Recuerdo hacen aproximadamente treinta años cuando me iba a pescar con mi compadre Jesús Cervantes al puente de la Barra, jamás fuimos víctimas de robo o maltrato, los únicos delincuentes que nos atacaban eran los zancudos y el jején cuando la brisa paraba en altas horas de la noche. Salíamos corriendo en bolo de fuego. Posteriormente me iba los fines de semana con la familia de la novia de esa época a comprar pescado. Tampoco sufrimos los embates delincuenciales, antes, por el contrario, éramos acogidos gentilmente en sus casuchas. Nunca olvidaré los mejores sancochos de sábalo que he disfrutado en mi vida. Además, por aquel tiempo me enseñaron a comer macabí, unos de los pescados más sabrosos que he probado pero que poco se consume por la cantidad de espinas que tiene.
Quién tira la primera piedra en una sociedad que nos enseña a delinquir, a sacar provecho con el atajo, con la trampa y el irrespeto. Nos enseña a mentir como hace la vicepresidenta. Nos han enseña a estafar y a robar. Si el ejemplo lo pone sobre la mesa la clase política delincuencial que ha cometido la rapacería más grande del país ¿qué se le deja a un pobre, sin educación, que vive entre la basura, en las condiciones más infrahumanas en donde ni agua potable hay, ni conoce el servicio de alcantarillado? Finalmente, exponerse por unas pimpinas de gasolina es un delito menor. Pasarán los días y los meses y los pueblos de la Isla de Salamanca, como los niños indígenas wayuu que mueren todos los días de hambre seguirán viviendo en cien años más de olvido y de miseria, mientras los políticos se siguen reuniendo en clubes, como el Nogal, diseñando las nuevas estrategias para seguir robando el erario y culpabilizando a las víctimas de sus propias desgracias y penurias.
Es el momento que la sociedad civil nos sacudamos de este marasmo de indiferencia, aceptación y sumisión ante el poder corrupto e inhumano, para que una ciudadanía pensante sea participe de los cambios fundamentales en un país donde sus mismas instituciones anacrónicas han hecho al Estado fallido de derechos.
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