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Por: Jorge Guebely

Es la sensibilidad humanizada la que despierta compasión por el otro, solidaridad, sentido de comunidad. La que destroza la soberbia del ego y permite la humildad del que reconoce y pide perdón.

Sensibilidad grande del papa Francisco quien pidió perdón por el silencio de la iglesia católica durante los exterminios del fascismo y nazismo. Y del canciller, Konrad Adenauer, quien lo hizo arrodillado en Auschwits por el holocausto judío. Y de Ángela Merkel quien se avergonzó de ese pasado genocida.

Sensible, la presentadora Claudia Bahamón quien se conmovió hasta el llanto por las masacres y la indiferencia gubernamental. Aún aceptable, los miembros de las antiguas FARC, los que aún permanecen en el arrepentimiento y sueñan con la paz exponiendo sus vidas. Actitud contraria a la de Iván Márquez quien, transportados por un acceso de soberbia y temor, retornó la anacrónica guerra de guerrillas.

No se arrepintió como tampoco lo habría hecho el Mono Jojoy por su adicción militarista. Como no lo hizo Carlos Castaño quien masacraba campesinos inermes para favorecer el latifundio nacional. Ni José Miguel Narváez quien proveía, desde el DAS, listas de campesinos para ser descuartizados por las AUC. El mismo que instigó el asesinato de Jaime Garzón. Tampoco se arrepintió Yahir Klein, mercenario israelí quien, pagado por Álvaro Uribe según sus afirmaciones, fundó la escuela de sicarios que segaría la vida de brillantes colombianos

Ni siquiera los parapolíticos se han arrepentido de su adicción a las muertes violentas. Un Alberto Santofimio quien instigó el asesinato de Luis Carlos Galán. Ni los generales Mario Montoya y Nicasio Martínez comprometidos en las pavorosas ejecuciones extrajudiciales según HRW. Tampoco se arrepienten hoy los latifundistas que, fundidos con narcotraficantes y grandes empresarios del campo, utilizan a neo-paramilitares -empresas mercenarias del crimen- para asesinar líderes sociales y consolidar el provechoso negocio de la coca y la tierra.

No se arrepintieron ni se arrepentirán por ser la misma psicopatía de Hitler, el asesino mayor quien prefirió el suicidio. Su cadáver, rescatado por el ejército rojo según desclasificación de documentos secretos, fue quemado y sus cenizas echadas en una alcantarilla. El lugar exacto de su reposo eterno según los mismos rusos.

Psicópatas de la guerra. Auténticos enemigos de los ciudadanos, de la democracia, de la condición humana. Enemigos a combatir con el voto, arma civilizada de la política. El voto que sabe quiénes son, qué colectividad política los cobija, qué desastre social y humano generan. Voto que nos salvaría de la miseria humana que transporta a nuestra elite pre-moderna

Nota: El contenido de este artículo, es libre, espontáneo y de completa responsabilidad del Autor  jguebelyo@gmail.com